En una sociedad en la que todo se compra y se vende, el último bastión era el de la intimidad. La vida privada se difunde, se oferta, se vende. El morbo es el gran verdugo de la intimidad, alimentado por la industria del escándalo. Nuestra cultura guarda una pulsión destructiva que busca la muerte de los demás a través de la exhibición de sus vergüenzas. Nos interesa conocer la vida privada, sobre todo de los famosos y ricos. Es un modo de “vengarnos” de ellos.
El escándalo es una rutina, una costumbre, una necesidad de los adictos. Pasa de un caso a otro. Infidelidades, traiciones, confesiones. Enterarnos de la vida íntima de los otros es un modo de establecer una superioridad sobre ellos. Algunos periodistas son nuestros sicarios. Su misión, como la de los antiguos cazadores reales, es traernos la cabeza de los enemigos. Es un trofeo que hoy toma la forma de una fotografía sospechosa y un titular fulminante.
Hoy se ofertan y venden bodas, divorcios y partos. En el año 2008, la actriz Jessica Alba vendió a una revista norteamericana la foto exclusiva de su hijo recién nacido. Recibió un millón y medio de dólares. Pero se quedó corta. Ese mismo año, Jennifer Lopez vendió las fotos de sus futuros bebés por seis millones. Los niños no habían nacido y sus imágenes ya habían sido subastadas después de una oferta entre diversas revistas. También hay escándalos involuntarios. La separación de Piqué y Shakira, el juicio de hace unas semanas entre Johnny Depp y Amber Heard. De todos, parece ser que el escándalo del sexo es el más solicitado, pues es la expresión del lado oculto.
En la industria editorial, el escándalo es un bien codiciado por muchos escritores que no vacilan en escribir libros donde confiesan, por ejemplo, que fueron violados por algún cura de aspecto sereno que les insinuó pasar una noche en la capilla. Algunas veces eso asegura un titular. Aunque tiene muchos antecedentes, quien introdujo esta moda en los años recientes fue el noruego Karl Ove Knausgård, con gran éxito mercantil. Sus novelas serán felizmente olvidadas.
La palabra “escándalo” viene del griego, y originalmente nombraba una trampa para cazar animales. Luego se convirtió en sinónimo de aquellas fuerzas que nos alejan de Dios. En el Viejo Testamento estaba ligada al desenfreno. En la nueva prensa, cada escándalo sin embargo tiene una vida corta. Solo debe esperar a ser sustituido por otro, para ser relegado. Un fuego líquido que contiene su disolución.
No siempre fue así. Aún en los años sesenta, los periodistas se inhibían ante algunas informaciones privadas. Las infidelidades del presidente Kennedy y la relación entre el presidente Roosevelt y su secretaria, por ejemplo (por no hablar de la relación de Eleanor con otra mujer de aspecto obeso que fumaba puros), no se difundían. Solo se supo de esos escándalos luego. Pero esos tiempos de la vida privada no volverán. Cada escándalo solo alimentará nuestra sed por uno nuevo. Una hoguera tras otra. Y así vivimos, tan felices.
AQ