Con un procedimiento de dudosa fiabilidad, cierta empresa elaboró un mapa sobre las profesiones más deseadas en el mundo. En México los jóvenes se decantaron por la de youtuber y en España por la de influencer. Desconozco la preparación que hace falta para una u otra.
Me llamó la atención que uno de los oficios más apetecidos en el mundo es el de escritor.
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O quizás debería parecerme natural, pues por diestra y siniestra brotan talleres literarios, cursos relámpago, diplomados, máster clases y hasta carreras universitarias con este propósito. La pandemia mostró que tales afanes se pueden realizar a distancia. Y los escritores tenemos la posibilidad de completar para la renta con estas ambiciones literarias.
La mayoría de la gente que se presenta a un taller literario por primera vez se desencanta pronto. Al menos así ocurre en mis talleres. Nunca sé responder a sus dudas más inmediatas: ¿Cómo se crea un personaje? ¿Cómo se estructura una novela? ¿Cómo se escribe una novela policíaca? ¿Cómo se escribe para niños? ¿Cómo se remedia “el bloqueo” del escritor? ¿Cómo se manejan los diálogos? ¿Cómo se encuentra un estilo propio?
Hablo en términos espirituales y filosóficos sobre la creación, el arte, el alma humana que busca volcarse en una narración, el poder de la metáfora, pero muchos quieren hallar atajos y recetas de cocina en un taller. En el último que di, una persona me dijo: “Si voy a un taller de repostería, espero que me enseñen a hacer un pastel”.
Y sin duda hay verdaderos maestros que conocen lo que yo desconozco. Algunos anuncian sus cursos así: “En estas diez sesiones, yo te enseñaré cómo desarrollar ideas para escribir y cómo llevar tus ideas desde la primera línea hasta la obra publicada”.
Los mejores consejos que sé dar son los que tomé para mí, y se pronunciaron hace dos mil años. El primero viene de Plinio el Joven: “Hay que leer mucho, pero no muchas cosas”.
La segunda recomendación milenaria se la tomé a Longino: “Emula a tus héroes literarios; cuando escribas piensa que esos héroes te están leyendo y pregúntate qué pensarían de eso que escribes”.
Así como hay quien se porta bien porque lo está mirando diosito, así habría que intentar escribir bien porque nos están mirando los dioses de las letras. Imaginemos a esas deidades a nuestras espaldas, juzgando cada frase que escribimos. ¿Qué pensaría Rulfo de este párrafo? ¿Qué, Onetti? ¿Qué, Chéjov? ¿Qué, Cervantes? Y aquí échese cada quién a sus héroes al hombro, luego de haber leído mucho, pero no muchas cosas.
En su publicidad, algunos talleres aseguran que te convertirán “en un escritor de éxito”. Es evidente que no estoy preparado para dar un taller de ese tipo. Acaso debería tomarlo.
AQ