Ahora que los gringos andan de saltapatrás en los derechos de la mujer, me puse a hacer memoria sobre el tema en la literatura de aquel país. Primero me vino a la mente unos versos de la Antología de Spoon River, que mencionan de paso, aunque contundentemente, los abortos clandestinos.
Edgar Lee Masters habla de la sepultura de un editor: “Entonces yacer cerca del río, junto al sitio donde se vierten las aguas negras del pueblo, y se arrojan las latas vacías y la basura, y se ocultan los abortos”.
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John Steinbeck en Al este del Edén, habla de un burdel en el que el patrón, al estilo de Juntacadáveres, no quería regentear chicas bonitas para que ningún muchacho se fuera a enamorar de ellas. “Cuando alguna de sus muchachas se embarazaba, tenía la opción de largarse o someterse a un aborto tan brutal que muchas de ellas morían”. Así lo dice Steinbeck: “a fair proportion died”. Por eso pongo mi traducción y no la de Tusquets: “la mayoría moría desangrada”. Nos salió forense el traductor.
En las últimas páginas de Corre, conejo, la mujer decide no abortar pese a tenerlo todo planeado. El hombre la abraza “como un aro mágico” y dice cosas cursis: “Ah, cómo me alegro. Es magnífico. Sí, sí, eres tan buena. Qué contento estoy. Tenlo. Sí, tenlo. Te quiero. Por favor, ten al bebé. Debes tenerlo”. Entonces sale a la tienda con la excusa de ir por algo de comer y… ¿patas pa qué son?
En Colinas como elefantes blancos, Ernest Hemingway pone a una joven pareja en cierta estación de tren conversando banalidades, hasta que el chico dice: “Es una operación muy sencilla. Ni siquiera es operación. Sólo dejan que entre el aire”. Ella quiere saber qué harán después. Él le dice que volverán a ser felices, pues “esa es la única cosa que nos agobia, la única que nos vuelve infelices”. El lector ha de apostar por la decisión a la que llegan los jóvenes, pues Hemingway no la revela.
Lo que en una pareja sería larga historia, Truman Capote lo resume así: “En el momento en que supo que estaba otra vez embarazada, insistió en abortar; él dijo que si lo hacía, se divorciaría. Bueno, ya había tenido tiempo de lamentarlo. El niño nació dos meses antes de tiempo, casi murió y, a causa de una hemorragia interna general, ella también; ambos estuvieron al borde del abismo durante meses de cuidados intensivos. Desde entonces, jamás había compartido el lecho con su marido; ella quería, pero no podía, porque su desnuda presencia, la idea de su cuerpo dentro de ella, le provocaba terrores insoportables”.
Muchos ejemplos hay en esta y otras literaturas que no cabrían aquí, y apenas muestro estos por su brevedad. En todos se ve que cada caso es particular y la decisión ha de ser particular, privada, personal y libre.
AQ