Estúpidos hasta el tuétano

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Se confirma lo que decía Savater: los malos obtienen beneficios a costa del daño de otros.

La Slap Fighting es un seudodeporte que comienza a ganar terreno en el rating de la telebasura. (Slap Fight Championship)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

En su Diccionario filosófico, Fernando Savater aclaró que la estupidez no es una tara ni un deterioro y tampoco anida en la ignorancia o la falta de instrucción. “No hay que confundir a los estúpidos con los tontos, con las personas de pocas luces intelectuales: pueden también ser estúpidos, pero su escasa brillantez les quita la mayor parte del peligro. En cambio lo verdaderamente alarmante es que un Premio Nobel o un destacado ingeniero pueden ser estúpidos hasta el tuétano a pesar de su competencia profesional. La estupidez es una categoría moral, no una calificación intelectual: se refiere por tanto a las condiciones de la acción humana”.

Dialogando con el libro Allegro ma non troppo, del italiano Carlo Cipolla, Savater prosigue: “Partamos de la base de que toda acción humana tiene como objetivo conseguir algo ventajoso para el agente que la realiza. Según Cipolla, pueden establecerse cuatro categorías morales: primero están los buenos (o, si se prefiere, los sabios, los únicos que pueden aspirar a tan alta calificación) cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; después vienen los incautos, que pretenden obtener ventajas para sí mismos pero en realidad lo que hacen es proporcionárselas los otros; más abajo quedan los malos, que obtienen beneficios a costa del daño de otros; y por último están los estúpidos que, pretendan ser buenos o malos, lo único que consiguen a fin de cuentas es perjuicios tanto para ellos como para los demás”.

Las cuatro categorías pueden estar presentes, e influir, en ciertos asuntos de la sociedad: la política, la economía, el gobierno, aunque los buenos cada vez son más escasos. Ahora bien, si pensamos en órdenes mediáticos, la primera categoría moral es inexistente. Los reality shows y la ingente cantidad de porquería que ofrecen la televisión, YouTube y las redes sociales marcan el pulso verdadero de la estupidez contemporánea, esa que se ceba en los incautos y en beneficio de los malos.

Esto viene a cuento porque resulta que al tal Dana White (presidente de la UFC, la industria de las artes marciales mixtas con sede en Las Vegas, Nevada), se le ocurrió un seudodeporte que comienza a ganar terreno en el rating: la Slap Fighting, una vulgar sesión de cachetadas en la que el verbo fight (luchar) sale sobrando, porque los “peleadores” no suben a un ring a darse bofetones simultáneos ni tienen derecho a esquivarlos, sea con movimientos de cabeza, de hombros o de piernas. El “combate” consiste en que, alternativamente, se suelten manazos en los mofletes hasta noquear o caer por knock out.

Autorizada en octubre de 2022 por la Nevada Athletic Commission (sí, atlética), la liga Power Slap tiene como promotores a Arnold Schwarzenegger y al propio White, un multimillonario que desde la comodidad de su silla de juez, califica los sopapos, la resistencia y la espectacularidad de los desmayos.

¿Quiénes son los “luchadores”? Ex borrachines o ex convictos blancos, latinos marginales, forzudos de gimnasio, destripados de la lucha libre. Hombres y mujeres con biografías de fracaso. Perdedores que hablan de “cambiar al mundo” a costa de sus cachetes o a riesgo de perder la dentadura, el oído, la nariz, la vista o incontables daños cerebrales, por el noble afán de sacar del fango a sus familias, recuperar al hijo o a la esposa o rehacer sus vidas, mientras el público (estúpido también) se deleita con cada close up del desfiguro, los ojos en blanco y las mandíbulas ondeantes como los belfos de un perro bóxer en cámara lenta.

Los malos obtienen beneficios a costa del daño de otros. La Slap Fight es tan solo el augurio de shows más aberrantes, quizá los puntapiés en el culo o un certamen de mordidas en salva sea la parte, ungidos como deporte para espíritus extremos.

¡Viva la estupidez!

AQ

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