El escritor israelí Etgar Keret, maestro contemporáneo del humor negro y con una obra que privilegia el relato breve, habla en entrevista sobre el asedio a Palestina y los ataques de rabia de los que ha sido blanco por su postura antibelicista.
Has escrito sobre cómo comenzaste a escribir para intentar lidiar con la pérdida de tu mejor amigo. Tras todos estos años de escritura, ¿te parece que aún cumple el propósito de intentar comprender tu mundo?
“Intentar comprender mi mundo” es la forma positiva de enunciarlo, porque la mayoría del tiempo se siente como el intento por acceder a un espacio en mi interior donde la ambigüedad y la imperfección son permitidas. Un lugar donde está bien ser una persona fracasada. Quedan menos y menos espacios donde se puede explorar la propia humanidad sin meterse en problemas.
¿Es diferente intentar escribir literatura bajo un clima de extrema violencia e incertidumbre, como el actual? ¿Te parece que la escritura está necesariamente conectada con la dura realidad, o puede “escapar” a mundos de su propia hechura, incluso dentro de un ambiente de extremismo?
Una cosa es segura: estos días dependo de la escritura. Desde que comenzó la guerra, la mayoría de los días son espantosos, pero un día en el que consigo escribir algo interesante o emotivo es siempre un mejor día.
Escribiste un cuento sobre el reciente estallido de violencia en tu país, titulado “Intención”, en donde el protagonista reza por una solución pacífica, y al final una interpretación posible es que tan solo encuentra la paz tras una muerte accidental. ¿Se trata de una alegoría de la aparente desesperanza de la situación actual?
Escribí ese cuento tras una larga y frustrante conversación con mi hermana, que es ultraortodoxa religiosa, y quien desde que comenzó la guerra no ha parado de rezar. Al hablar con ella me di cuenta de lo orgullosa y feliz que estaba con sus abundantes rezos y, con toda la muerte que tenía lugar a nuestro alrededor, me resultó molesto. Intenté escribir este cuento para procurar adentrarme en su mente, comprender su experiencia, y al final del mismo me di cuenta de que rezar y escribir son bastante similares: en los dos casos se asume que te estás enfrascando en un diálogo con la contraparte: tanto Dios como un lector que comprenda lo que tratas de expresar son completamente teóricos al momento de realizar la actividad, y en ambos casos se requiere un salto de fe. Al final creo que es un cuento sobre cómo hacer las paces en nuestro mundo personal, donde buscamos contarnos una historia dentro de la cual podemos incidir en la realidad, y cómo esta sensación es algo fundamental, incluso si en última instancia nos damos cuenta de que tenemos un escaso efecto en el mundo que nos rodea.
En años recientes, has sido (junto con tu esposa) el blanco de rabia profunda, debido a expresiones pacíficas, o incluso por no estar dispuesto a adoptar una versión unilateral de un conflicto muy complejo. Bajo este clima de extrema polarización del pensamiento, ¿te parece más fácil expresar tus pensamientos más profundos en el ámbito de la ficción?
Durante tres décadas he venido expresando con regularidad mis ideas de izquierda, y lo que ha cambiado en el último año y medio es que quizás al menos antes sabía quién sería la persona gritona que me increparía en un acto público: por lo general un barbudo colono religioso. Pero hoy no me es posible anticipar quién me atacará y por qué. Me pueden atacar israelíes racistas, pero también feministas porque no hay suficientes personajes mujeres en mis cuentos, o veganos porque mis personajes comen carne (es solo un ejemplo, pues de hecho soy vegetariano). La sensación es que uno está al servicio de este mundo, que está lleno de clientes insatisfechos, que quieren que escribas de ciertos temas y de cierto modo. De alguna manera, ser un artista en esta época se convirtió en un oficio mucho más peligroso y de mierda.
Hay debates recurrentes, a menudo entre músicos famosos, sobre boicots culturales, y sobre si deberían o no presentarse en Israel. Y por casualidad escribiste hace poco en tu magnífica newsletter, Alphabet Soup, sobre una mujer de México que te escribió para decirte que iba a boicotear tus libros, pues no estabas haciendo nada para evitar el genocidio en Gaza. ¿Qué piensas de los usos y efectos de estos boicots?
Estoy en contra de los boicots organizados. Puedo comprender si alguien no quiere escuchar la música o leer el libro de algún artista debido a que detesta su opinión o su conducta personal. Pero en cuanto esto se vuelve algo exigido sistemáticamente por el público (he visto gente que es boicoteada por no boicotear) se siente más como un linchamiento por una turba que una actividad moral. En términos personales, tengo que decir que algunos de los escritores que más me gustan son personas que detestaría como seres humanos: Celine y T. S. Eliot eran antisemitas, Sartre y Simone de Beauvoir pensaban que estaba bien tener sexo con menores de edad. No quisiera ser amigo de ninguno de ellos, pero me fascina la idea de acceder al mundo a través de la brillante y en ocasiones retorcida perspectiva de sus mentes. Bukowski es para mí el epítome de lo anterior: cada poema suyo que he leído me ha hecho apreciarlo más como escritor, pero al mismo tiempo hace que cada vez me dieran menos y menos ganas de haberlo conocido. Los escritores no son plomeros o vendedores de seguros, de forma que nos debiera importar cómo huelen antes de contratar sus servicios. Puesto que un vicio personal puede, al mismo tiempo, hacerlo un peor ser humano, pero un mejor escritor.
Fuiste un precursor de la narrativa breve, mucho antes de que se pusiera un tanto de moda. ¿Nos podrías contar un poco sobre tu predilección por esta forma?
Creo que el lapso de atención del mundo se vuelve cada vez más breve, lo cual es malo para el mundo, pero maravilloso para mis cuentos. Supongo que me volví impaciente antes de que le sucediera al resto del mundo.
Y, por último, para acabar en un tono más ligero: ¿aún tienes el superpoder de determinar cuando los taxistas necesitan hacer pipí?
Desde que comenzó la guerra desarrollé un nuevo y triste superpoder, que me dice por adelantado cuando un taxista está por echarse a llorar. Extraño los viejos días en que lo único que necesitaban para estar contentos era un lugar para hacer del baño.
AQ