¿Existe la realidad?

Ensayo

Nuestra percepción del mundo no suele ser muy real, como enseñan el yoga, el budismo y la física cuántica, cada una con sus diferentes motivos y perspectivas.

La filosofía y la física moderna nos dejan ver que "la realidad" va más allá de nuestras percepciones. (Generada con tecnología de DALL·E 3)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Aunque por motivos diferentes, tanto el yoga como el posterior budismo, y muchos siglos más adelante también la física cuántica, enseñan que en realidad la realidad del mundo no es tan real como creemos.

¿¡Cómo!?

Ya en una entrega anterior habíamos comenzado a tratar el tema desde una perspectiva ligera, de música y literatura, pero ahora debemos ser más serios y emprender el asunto con más formalidad, porque la filosofía y la física moderna nos dejan ver que la cosa es compleja.

Sin duda, a todos nos ha atacado la duda de si esto será “lo único que hay” —como si no fuera suficiente—, y también en sus Diálogos ya Platón lo expresaba al inicio del libro séptimo de La República o de lo justo al presentar el “experimento mental” (como más de dos milenios después lo llamaría Einstein) de los hombres que desde el fondo de una caverna iluminada solo veían sombras:

“¿Qué crees que respondería si se dijesen que hasta entonces no ha visto más que fantasmas, que ahora tiene ante los ojos objetos más próximos a la verdad?”

Al recordar las (muchas) veces cuando pienso que las cosas tienen, cómo decirlo, una especie de existencia cercana a mi mente, pero a la vez ajena porque también cabe la posibilidad de despegarse o hasta desapegarse de ellas, veo dos salidas: la fácil y la otra. La primera consiste en desentendernos de la cuestión y pasársela a alguna entidad superior encargada de darle sentido a la angustiante certeza de que como no nos alcanzará la vida para averiguarlo, mejor de una vez lo “resolvemos” y de paso nos aseguramos de enseñarle a los niños también así a considerarlo, y todos tan felices.

La otra salida pide más de nosotros, y aquí trataré de esbozarla someramente diciendo antes —¿será necesario?— que la inteligencia colectiva de la humanidad lleva ya más de algunos siglos intentándolo.

Una primera vertiente tiene a la mente como originadora de todo, porque a final de cuentas este es un asunto personal y nada hay en el conocimiento que no parta ni pase por allí, y tal es la ruta explorada y atendida como tarea de toda la vida (¡y más allá!) por el yoga y el budismo.

Como soy adicto a unos grandes libros tristemente ya en vías de extinción, comenzaré con una primera definición tomada de la Enciclopedia Salvat Universal (27 volúmenes):

Yoga: “Ejercicio ascético que aspira al logro de la paz del espíritu y acompaña y fomenta una mayor penetración en la naturaleza de la realidad”.

Se trata de un ancestral sistema de conocimiento interior, un medio de renovación espiritual y una práctica de “meditación en acción”, todo combinado en forma por demás armónica y propia, sin requerir ni solicitar ninguna adhesión a dogmas, revelaciones o cultos.

Mircea Eliade (1907-1986), erudito de la historia de las religiones, lo plantea así en su profundo y extenso (412 páginas) tratado sobre filosofía y mística hindú y de los métodos del yoga para buscar y alcanzar la “liberación de la condición humana de existencia”:

Punto de partida
Cuatro conceptos fundamentales y solidarios, cuatro “ideas-fuerza”, nos introducen de inmediato en el corazón del espiritualismo indio: el karma, la maya, el nirvana y el yoga (Yoga: inmortalidad y libertad, p. 17).

Ya en otra ocasión habíamos caracterizado al karma como una especie de ley de inercia de la vida, una cadena de causas y efectos que, ahora en palabras de Eliade, “es una ley de la causalidad universal que solidariza al hombre con el Cosmos y lo condena a transmigrar indefinidamente”.

El concepto de maya se refiere al “misterioso proceso que engendra y sostiene al Cosmos y, al cumplirlo, hace posible el ‘eterno retorno’ de las existencias: la ilusión cósmica soportada (más grave aún, valorizada) por el hombre mientras está enceguecido por la ignorancia”. Lo real, se plantea, no es tan real como aparece a nuestros sentidos.

El nirvana es “la realidad absoluta ‘situada’ en algún punto más allá de la ilusión cósmica entretejida por la maya y también fuera de los límites de la experiencia humana condicionada por el karma: el Ser puro, el Absoluto con cualquier nombre con que se le designe”.

Por último, el yoga trata de “los medios para llegar al Ser, las técnicas adecuadas para adquirir la liberación”, y todo esto trazado como un camino en búsqueda de la verdad que se debe conocer para ayudar a emanciparse, y que demanda un trabajo y dedicación cotidianos; no son elucubraciones teóricas sino arduo trabajo personal, meditativo y de una gran intensidad. Ciertamente, no es para cualquiera, aunque eso no impide que podamos (o debiéramos) intentar como mínimo lo que popularmente se llama “hacer yoga”, y para ello existen muchas opciones accesibles, aunque sería mejor no tomar alguna de las que confunden yoga con meros ejercicios en un gimnasio con música a todo volumen.

Igualmente de la Enciclopedia Salvat Universal, ahora citamos.

Budismo: “Enseñanza de paz interior y exterior en un ámbito de libertad”.

La filosofía impulsada por Siddharta Gautama (ca. -560 a -480), conocido como Buda (“El Despierto”), es un sistema y método de liberación mediante la meditación y el trabajo interior, fundamentado en lo que en el libro del lama Dzongsar Jamyang Khyentse, titulado Tú también puedes ser budista (aunque su nombre original en inglés es What makes you NOT a Buddhist), se presenta como “Los cuatro sellos”:

1) Todas las cosas compuestas son impermanentes

2) Todas las emociones son dolorosas.

3) Todas las cosas carecen de existencia inherente.

4) El nirvana está más allá de los conceptos.

Al proponer que las cosas no poseen una existencia inherentemente propia, pues forman un vasto conjunto de relaciones interdependientes condicionadas por la mente, se asume una postura similar a la de la maya, y las enseñanzas del Buda —el dharma— indican cómo liberarse de la ilusión mediante la comprensión de la vacuidad, y sigue siendo fundamental enfatizar que nada de esto podría quedarse en meras teorías, bajo pena de caer una vez más en el embrujo de la ilusión.

Adicionalmente, los cuatro sellos no deben confundirse con las más conocidas “Cuatro Nobles Verdades” postuladas por el budismo particularmente acerca del sufrimiento:

I) En el mundo hay dolor y sufrimiento, y eso es inevitable pues forman parte de la vida humana. II) La ignorancia es la causa del sufrimiento. III) El sufrimiento cesará cuando nos liberemos de la ignorancia. IV) Existe un camino para lograr lo anterior.

La intención de tales aseveraciones es asegurar a los interesados que el camino de la liberación sí es factible, tiene sentido y es posible de emprender. Por supuesto, estamos hablando de un vasto e inacabable océano que requiere enormemente más de lo que aquí, si acaso, logré tan solo mencionar por sus nombres. A cada una de esas nociones se le pueden dedicar años de estudio y trabajo interior.

Para el yoga, así como para el budismo, los anteriores conceptos únicamente adquieren sentido real cuando se comienzan a practicar y entender de forma no solo intelectual sino también emocional y existencial, generando cambios profundos en la manera de conducir la vida y convirtiendo a la compasión en compañera y guía constante en nuestro paso por el mundo. Sirva lo anterior como invitación a conocer más. Por ejemplo, entre otras posibilidades, en Casa Tíbetse ofrecen cursos sobre el tema.

Pues bien, la segunda vertiente de la indagación sobre la realidad de las cosas ni siquiera nos requiere a nosotros (aunque tal vez sí, pero solo como posibles observadores), y es la planteada por la física desde inicios del siglo XX.

Para no cansar a los aguerridos lectores, prefiero remitirlos a un intento previo en donde mencioné el inesperado papel de la percepción en la física cuántica, pues el comportamiento de las partículas subatómicas sigue una lógica por completo contraria a la intuición, y está gobernada por el Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Esto no es una opinión sino, muy por el contrario, una demostración matemática de la imposibilidad de obtener una medición precisa y simultánea de la posición y velocidad de las partículas subatómicas, independientemente de la sensibilidad o tipo de los instrumentos de medida, pues estas son características observables e inherentes en un universo regido por las distribuciones probabilísticas, ya no por el estricto determinismo de la física clásica newtoniana.

Las discusiones entre los creadores de la mecánica cuántica culminan con lo que la leyenda urbana cuenta de una reunión científica en 1927. Einstein se opone a los razonamientos probabilísticos diciendo: “Dios no juega a los dados”, a lo que otro de los grandes físicos de la era (Bohr) le contestó: “Deja de decirle a Dios lo que tiene que hacer”.

Entre los extraordinarios físicos a los que debemos esta “escalofriante” (en palabras de Einstein) concepción de la naturaleza se cuentan los siguientes: Albert Einstein (1879-1955), Premio Nobel en 1921; Niels Bohr (1885-1962), Premio Nobel en 1922; Werner Heisenberg (1901-1976), Premio Nobel en 1932; Erwin Schrödinger (1887-1961), Premio Nobel en 1933; Wolfgang Pauli (1900-1958), Premio Nobel en 1945; Max Born (1882-1970), Premio Nobel en 1954. Parece que las investigaciones en búsqueda del sentido último de la materia revelan que el universo no nos necesita pues quedamos, literalmente, fuera de la ecuación.

Estas pesquisas tan fragmentadas e incompletas acerca de la realidad de las cosas invitan a considerar un posible y provechoso efecto: si ni el camino de liberación del yoga o del budismo, ni las dificultades de la física cuántica son aptos para cualquiera, acaso nos pudiéramos hacer el propósito de no ser uno cualquiera y a cambio tratar de comprender más con el afán de convertirnos en mejores personas.

Y aunque en estos terribles momentos de violencia, guerra y desesperanza, trabajar para esa finalidad pudiera parecer demasiado lejano, o incluso una ilusión, no podemos condenarnos a darla por perdida.

Guillermo Levine

www.glevineg.com

AQ

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