Hay montones de libros que tienen en su título la palabra “éxito”. Desata tu éxito, Las leyes del éxito, Los principios del éxito, El ABC del éxito, El emprendedor de éxito, Las siete leyes espirituales del éxito, Éxito: una guía extraordinaria, y sigue la mata dando. No sé si haya algo que diferencie estos libros o si sean la misma gata, pero revolcada; aunque sí se nota que pretenden convertir el éxito en algo alcanzable si se sigue una receta, fórmula o pasos sencillos de comprender. Y me parece que los lectores de estos libros son más bien gente fracasada y condenada al fracaso, gente que al estilo del personaje de “Bienvenido, Bob”, de Onetti, acabarán “moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones”, o acabarán aceptando aquel himno a la mediocridad de “cada vez que tengo fe, tengo éxito” o, peor aún, “cada vez que pienso en Dios, tengo éxito”.
El detalle es que cualquiera conoce el precio del éxito, pero llega el momento en que no desea pagarlo sino tomar un atajo. El que se pone a leer estos libros es el que no se preparó en la vida, no conoce idiomas, fue un haragán durante los estudios, pasó media vida frente a la televisión, debe mantener a una pequeña y angustiada familia; entonces le vuelven a la cabeza los consejos que desoyó y busca a uno de esos falsos gurús para que le proponga un atajo. Pero no hay atajos, salvo en la política, en la que cualquier incompetente puede llegar hasta la presidencia de un país o cualquier dama sin luces obtiene abundancia.
Estoy leyendo una biografía de Arturo Toscanini, por Harvey Sachs. Vaya un ejemplo de disciplina, estudio y dedicación. Un hombre seguramente tocado por el talento, pero consciente de que el talento sin rigor solo agranda el desperdicio. No se tocaba el corazón para alcanzar la excelencia en una ópera o un concierto. Si algo no le convencía el día anterior al estreno, cancelaba el evento, así se hubiesen gastado una fortuna en la producción, así amenazaran los melómanos con incendiar el teatro.
Sin entrar en detalles o ricas anécdotas, que esta página no da para tanto, quiero decir que la mejor forma de educar no son las recetas, sino el ejemplo. Eso se sabe desde siempre. Entonces habría que hacer un canon del éxito para jóvenes compuesto por diez, veinte o cincuenta biografías de personajes ejemplares.
Y si escribo “para jóvenes” es porque el ejemplo les servirá a ellos, pues como dice el viejo refrán alemán: “Lo que no aprendió Juanito nunca lo sabrá Juan”. O, en los versos de Porfirio Barba Jacob: “¡Oh, quién pudiera de niñez temblando, a un alba de inocencia renacer! Pero la vida está pasando y ya no es hora de aprender”.