Experimentar el caos es vivir

Ensayo

Contrario a la creencia común, es sano para nuestra mente no tener todas las respuestas, vivir la incertidumbre, resolver problemas, tener conflictos, correr riesgos, vivir el peligro.

El caos nos obliga a abrirnos, a lidiar con la complejidad. (Foto: Soheb Zaidi | Unsplash)
Elena Enríquez Fuentes
Ciudad de México /

Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres

sea aquello que los aparta de sus costumbres.

Sí, eso es lo que más los altera…

Fiódor Dostoievski


No se puede aprender nada de un experimento

que resulte precisamente como se había anticipado.

La experiencia nos enseña todo lo que se digna

a enseñarnos por medio de sorpresas.

Charles S. Peirce


Sentía una enorme desesperación. Tenía tres días sin comer. Por fortuna, habían recibido a su mamá en el hospital y eso era una preocupación menos. Nunca había estado en la Ciudad de México, no entendía nada. Buscó trabajo sin éxito, dormía en la calle. Era un círculo vicioso, su aspecto no ayudaba a inspirar confianza y eso le impedía encontrar empleo. Tenía diecinueve años, recién había hecho su servicio militar. Ahí, en una clase de karate, le enseñaron a quedarse quieto y concentrarse. Era una técnica para recobrar la calma y buscar soluciones en momentos críticos.

Pensó en aplicar el método, sin duda era una situación límite. Se colocó frente a una panadería en una calle transitada. Puso su suéter sobre el piso, estaba de pie, relajó los brazos, inmóvil, con los ojos entreabiertos, apenas parpadeaba. De pronto, uno de los transeúntes colocó unas monedas sobre el suéter, otras personas hicieron lo mismo. La sorpresa lo dejó perplejo. Dio las gracias a aquellas personas por su ayuda y les explicó: “no soy un mendigo”. No quiso aceptar más dinero. Tomó las monedas y su suéter y entró a la panadería. Compró un pan, salió feliz con él…, estaba a punto de morderlo cuando alguien pasó corriendo y se lo arrebató. Al contar esta historia, termina así su relato: “Pensé: no hay salida, esto es el caos. Bajé la cabeza, vi frente a mí unos zapatos muy lustrosos: eran del dueño de la panadería. Lo había visto todo y me ofreció trabajo. A partir de ahí hubo un nuevo comienzo”. Así cuenta mi padre su llegada a la ciudad. Todos hemos experimentado el caos, momentos donde se desconfigura nuestra vida, perdemos el control, reina la confusión.

Ante la confusión buscamos orden

Enfrentamos situaciones donde vivimos cambios radicales: enfermedades, la muerte de seres queridos, pérdida del trabajo o de bienes materiales. Sentimos nuestra vulnerabilidad, enfrentamos el peligro, carecemos de control. Para tratar de entendernos a nosotros mismos y al entorno creamos la ciencia, la religión, convertimos la experiencia en conocimiento. Buscamos explicaciones y de ellas nacen métodos para razonar. El uso de las matemáticas, la lógica, las leyes científicas, han moldeado nuestros procesos racionales. Buscar causas y dilucidar sus efectos, hacer deducciones, creer en una lógica de opuestos o en una dualidad, son solo algunas de tantas formas de procesar información. Todo lo anterior son procesos mentales, no describen a la vida o al mundo tal como es.

El universo no tiene ninguna correspondencia con nuestra idea de perfección, en él no hay dualidad, opuestos o un consecutivo lineal de causas y efectos. La naturaleza no es exacta, no hay ciclos repetitivos ni regulares. El universo es caos, una interacción azarosa de infinitos elementos. Gracias al predominio del caos fue posible la vida. Somos el resultado de la interacción, surgimos del azar, de la asociación impredecible de elementos. Por eso no podemos replicar la vida, es un sistema complejo, impredecible.

El orden no es una cualidad intrínseca de los sistemas, conjuntos, cosas, hechos o de todo aquello susceptible de organizarse. El orden es algo creado por nuestra mente, algo impuesto por nuestros procesos cognitivos para tratar de comprender, es exterior a los fenómenos, es irreal. Por eso ninguna teoría social, científica, religiosa o de cualquier otra índole da cuenta exacta del universo ni de nosotros. La vida, las emociones, la naturaleza, el universo, son complejos, difíciles de predecir, son caos. La urgencia de mil retos y conflictos por resolver, individuales y colectivos, nos obliga a emplear nuevas formas de análisis y conocimiento, necesitamos abrir la mente más allá de los razonamientos lineales.

Nada es lineal

¿Qué son los razonamientos lineales?, también se les conoce como pensamientos verticales. Son una forma de abordar problemas de manera secuencial, con base en datos y hechos comprobables, con frecuencia se apoyan en una lógica deductiva. Una de las principales limitantes de esa técnica es su alcance. Los razonamientos lineales o verticales son inútiles para enfrentar problemas cómo la expansión de un incendio, la extinción de una especie, localizar dónde reside la consciencia en los seres humanos, resolver el tráfico en una ciudad, combatir al crimen organizado, conocer la trayectoria de un huracán o prever cuánto tiempo será estable el sistema solar y habrá vida en la Tierra. Nada es ordenado, ni nosotros ni el universo.

Los cuerpos que integran el universo: planetas, átomos, seres vivos o materia inerte, surgieron de la interacción azarosa de diversos elementos, no existe lo concreto. Todos aprendimos el principio del padre de la química Antoine Lavoisier: “La materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma”. En esa transformación el azar tiene un papel central, sin importar cuánto intervenga la mano del hombre. El orden es falible porque no forma parte de los fenómenos. Las explicaciones son una creación mental, se quedan cortas, desde su limitación surgen nuevas preguntas.

Los cuerpos celestes, el cuerpo humano, los átomos, y demás componentes del universo son sistemas complejos. Los sistemas complejos interactúan con otros sistemas también complejos, su organización y relaciones no obedecen a una lógica secuencial de premisas y conclusiones o de causa y efecto. Nuestros órganos como corazón, cerebro o intestinos, son sistemas; las poblaciones de aves y su migración; el caudal de un río, todos son sistemas dinámicos, no se mueven o cambian de un modo mecánico, nada tienen en común con el funcionamiento de un reloj. Los análisis a partir del encadenamiento sucesivo de causas y efectos no dan cuenta fiel de su dinamismo.

Las variables de los sistemas dinámicos son incalculables, por eso se les llama complejos. Para comprenderlos, la atención se enfoca, además de en los individuos, en la forma como interactúan al ser parte de un conjunto. Las hormigas trazan rutas para recolectar comida a partir de la toma de decisiones en conjunto; los cardúmenes se desplazan en una danza acompasada pero impredecible, gracias a ella se protegen de sus depredadores. El colectivo no es la suma de individuos y sus voluntades, es su integración. El conjunto se comporta como un todo. La vida de cada ser humano es una dinámica de retroalimentación constante, entre su ser y actos como individuo, y las acciones que se derivan de formar parte de un todo.

Es imposible disolver el caos y su misterio

En su obra de teatro Arcadia, Tom Stoppard, enuncia así el misterio ante nosotros, a través de uno de sus personajes:

“Esa realidad ordinaria que es nuestra vida, las cosas sobre las que le gente escribe poesía: las nubes, los narcisos, las cascadas o lo que ocurre en una taza de café cuando le echamos crema…; todas estas cosas están cargadas de misterio. Son tan enigmáticas para nosotros como lo era el firmamento para los griegos. El futuro es desorden. Una puerta así solo se ha entreabierto cinco o seis veces desde que echamos a caminar sobre las patas traseras. ¿Qué mejor momento para estar vivo que esté, en el que casi todo lo que creíamos saber ha resultado estar equivocado?”

Cada teoría deja muchas preguntas abiertas, el misterio no se reduce, se agiganta. La vida es caos en el sentido más literal de ese término. Las teorías tienen utilidad en circunstancias muy específicas, son una abstracción, un modo de reducir o captar lo inabarcable. Si cambiamos la escala donde las aplicamos ya no funcionan. El caos no es lo opuesto al orden, no es su antónimo. El caos es la acción del azar. Pensar en opuestos, dualidad, causa y efecto, da explicaciones muy reduccionistas y contingentes. Fuera del espacio terrestre no hay ni día ni noche, tampoco tiempo y espacio como lo concebimos en la Tierra, no hay gravedad.

La humanidad, desde las primeras civilizaciones, ha dado al caos connotaciones negativas, lo asociamos con destrucción, nos perturba. Pero también es el punto de partida para un nuevo ciclo, una oportunidad para acceder a un nuevo estado de consciencia, contribuye a ampliar la percepción y el conocimiento. El caos es el modo como la complejidad rompe nuestros esquemas, nos obliga a abandonar ideas preconcebidas, cuestiona la realidad creada.

Hemos querido disolver el caos a toda costa, para hacerlo creamos ficciones, antes eran mitos, hoy son teorías. En Mesopotamia Tiamat, el dragón del caos primigenio, es asesinado por el rey Marduk para crear orden; el “Génesis” describe cómo antes de la creación todo era caos, confusión y oscuridad en la Tierra; Hesíodo, en la Teogonía, señala: “Antes que todas las cosas fue Caos”, podríamos citar más y más, solo para concluir: el caos precede a cualquier orden y ese orden es temporal, el caos siempre volverá.

La entropía reina en el universo

La segunda ley de la termodinámica: la entropía, es la expresión del caos. A través de ella los científicos aceptan: el orden no existe, todo está en movimiento, se desgasta, interactúa, nada está aislado, todo está compenetrado, incluso lo inerte ante nuestros sentidos se modifica de manera constante. La acción afecta de manera azarosa al individuo, al sistema donde pertenece y al entorno.

La entropía intenta medir el tamaño del caos en un sistema, asegura: todo tiende al caos, no al orden. Solo podemos conocer y calcular probabilidades, no exactitud. Nuestras vidas son un buen ejemplo de entropía. Tenemos dos certezas: nacimos y vamos a morir. Entre esos sucesos, ocurrirán miles de cosas impredecibles, actuará el azar, a mayor interacción de las personas, más probabilidades se abren. Desconocemos la duración de los hechos, sus características y posible temporalidad. Es decir, no sabemos cuánto viviremos ni cómo moriremos, somos caos. En Trópico de cáncer Henry Miller dice “Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, remará el caos de nuevo, y el caos es la partitura en la que está escrita la realidad”.

Cada vez más universidades en el mundo crean centros de estudios de la complejidad o estudios no lineales. La economía, los fenómenos meteorológicos y el comportamiento social se abordan desde los estudios de la complejidad. Las explicaciones no parten de profundizar en la conducta de los individuos, si no en tratar de entender como se integran e interactúan en conjunto, captar cómo surgen formas inéditas de asociación a partir de esas interacciones.

En los proyectos de estudio buscan un lenguaje común científicos de diversas disciplinas, humanistas, incluso artistas. Se auxilian de sofisticados sistemas computacionales, para manejar infinidad de variables y procesar enormes cantidades de información. Las respuestas no son unívocas, son probabilísticas. Los hallazgos se expresan en mapas, no en fórmulas. El punto de partida es: los sistemas complejos no son estables ni predecibles, en ellos reina el azar. El caos es un método de conocimiento, una ciencia para intentar comprender la complejidad.

El reto es abrir la mente, apreciar otras formas de razonamiento, comprender cómo podemos interactuar sin dominación, sin tratar de tener control, buscar esquemas colaborativos donde puedan surgir formas impredecibles de asociación, nuevas maneras de armonizar. El orden entendido como estructuras fijas se rompe, genera caos. Necesitamos organizaciones adaptables, flexibles, creativas, como los cardúmenes de peces, las parvadas en migración, las células o los átomos. Estamos en el umbral de abandonar la batalla para vencer el caos, vamos en camino a abrazarlo.

Llamamos realidad a un mapa

Hace algunos años hice el Camino de Santiago. Una ruta de peregrinación que recorren cientos de senderistas. Existen infinidad de rutas y mapas para guiar a los peregrinos en el recorrido. Me hice de muchos de ellos para no perderme, además, el camino está lleno de señalizaciones. Pero los recursos disponibles son insuficientes, es imposible registrar todas las veredas. Quienes recorren el camino crean nuevos senderos todo el tiempo. Los peregrinos necesitan tomar decisiones para llegar a su destino, a veces aciertan, otras no.

No se puede simplemente seguir los mapas, porque son falibles. Cientos de senderistas repiten la experiencia de hacer el camino cada año. Su motivación son las sorpresas por encontrar, los retos son diferentes. Consideran esta aventura una metáfora de la vida: no importa cuánto conozcas el sendero, siempre habrá incertidumbre y algo por descubrir. Quiénes caminan a Santiago de Compostela tienen mil cosas por asimilar, un cúmulo de vivencias se les agolpa, viven el caos. Surge en ellos la necesidad imperiosa de expresarse, el arte brota en todas partes. Escriben poemas en las paredes, componen canciones, pintan murales, cuelgan carteles donde dicen cosas cómo estas: “Sin cambios no hay mariposas”, “El camino no se anda, se vive”.

Nada es como lo pensamos. El orden y el desorden están solo en nuestra mente, no en el universo. Siempre hay algo inabarcable para las teorías y las leyes. Los hechos derrotan al afán totalizador y nacen nuevas preguntas. El conocimiento emerge como sorpresa, irrumpe en el orden previsto, rompe la realidad concebida. El conocimiento avanza gracias a los cuestionamientos bien estructurados, no por las conclusiones obtenidas. Mientras más precisa es una pregunta, mayor es la posibilidad de percepción y de conocer.

La realidad se rompe y nace un nuevo orden

Nora Elmer, la protagonista de la famosa obra de teatro Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, se esmeró por ser la esposa y madre perfectas. Hizo todo por convertirse en una mujer virtuosa, fiel al prototipo de su tiempo. Actuar así la colocó en una encrucijada. Su conflicto hizo evidente cómo, el admirado modelo a seguir, no servía para preservar lo más importante para ella. Su mundo se rompió. Nora, al quedarse sin salida, confrontó todo lo aprendido y llegó a una ineludible toma de consciencia: si quería salvarse necesitaba crear un nuevo orden.

La obra es muy impactante para los espectadores porque cualquier decisión de Nora para resolver su conflicto generará caos. Sus actos causarán cambios irreversibles para ella, sus seres queridos y la sociedad. Nora creó, a partir de sus creencias, una realidad para ella y su familia, la fabricó con sus acciones. Sus actos tenían sustento en valores incuestionables. Cumplir con el orden establecido llevó a Nora a un conflicto donde era inevitable tomar decisiones, debía enfrentar lo desconocido.

Cuando se estrenó Casa de muñecas generó un escándalo mayúsculo. El conflicto de Nora aún sigue vigente. Las actrices al personificar a Nora corrían altos riesgos, eran atacadas en la calle, incluso peligraba su vida. En las ciudades donde se presentó la obra, los teatros se llenaban, pero el personaje era repudiado.

Nuestra realidad, como la de Nora, se va a romper. La forma como irrumpe el caos y fractura la realidad, nos recuerda: toda idea del mundo, las teorías, la ideología, son ficciones, creencias. Los conflictos desencadenan caos pero, gracias a él, por un instante, captamos la vida, el mundo, el universo tal cual es.

La realidad es una ficción, por eso necesitamos romperla

Contrario a la creencia común, es sano para nuestra mente no tener todas las respuestas, vivir la incertidumbre, resolver problemas, tener conflictos, correr riesgos, vivir el peligro. La creatividad nace de ese caos, romper el orden establecido es una necesidad. Los grandes artistas son revolucionarios sin proponérselo. Los científicos también, al intentar comprender contradicen las leyes vigentes. Estamos en la búsqueda de aprender a relacionarnos en asociaciones más eficientes, necesitamos armonizar no dominar. Es imposible tener control, domar, someter; hacerlo tiene consecuencias peligrosas.

El caos nos obliga a abrirnos, a lidiar con la complejidad. Vivir la turbulencia, la incertidumbre, empuja a buscar soluciones de mayor escala, más profundas. El caos evita el estancamiento. Del mismo modo como ocurrió con la relatividad, se avecina un cambio cultural muy profundo, en El hombre duplicado José Saramago advierte: “El caos es un orden por descifrar”. Lleva tiempo familiarizarnos con conceptos nuevos. El filósofo Edgar Morin, uno de los grandes impulsores del pensamiento complejo, escribió un libro esclarecedor Educar en la era planetaria. Su enfoque permite una lógica en medio del desorden y la ambigüedad, para aprender del error y aprovechar la incertidumbre.

Aceptar el caos, la complejidad, tal vez nos permita deshacernos del miedo paralizante ante lo desconocido, experimentar de un modo menos traumático el momento cuando nuestra realidad se rompe. Si al caer la idea del mundo cultivada por largo tiempo, en lugar de estacionarnos en la frustración, logramos conectarnos con el asombro, quizá podemos mirar con curiosidad, con alegría, cómo emerge un nuevo orden y despertar el ánimo de bailar y cantar con Rubén Blades “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.

AQ

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