Los valientes están solos (Anagrama, 2023), de Roberto Saviano, es una novela que indaga en las circunstancias —personales y profesionales— del juez Giovanni Falcone (1939-1992) en su lucha contra la mafia siciliana, específicamente en Palermo, en los años ochenta, que se desembocó en primera instancia en el llamado Maxiproceso en el que cientos de mafiosos fueron llevados a juicio con sentencias que, en algunos casos, llegaron a cadena perpetua.
Junto con su amigo, el juez Paolo Borsellino, a quien conocía desde niño, y un equipo profesional e inquebrantable, documentaron los movimientos del crimen organizado no solo en cuanto a sus acciones más conocidas y tradicionales —asesinatos, extorsiones, contrabando, tráfico de drogas— sino también en sus relaciones en los negocios y la política, que permanecían ocultas y llegaban a los más altos círculos del poder.
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Saviano sigue los pasos de Falcone en esta empresa que por momentos parecía inútil, en el que sus triunfos, en vez de catapultarlo, lo fueron marginando del combate a la mafia y las sentencias de los mafiosos fueron reducidas o de plano anuladas en nuevas instancias por jueces que parecían inmunes a las pruebas presentadas por Falcone y sus compañeros. Pero él no cesó en su empeño y en el camino se fue quedando solo, con el amor y la comprensión de su segunda su esposa, Francesca Morvillo, y de unos cuantos amigos, mientras muchos otros se ponían en su contra.
Armado con una impresionante documentación, el autor de Gomorra, libro por el cual fue amenazado de muerte por la mafia y debe vivir con una escolta permanente, crea una atmósfera de constante tensión, con un personaje —Falcone— que, después del Maxiproceso, va coleccionando fracasos en el sistema de justicia mientras busca la oportunidad de continuar con su trabajo. Falcone ha visto caer a muchos de sus compañeros, víctimas de bombas o ráfagas de rifles Kalashnikov (lo famosos “cuernos de chivo”), y sabe que tiene el tiempo contado, pero no abandona su misión.
Sus pensamientos, su justificado pesimismo, sus apuestas arriesgadas e inútiles por ascender en el organigrama del poder judicial, pero también sus pensamientos, sus hábitos, sus conversaciones con amigos, colegas y superiores, su amor irremediable por Francesa, que se juega todo con él, van perfilando la personalidad de Falcone, con sus aciertos, sus contradicciones y errores. Con su lealtad irrenunciable a la ley, con la desesperación con que agota cada uno de sus muchos cigarrillos diarios.
En una escena, cuando su mundo parece derrumbarse, Falcone se levanta de pronto, escribe Saviano: “se dirige a la puerta del despacho, la coge para abrirla, pero se queda donde está. ¿A dónde puede ir? ¿Con quién puede hablar? ¿A qué puerta puede llamar?”
Los jueces venales, los políticos corruptos, los periodistas insaciables abruman a Falcone, no puede estar tranquilo, piensa en la muerte y le teme, pero tercamente sigue adelante.
La novela, dice una nota del Corriere della Sera retomada en la contraportada: “Nos retrotrae al corazón de aquellos años (los ochenta y noventa), nos ayuda a comprender la complejidad de los intereses en juego, el abismo de la cobardía y la inmensidad del coraje, la calidad humana de los protagonistas de una historia que nos atañe mucho más de lo que pensamos”.
No atañe, sobre todo, en un país como el nuestro.
AQ