Siempre es más verde el pasto al otro lado de la cerca. Uno imagina con culpa que el odio a la familia es personal; que sólo uno padece a su propia familia disfuncional. Pero no, Rodrigo García agita nuestras conciencias. Escribe y dirige Familia (disponible en Netflix).
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García nos despierta del engaño: también los otros odian a los que más aman. Familia fue nominada al Ariel en las categorías de Actuación y Dirección, pero lo mejor es que esboza el modo en que la institución familiar mexicana se está desmoronando junto con el patriarcado que nos hizo vivir cómodos y esclavos, durante tantos siglos.
Daniel Giménez Cacho interpreta a Leonardo, hombre rudo y del campo que en su vejez ha tenido que convertirse en un gatito que para todo pide perdón. Suele explotar, es cierto, pero lo hace con culpa. Nada que ver con los machos de antigua película nacional. Familia inicia cuando dos hermanas mexicanas se preparan para cruzar la frontera con Estados Unidos. Allá, en el Valle de California, almorzarán con Leo, su padre. No lejos de Tijuana viaja por carretera Mariana. Está embarazada y viene a la reunión con su última conquista, una mujer que más adelante dirá que nunca había tenido relaciones sexuales con una novia encinta. Así es: la familia de Giménez Cacho en esta obra resulta moderna y accesible. Tanto que ponen los pelos de punta y sólo seducen al estadunidense que ya no tiene familia, a la mujer que en la ciudad vive sola y a la española que con trabajo recuerda el nombre de su papá. Aquí, Leo sigue siendo el líder de la tribu, pero procura ejercer su dominio en modo gentil. Lo hace junto a su príncipe, un agradable muchacho con síndrome de Down.
Ahora bien, Rodrigo García tiene suficiente intuición narrativa como para no quedarse en el esbozo de una familia cualquiera. Sabe que es necesario un secreto y un adiós. Los introduce y consigue interesarnos. Bajo la sombra de los olivos, disfrutando en el campo del sonido de las cigarras y de una exquisita mariscada (que devoran con placer, paladeando vinos de California y tequilas caros) la familia de Giménez Cacho está por enterarse de que los cambios han llegado hasta este rincón del planeta para terminar con un modo de vida que hace veinte años parecía asegurado. Llegados aquí es necesario plantear por qué esta película resulta tan atractiva en el contexto de las obras que se enfrentarán en la competencia del Ariel el próximo 9 de septiembre del 2024.
Gabriel García Márquez decía que el verdadero camino del arte fílmico en Latinoamérica pasaba forzosamente por el espíritu del Neorrealismo Italiano. Rodrigo García demuestra que hay otros sitios para mirar. El Realismo Soviético, por ejemplo, y su antepasado, el teatro de Chejov.
En efecto, en Familia Rodrigo García produce universos internos tan complejos que recuerdan el espíritu de El jardín de los cerezos en flor. Recordemos que el jardín en venta era metáfora de una crisis social y cultural que terminó por manifestarse de modo violento durante la Revolución rusa. Y no es este el espacio para ofrecer profecías apocalípticas, pero pocos dudan que el mundo sigue cambiando. La intuición de Rodrigo García ha producido una película en la que vemos que la situación mundial alcanza, incluso, este plácido olivar en California. El Mexican Way también está por desaparecer y puede que nuestra familia disfuncional, al igual que la de esta película, esté cerca ya de reunirse por última vez. Para amarse, reprocharse, disculparse y decir adiós.
Familia
Rodrigo García | México | 2023
AQ