En el mundo hay un juez y un ministerio de propaganda. El próximo 10 de marzo dicho ministerio dará un Oscar a la “mejor película”. Y se nos quiere sorprender considerando entre las nominadas a una obra que se burla no sólo de los editores de libros en Estados Unidos, sino de Hollywood.
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Ficción estadounidense (disponible en cines y en Prime Video) tiene gracia porque pone sobre la mesa la discusión en torno a la libertad artística de una persona que por su origen social, preferencias sexuales o color de su piel tiene que escribir lo que el statu quo piensa que debe escribir. Thelonious Ellison es un burgués bien educado cuyo objetivo en la vida consiste en reescribir historias griegas. Enfrentado al hecho de que de un afroamericano no se espera que escriba cosas así, decide unirse a eso que en el rock llaman The Man: el blanco que juzga y discierne el bien del mal. Ellison se inventa una novela con todo lo que se espera de él. Y comienza la comedia de enredos.
El director Cord Jefferson ha creado una obra importante que, por desgracia, se le va de las manos. A pesar del intento por hablar de los problemas de racismo que sufren todos en Estados Unidos, Jefferson no tiene la elegancia de Spike Lee para retratar una sociedad tan compleja. Hipócrita y fascinante. Una cultura en que todos hemos sido juzgados antes de nacer. Ya he escrito aquí cómo, a través de premios como el Oscar, la Palma de oro o el Nobel, el centro del mundo confina a sus periferias a decir solo lo que ellos, estadunidenses y europeos, quieren escuchar.
El problema lo toca con toda elegancia J. M. Coetzee en su novela Elizabeth Costello. Una escritora australiana se enfrasca en agria discusión con un novelista africano y le reprocha por permitir que los europeos lo encasillen así. La novela inglesa, dice Costello, la escribe gente inglesa para otra gente inglesa, la novela rusa la escriben los rusos para otros rusos, pero los novelistas africanos todo el tiempo están atisbando por encima del hombro, hacia los extranjeros. Han aceptado el rol de intérpretes, acusa Costello. Interpretan África para sus lectores. Esto es precisamente lo que termina por ser Ficción estadounidense y resulta por ello como un chiste que se alarga demasiado. Si uno se fija, Ellison termina por volverse traductor del problema que implica escribir en Estados Unidos cuando no eres ni blanco ni anglosajón ni heterosexual.
Por otra parte, la resolución del embrollo cuando Ellison trata de ser honesto es irreal. Se critica a Hollywood, sí, pero con un dejo de complicidad. En la vida real, escritores que han hecho cosas así terminaron demandados y en el oprobio. Laura Albert, por ejemplo, escribió haciéndose pasar por un jovencísimo prostituto homosexual y cuando se descubrió que lo suyo no era autobiográfico, terminó mal.
Al juez del mundo le gusta que le hagan bromas como Ficción estadounidense, pero no que lo miren de frente. En este sentido vale la pena reflexionar en torno a aquello que han dicho los grandes maestros del mundo: “no juzgues”. Este imperativo no puede referirse a tratar de distinguir entre un bien o un mal ético sino más bien a no prejuiciar o no querer adivinar lo que hay en el interior de una persona por el color de su piel. Eso es juzgar y los clichés de esta película (por ejemplo, el hermano homosexual del protagonista) demuestran que en este mundo en que hay un juez y un ministerio de propaganda todos, incluyendo los blancos, antes de nacer, ya hemos sido juzgados.
Ficción estadounidense
Cord Jefferson | Estados Unidos | 2023
AQ