Fue en el año 2005, en la librería Educal del Museo de la Cultura Maya de Chetumal, cuando descubrí por primera vez algunos ejemplares de la editorial Ficticia.
Estos volúmenes, que formaban parte de la Biblioteca de Cuento “Anís del Mono”, los encontré por casualidad, a punto de salir del recinto, en el último tramo del anaquel donde se exhibían las novedades de las editoriales comerciales.
Llamó mi atención la originalidad y belleza de sus portadas, la calidad de sus páginas interiores, el buen tamaño de sus letras y, cómo olvidarlo, la curiosa imagen del primate lector que sobresalía en las contraportadas. Pero, sobre todo, la espléndida nómina de los autores incluidos. Allí convivían algunos de los narradores mexicanos que más admiraba: Leo Mendoza, Eusebio Ruvalcaba, Gerardo de la Torre, Agustín Monsreal, Carlos Vadillo Buenfil, Adolfo Castañón, Luis Bernardo Pérez, Javier García-Galiano, Ignacio Trejo Fuentes, Agustín Cadena y otros que no conocía pero que después de leerlos, comenzaría a seguir.
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Esa tarde salí del Museo de la Cultura Maya con la colección completa bajo el brazo, dispuesto a devorarla a la sombra de los flamboyanes en flor, echado en una tumbona frente a la piscina del céntrico hotel Holiday Inn, mi casa temporal en aquella calurosa ciudad caribeña. Me parecía admirable, y a la vez increíble, que existiera en México una editorial de ese nivel dedicada exclusivamente al cuento, género que no suele despertar demasiado entusiasmo en los editores.
Entonces anhelaba dedicarme únicamente a escribir: leía con voracidad, me ofrecía para presentar novelas de capitalinos que venían a la Ciudad Blanca a promocionar su trabajo, formaba parte del taller mensual de Rafael Ramírez Heredia y había logrado publicar un breve cuentario en una simbólica editorial de la península.
Y lo que son las cosas, un par de semanas después, ya en Mérida, al término de la sesión literaria con el “Rayo Macoy”, mientras bebíamos unas cervezas en la legendaria Carreta Cubana, el maestro Ramírez Heredia, quien lidiaba en esa época con los primeros embates de un agresivo cáncer, ofreció contactarme con Marcial Fernández. “Un hombre exigente, amante de la buena literatura y de la fiesta brava”, dijo, “dueño de una espléndida editorial donde están publicando los mejores cuentistas de México”.
Fue así como meses más tarde, —luego de haber superado las rigurosas revisiones impuestas por Marcial, bajo el cuidado editorial de Mónica Villa y con un llamativo diseño de Rodrigo Toledo—, salió a la luz Los mártires del Freeway y otras historias. Este sería el primero de los siete títulos que, con el correr del tiempo, publicaría en Ficticia, casa grande del cuento que este año cumple cinco lustros de haber sido fundada. Lo único que lamento es que Rafael Ramírez Heredia, artífice de mi vinculación con esta editorial, nunca llegó a tener el libro entre sus manos: la muerte lo sorprendió días antes de su lanzamiento.
No soy el único autor que podría contar su historia de vida con Ficticia, pues desde su fundación, Marcial, Mónica y Rodrigo han publicado en papel a más de 677 escritores y han editado 140 cuentarios distribuidos en diversas colecciones: “Anís del Mono”, “Cuento Contemporáneo”, “Premios Nacionales”, “Tauromaquia”, “Ediciones del futbolista” y otras. En total, este admirable trío de empecinados que conforma Ficticia ha lanzado al mercado alrededor de 250 ejemplares que incluyen, además de cuento, ensayo, novela, futbol, box, arte, literatura infantil, testimonio, fiesta brava, ciencias sociales e incluso un título de cocina yucateca, capricho de la pluma del que esto escribe.
Ahora bien, antes de que la editorial se consolidara como una de las más reconocidas en nuestro país, conviene recordar que hubo un tiempo en que el propio Marcial creía en el poder de los portales digitales. Aún no existían los blogs, ni las redes sociales cuando en los últimos años del siglo pasado apareció en el ciberespacio ficticia.com, ciudad virtual de narrativa breve escrita en español donde publicaron sus primeros relatos muchos narradores que hoy ocupan un lugar importante en las letras nacionales. Jaime Mesa, Liliana Blum, Isaí Moreno, Gonzalo Soltero, Mauricio Carrera, solo por mencionar algunos, figuran entre ellos.
Paralelamente a su prolífica y cuidadosa labor como editor, Marcial Fernández ha desarrollado una notable obra literaria en la que destacan el humor, la ironía y la imaginación. Los mariachis asesinos y Museo del tiempo y otras ficciones son dos de sus títulos más celebrados. Y por si lo anterior no bastara, vale la pena recordar que, durante muchos años, Marcial dedicó parte de su tiempo a la crónica taurina y al periodismo cultural.
Alguna vez, Marcial Fernández afirmó en una entrevista que Ficticia no era solo una ciudad virtual y un sello editorial, sino un proyecto de vida en el que, como en los laberintos, era fácil entrar y difícil salir. Marcial, Mónica y Rodrigo llevan un cuarto de siglo cautivos en ese laberinto, impulsando, sobre todo, el trabajo de escritores mexicanos radicados en el interior del país. Prueba de ello es el vínculo que han establecido con varias instituciones culturales fuera de la capital. Solo en la hermana República de Yucatán, por ejemplo, han publicado libros de mis coterráneos Will Rodríguez, Roberto Azcorra Cámara, Adán Echeverría, Agustín Monsreal, Roger Metri, Gará Castro, Alonso Marín Ramírez, Adrián Curiel Rivera (yucateco por adopción) e Ileana Garma Estrella, además de dos antologías tituladas El espejo de Beatriz I y II, conformadas por los relatos ganadores del Concurso Nacional de Cuento Beatriz Espejo y una antología de cuentistas de la península, Sureste, compilada por un servidor.
Quizás Marcial no se ha dado cuenta, pero somos muchos los que nos alegramos de que no haya encontrado aún el hilo de Ariadna que conduce a la salida del laberinto que él mismo diseñó. Sin la existencia de Ficticia, la historia del cuento contemporáneo en México sería completamente distinta. Mucho menos interesante y prolífica, de eso estoy seguro. Larga vida a Ficticia Editorial.
AQ