El paternalismo y la demagogia utilizan a la artesanía y las culturas populares como disfraz ideológico. Estar con el pueblo es vestirse de huipil y sombrero.
La firma Carolina Herrera, en la Colección Resort 2020, dirigida por Wass Gordon, se inspiró en los textiles mexicanos para realizar sus modelos. La Secretaría de Cultura lanzó una acusación de plagio y les pidió “una explicación por el uso de los diseños y bordados de los pueblos originarios”. La explicación es muy sencilla: las grandes firmas de moda extranjeras sí saben apreciar la belleza de nuestros textiles y por eso los innovan, los interpretan y son capaces de llevarlos a las pasarelas de alta costura.
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La queja de la Secretaría de Cultura es proteccionista y chovinista. La defensa de nuestros artesanos, y del valioso acervo cultural que producen desde hace siglos, se demuestra con acciones reales de planes de apoyo, comenzando por la educación, ninguna escuela de artesanías es a nivel universitario. En países que sí valoran esta sabiduría, como China y Japón, existen universidades dedicadas a preservar las técnicas y formar artesanos con grados académicos, que pueden aspirar a becas internacionales y ser doctorados.
En Japón no existe la diferencia entre artista y artesano, aquí es artista el que firma cajas de zapatos y no el que hace un bordado exquisito que le exige tres años de trabajo, otorgan doctorados en performance y no en maque de Olinalá. Los artesanos en México son folclor decorativo, no tienen estatus de artistas, por eso las universidades donde imparten arte no imparten artesanías.
Carolina Herrera, Isabel Marant y Zara ven el potencial estético y comercial de esta belleza artesanal, algo urgente para que nuestra artesanía sea una forma digna de vida. La demagogia quiere ver a nuestros artesanos vendiendo en calles y en puestos ambulantes, con el despotismo de los clientes regateando. Lo justo es que esos textiles desfilen en pasarelas de alta costura, y que los clientes paguen lo que valen. Las técnicas se están perdiendo, los hijos de artesanos prefieren emigrar a Estados Unidos que continuar en la pobreza de un oficio infravalorado.
Aprendan que no sólo existen los horrendos diseños de Pineda Covalin, que denigran la artesanía en materiales baratos y ropa mal cortada o las obras de arte VIP de Betsabeé Romero, que se burlan de una tradición y la exhiben en los museos. Aprendan en lugar de quejarse y hacerse los ofendidos, vean cómo estas firmas pueden hacer lo que aquí no hacen. No es un asunto de derechos de autor, es un asunto de derecho a crear y vivir dignamente de la artesanía.
Los que merecen explicaciones son los artesanos, y no de parte de las firmas de diseño, sino de parte de las autoridades de Cultura.
ÁSS