Foo Fighters, el invento de un hombre orquesta

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Diez álbumes y cuatro EPs conforman la historia de una marca que le pertenece a un solo individuo, el que inventó, llevó a la cúspide y sigue colocando hits en radio.

Concierto de Foo Fighters en House of Blues de Cleveland. (Foto: Facebook de Foo Fighters)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Taylor Hawkins murió la semana pasada en Bogotá, pero su ausencia en los tambores posiblemente no imponga grandes cambios en la dinámica de Foo Fighters. Tal vez, el propio Dave Grohl ocupará el sitio del colega extinto, pues está más que acostumbrado a cubrir todas las funciones, es el perfecto hombre orquesta: en 1994, tras el suicidio de Kurt Cobain y la disolución de Nirvana, Grohl creó a los Foo Fighters, aunque solo contaba con un miembro (él).

En aquel 1994, el grunge comenzaba a declinar. La incipiente propuesta del ex baterista y nuevo líder de una banda imaginaria (Grohl eligió el nombre Foo Fighters quizá como un chiste, pues se refiere a los ovnis o los objetos no identificados que los pilotos vieron en el aire en la Segunda Guerra Mundial), se apartaba ligeramente del sonido que Nirvana, junto con el de Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains o Stone Temple Pilots, erigieron como soundtrack existencial de la Generación X. El reto no representó mayor esfuerzo: la música de Grohl, como él mismo lo dijo, nunca coincidió del todo con el estilo de Cobain. Y contrario a lo que cualquiera hubiera sospechado, sus tracks se colaron directamente al Billboard.

El álbum debut Foo Fighters (1995) fue un éxito rotundo. Su mayor mérito fue que Grohl cantó y tocó hasta la última nota, ya que únicamente agregó una colaboración, la guitarra de Greg Dulli en “X–Statics”, el track número diez. Entre el pop, el hard rock y ciertas texturas grunge a las que Grohl era (y sigue siendo) incapaz de renunciar, con ese primer disco el futuro de los Foo pintó la mar de bien. Por tanto, para la siguiente producción, The Colour and The Shape, Grohl reclutó a los miembros que le faltaban, todos, incluido el fallecido Taylor Hawkins.

Diez álbumes y cuatro EPs conforman la historia de una marca que le pertenece a un solo individuo, el que inventó, llevó a la cúspide y sigue colocando hits en radio, el que se ha propuesto hacer cualquier cosa y no le teme ni al ridículo. Por ejemplo, la película Studio 666, actualmente en cartelera, un portentoso monumento al humor bobalicón estilo Beavis & Butt–Head, Wayne y Garth o Austin Powers, una nefanda comedia de terror en la que Grohl, fiel a su talante protagónico o cualidad de hombre orquesta, es poseído por un demonio rockero que lo incita a matar a todos los miembros de los Foo. Con cuchillos, con asadores, con motosierras, con los propios instrumentos. A Taylor Hawkins, el diabólico Grohl le lanza un platillo crash. El disco le da en plena boca abierta, así que el cuerpo se desploma lentamente, pero la mitad de la cabeza permanece incrustada en la pared. Grohl levita en éxtasis, emitiendo una risotada gutural. Esa escena es el culmen de la pobreza argumental de Studio 666: la posesión diabólica como producto de una fórmula macabra. Un sitio embrujado, el bloqueo creativo y la obsesión por concebir la rola perfecta.


Studio 666, como todo lo que atañe a Foo Fighters, es una historia de Dave Grohl, escrita por Jeff Buhler y Rebecca Hughes. Dirigida por BJ McDonnell y de pésima factura, me atrevería a afirmar que, con el tiempo, pudo ser la perpetua cruda moral de la banda fundada en Seattle, de no ser porque la repentina muerte de Taylor Hawkins tal vez nuble los malos recuerdos pues, aunque los FF no son un grupo extraordinario, no merecían apuntarse un bodrio tan descomunal en su azarosa biografía. Algo solo comparable con, digamos, ese cosa que Kiss filmó en 1978, Kiss Meets the Phantom of the Park, dirigida por un Gordon Hessler que esquilmó la celebridad de Gene Simmons, Paul Stanley, Ace Frehley y Peter Criss.

Pero, no todo está perdido. Foo Fighters es y siempre será Dave Grohl. Un músico con muchas banderas y sin un solo apego, salvo el de seguir haciendo lo que más le gusta: rolas chirriantes, ultrarrápidas o soleados pop que, al fin y al cabo, siempre se venden.

AQ

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