Franc Ducros, la sonrisa del aire

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La sabiduría del poeta francés sobrevive en las generosas lecciones que legó a sus alumnos.

Franc Ducros, 1936-2023. (Foto: | UDG)
Jorge Esquinca
Ciudad de México /

A Gisèle Pierra

Sabiduría que se expone sin imponerse, que se entrega sin regateos a quien quiera recibirla. Poeta de la extrema concentración, la palabra poética de Franc Ducros encuentra en el aire su elemento natural, su vehículo predilecto. Al igual que en un tallo cada nudo lanza más arriba al mismo tallo, hay en sus poemas una voluntad de ascensión que halla su peso específico, su honda raigambre, en la materia nombrada. Una piedra, un árbol, un pájaro son manifestaciones que emergen de una fractura originaria, que se sustentan en un vacío superior al que parecen habitar las cosas todas, las palabras mismas. Así, la poesía de Ducros se alza sobre los bordes de un abismo sólo para mejor abismarse; fruto de un obstinado rigor, pide a los lectores lo contrario a una entrega vertiginosa: “el instante que arde sin duración”: una pausa.

Escribí las líneas anteriores para presentar una breve selección de poemas de Franc Ducros (Moulezan, 1936-Saint Jean de Védas, 2023) en una revista hace exactamente diez años. Hoy que mi amigo, mi maestro, ya se encuentra inmerso en “el oro azul de la mañana”, quisiera desarrollar algunas de las ideas expuestas en ese párrafo.

Sabiduría. A veces Franc, al sonreír, adquiría el aspecto de un hombre venido de otro tiempo y también de otra latitud; como si sobre sus rasgos físicos aparecieran los de una persona desconocida, aunque revestidos de una extraña familiaridad. Un sabio taoísta, un maestro zen que acabara de plantear, con la mayor naturalidad posible, una pregunta imposible. No olvido su predilección por ciertos pintores y poetas chinos y de cómo fue él mismo quien nos sugirió una delicada pintura de Shitao (S. XVII) para ilustrar la portada de su primer libro publicado en México: Los ojos, la tierra (1994).

Concentración. ¿De cuántos versos está hecho el poema más extenso de Franc? No más de quince, tal vez. Con frecuencia, algunas de las líneas que lo componen constan de una sola palabra. Y, sin embargo, al hojear las páginas de una de sus últimas colecciones —L’óubli l´ éclat (2019)— no es difícil encontrar entre ellos una admirable continuidad. El aliento, el ritmo, su particularísima sintaxis, esa “búsqueda, tal vez vana, de la luz en su más alto grado de intensidad” que vinculan cada fragmento escrito a lo largo de los años y que casi sin intervención de la voluntad se despliegan: brevísimos destellos que, como tales, estallan justo antes de desaparecer.

Palabra. Antes que cualquier comienzo de escritura la palabra fue sonido; sonido y sentido forman entonces un mismo vehículo que, proferido por la voz humana, avanza por el aire hasta alcanzar un oído. De aquí que la importancia de oír sea pareja a la de hablar: “fiándome / al murmullo inagotable, oyendo / lo que no habla –lo que / no se dará sino al hablar / en su lugar”. Es decir que la palabra poética habrá de ser semejante a ese murmullo de las cosas y los seres que carecen de habla y a los que, así sea por un instante, hace aparecer.

Jorge Esquinca, Franc Ducros, Luis Vicente de Aguinaga y Víctor Ortiz Partida. (Cortesía del autor)

Raigambre. Como “raigal” su vecina en el diccionario, esta palabra proviene de radix, entendida aquí como un conjunto de raíces “unidas y trabadas entre sí”; pero alude también a “una serie de antecedentes, hábitos o afectos que hacen firme y estable o que ligan a alguien a un sitio”. Tal vez podría decir que la poesía de Franc encontró desde un principio un fundamento del que no se apartaría, las palabras como surgidas del interior oscuro de la tierra, se cargan de luz al entrar en contacto con el aire, “se irisan”, son hierba que respira.

Fractura. Está desde el principio e indica una separación, una ruptura. Sin embargo, a través de ella, se manifiesta el mundo, los seres que lo pueblan. Nosotros también pasamos a través de ella, la palabra misma pasa, se aproxima a eso “que no tiene nombre, pero permite nombrar”. Las raíces trabajan en lo oscuro para que el tallo se levante, perfore la tierra, se eleve hacia la luz. Nos habla también de la tierra que está “hueca”, como un receptáculo amable, nutricio, generador de la vida. Y el cielo es una esfera infinita en la que estamos envueltos.

Algunos de los títulos de Franc Ducros. (Laberinto)

Vacío. Dante fue una de sus pasiones. Franc nos enseñó la función de la terza rima que tiene por objeto reproducir, rítmicamente, el caminar; el paso, la medida humana. En el esquema de rimas que comienza: A, B, A / B, C, B —y cuyas variaciones seguirán hasta el final de la Divina comedia—, la B y la C representan el vacío que genera el paso al darse; vacío del que surge entonces el siguiente verso, las siguientes rimas. “Una invención prosódica absolutamente genial, con este metro poético el poema avanza como el hombre. Nos hace sentir en la palabra el equivalente del movimiento que hacemos cuando caminamos”.

Obstinado rigor. Es la divisa, el lema, de Leonardo da Vinci. En uno de los muchos ciclos de enseñanza que generosamente impartió a lo largo de los años en Guadalajara, Franc expuso sus consideraciones —siempre con clara profundidad— sobre la obra de Leonardo, como antes lo había hecho con Miguel Ángel y Bernini; con Mallarmé, Rimbaud y su querido André du Bouchet. (Gracias a Franc, conocí al maestro en su casa de Truinas, en el sur de Francia y con su aprobación traduje una antología: Araire (2005), que Franc mismo seleccionó y presentó.) Recuerdo que, durante el curso sobre Leonardo, Franc se demoró en sus estudios sobre el movimiento de las aguas o el desplazamiento de las nubes, le interesaba especialmente el sutil juego de veladuras que le confiere una muy especial cualidad a sus pinturas. “Se trata del aire —nos decía—, la Mona Lisa es el pretexto que formuló Leonardo para pintar la sonrisa del aire”.

AQ

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