Francisco González-Crussí: anatomía de una literatura sin fronteras

Reseña

La muerte, el nacimiento, el cuerpo, las malformaciones, la violencia y sus efectos, la enfermedad y la relación de las pasiones humanas con el organismo: horizontes en la obra de quien ve en la práctica médica un motivo para la imaginación.

Francisco González-Crussí, médico y escritor. (Foto: Avelina Martínez | MILENIO)
José Ángel Leyva
Ciudad de México /

Se escribe poesía y se hace arte porque la vida no basta, solía decir el poeta brasileño Ferreira Gullar, y hay médicos que escriben literatura porque la ciencia médica no alcanza. Gullar escribió un magnífico ensayo sobre el dolor y el arte en el que muestra cómo el primero se convierte en belleza y en significados estéticos y vitales. Antonio Gamoneda, poeta español, ha insistido que su obra lírica se reduce casi estrictamente al tema de la muerte y a esa dimensión que representa un viaje de una inexistencia a otra inexistencia. Ferreira, en su poema “Plátanos podridos”, muestra sin contemplaciones la condición deleznable del hombre, de su corporeidad. El fruto se desintegra bajo los rayos del sol en una playa, junto a los cuerpos espléndidos de las y los bañistas, que sufrirán, tarde o temprano, la misma descomposición química. El médico y escritor mexicano Francisco González-Crussí ha comenzado su escritura literaria desde esa perspectiva de conocimiento, la muerte como dadora de vida y como destino ineluctable, la muerte como revelación y cambio. Gamoneda señalaba en una conversación que el arte, la literatura, la poesía en general, transforman el dolor y el sufrimiento en gozo estético, hacen de la muerte un canto de vida. ¿Qué sucede cuando la imaginación científica dialoga con el otro hemisferio de la cultura?

Jacobo Guzik y Susana Glantz me descubrieron la escritura de Francisco González-Crussí, el amigo que había emigrado a Estados Unidos tras concluir sus estudios de Medicina en la UNAM y había adoptado el inglés como lengua literaria. Con la certeza de su efecto, pusieron en mis manos Notas de un anatomista. No se equivocaron, la admiración manifiesta de Ruy Pérez Tamayo en el prólogo a la edición mexicana la suscribí desde el inicio y hasta el final de mi lectura. Pérez Tamayo, ícono de la investigación, la bioética y la divulgación de la ciencia en nuestro país, leyó la primera versión en inglés, publicada en 1986; sospecho que por iniciativa suya, fue traducida por Antonio Garst al español y publicada en el Fondo de Cultura Económica en 1990.

Son varios los motivos que pondera Ruy Pérez Tamayo de su colega, ambos patólogos y profesores universitarios: ser un destacado hombre de ciencia en uno de los países más competitivos, hablar y escribir en inglés mejor que la mayoría de los nativos de Estados Unidos, su erudición, y sobre todo poseer una escritura literaria de alto nivel en una lengua que no es la materna. Esa obra inaugural apuntala ya algunos de los temas que de manera recurrente va a desplegar el autor en futuras piezas escriturales con nuevas y originales perspectivas. La muerte, el nacimiento, el cuerpo, los sentidos, las malformaciones, la violencia y sus efectos, la enfermedad y la relación de las pasiones humanas con el organismo. Aunque la medicina es el eje rector de su escritura y la realidad su campo de observación y de trabajo —no hay ficción en su obra—, el empleo de técnicas literarias acusa una declarada intención lúdica, un disfrute estético e intelectual en cada libro y en cada pieza ensayística o relato.

En varios sentidos he pensado en Joseph Conrad cuando leo los textos de González-Crussí, además de escribir en un idioma no materno. En su Crónica personal, Conrad explica por qué eligió el inglés como lengua literaria y no el francés, que dominaba desde niño, y menos aún el polaco, su idioma natal. Halla en el inglés un lenguaje práctico y directo, económico y preciso, sin las dificultades y ornamentaciones gramaticales del francés y sin las limitaciones geográficas del polaco. Ambos son migrantes, pero Conrad, a diferencia de González-Crussí, no es un científico de prestigio, sino un marinero. El europeo decide escribir, como el mexicano, con base en la imaginación, pero no de la invención: el mar es un tema que conoce y ha vivido en carne propia. González-Crussí descubre la imaginación, no la invención ni la ficción, en la medicina; halla recursos asociativos en los fenómenos biológicos y en la fisiología humana con sus propias y abundantes lecturas literarias, filosóficas, históricas. Es decir, dota de humanismo a una disciplina que se ha ido constriñendo a una práctica técnica y comercial, el mercado no es ajeno al primer llanto ni al último suspiro. La imaginación, la autenticidad y el humor son los ingredientes básicos en la prosa del médico que devino escritor sin abandonar jamás el estudio de su profesión.

Muchas veces pensé que Oliver Sacks era un referente en la obra de González-Crussí, sin darme cuenta que eran en realidad coetáneos, el primero de 1933 y el segundo de 1936. Dos eminencias que cultivaban la escritura con una clara intención no sólo divulgativa, sino reflexiva y literaria. Ambos poseedores de una inagotable curiosidad y de un bagaje cultural que enriquecía cada uno de sus textos. Sacks a la manera de reportajes y crónicas, de relatos de viaje y González-Crussí con el entramado del ensayo, el centauro de los géneros, y también en ciertos momentos con el impulso de la crónica. Dos visiones y dos sensibilidades que respondían a nociones y raíces culturales distintas, pero creando espacios de conocimiento y de lectura sin preceptivas limitantes, sin cartabones formales que impidieran la formulación de escrituras híbridas, en las que el lenguaje médico, preciso y conciso, dialogara con una prosa de intenciones estéticas. En una reciente charla cibernética le pregunté sobre esta relación y me respondió:

“No logré conocer a Oliver Sacks en persona. Nuestros contactos fueron epistolares. Expresó apreciación por mis libros, y no escatimó elogios a lo que yo publicaba. Viniendo de él, sus encomios fueron de enorme ayuda para promover mi obra. Una revista mexicana propuso que entablara una conversación con él, para lo cual yo iría a Nueva York. Nunca llegó a realizarse este plan. Sacks estaba de acuerdo: a pesar de la enorme fama que había logrado (su célebre obra El hombre que confundió a su mujer con un sombrero ya se había traducido a un centenar de idiomas y hasta se había hecho una ópera cuyo libreto estaba basado en ese libro), siempre se mostró sencillo, accesible y sumamente amable conmigo. Me envió un par de libros de su autoría. Al final de su vida se interrumpió la comunicación porque, según me dijo, un problema serio de los ojos le había reducido seriamente la visión y le dificultaba la lectura. No sé qué tanto influyó su obra en lo que hago. Admiro su incomparable manera de enganchar al lector con hechos inusuales, poco conocidos, pero importantes. Admiro su estilo llano, directo, como de reporte científico, sin dejar de ser conmovedor”.

Francisco González-Crussó, médico egresado de la UNAM y especialista en Patología. (Foto: Avelina Martínez | MILENIO)

En la obra de González-Crussí la observación y las asociaciones científico-culturales no son ajenas a su propia biografía, a sus emociones; a menudo nos habla de su infancia, de sus raíces mexicanas, de su familia. Incluso emplea anécdotas personales para ilustrar algunos de los temas que trata, como sucede cuando en su libro Los cinco sentidos habla del gusto y el picante. La figura paterna aparece como ejemplo de la derrota y ese inexplicable fervor por convertir en placer el sufrimiento gustativo con el consumo de chiles abrasivos. Esa imagen me hizo recordar los versos de “Pasado en claro”, de Octavio Paz: “Del vómito a la sed,/ atado al potro del alcohol,/ mi padre iba y venía entre las llamas./ Por los durmientes y los rieles/ de una estación de moscas y de polvo/ una tarde juntamos sus pedazos”.

La vocación humanista del médico mexicano lo ha llevado no sólo a interesarse por otras culturas, como la china, de donde es originaria su esposa, sino a estudiar su historia, su idioma y sus tradiciones filosóficas. Horas chinas nos obsequia un curso sucinto de la complejidad cultural de este pueblo milenario que tuvo un momento de esplendor civilizatorio mucho antes de que Occidente emergiera del letargo medieval. La mirada del observador del mundo microscópico muda a una visión histórica y exorbitante para colocarnos ante las dimensiones planetarias del hombre, de su presencia en la Tierra. En su libro Sobre las cosas vistas, no vistas y mal vistas, González-Crussí nos coloca ante cambios de actitudes y tradiciones en lapsos relativamente cortos, civilizatoriamente hablando. La Ciudad Prohibida fue una realidad hasta 1924, a lo largo de 500 años, para alojar a dos dinastías, la Ming y la Qing, y esa visión del mundo cambió de manera radical, pero no así ciertas costumbres, significados y valores que están en el tejido cultural de esa sociedad. Horas chinas me hace pensar en el diálogo al que recurre Ryszard Kapuscinski en Viajes con Heródoto para establecer una medida entre el asombro del historiador griego y el reportero polaco, que al salir del universo del mundo socialista e internarse en la India primero, luego en China y después en África, advierte que los cambios suelen ser impredecibles: mientras unos imperios se erigen, otros quedan reducidos a escombros. Así, la Historia es una acumulación de ruinas y de muertos. Asistimos a ésta como lo hacía la sociedad francesa en el siglo XIX a ver el espectáculo de la morgue. Porque, nos revela González-Crussí, morgue viene de la palabra antigua francesa morguer, que significa mirar atenta e inquisidoramente.

A propósito de la no ficción y la imposibilidad para la novela, me respondía en esa conversación reciente:

“Me atrajo el ensayo. En parte, por su carácter híbrido. Dentro de un ensayo cabe un cuento, una reflexión filosófica, un poema, un epigrama, un discurso oratorio, una plegaria, etcétera. Además, reflexionar sobre lo que mi experiencia de patólogo me ponía delante me parecía una actividad normal, coherente, y lógica. Trabajé en el laboratorio; hice diagnósticos con el microscopio, no con el estetoscopio. Mi oficio, como una vez dijo un crítico francés, invita a la reflexión”.

Casi al final de Horas chinas, publicado en México en 2007, su autor nos recuerda que los excesos medicinales y culinarios, y ciertas perversiones gastronómicas que responden a costumbres muy antiguas, han causado devastaciones ambientales y daños ecológicos que se revierten en enfermedades humanas. Ya en 2002 se reportaron 35 casos de una enfermedad contagiosa caracterizada por fiebre alta, tos y dificultad para respirar. Esa neumonía atípica fue reconocida por el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos con el nombre de SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome). Tres meses después la OMS reportaba más de siete mil casos en el mundo.

En su comentario, González-Crussí anticipaba un problema y un riesgo latente que describe en su ensayo “Zoonosis”. La agresión permanente a los ecosistemas y la invasión de hábitats animales han provocado que virus y bacterias salten las barreras de especies animales y se transmitan también al hombre, origen de esta pandemia.

En noviembre del año pasado, la Academia Mexicana de la Lengua distinguió al médico escritor con el VI Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, por Del cuerpo imponderable. Ensayos sobre la visión médica y artística de la corporalidad, y este 2020, la editorial Grano de Sal, dirigida por Tomás Granados Salinas, pretende poner en circulación Más allá del cuerpo. Ensayos en torno a la corporalidad. Al leer estos textos, compendiados en ambos libros, u otras obras como Mors repentina y Día de muertos, me parece elucidar que la obra de Francisco González-Crussí está construida a base de pequeñas piezas que pueden funcionar de manera independiente o agrupadas en temáticas y motivos amplios o específicos, aglutinantes, y que en determinado momento podrían incluso ser intercambiables.

El espíritu cosmopolita y desprejuiciado de González-Crussi, su amor por el conocimiento y las letras, me trae a la mente el ejemplo de Víctor Segalen, escritor, poeta, etnógrafo y médico de la marina francesa, apasionado de la cultura china, quien dejó —tras su muerte temprana a los 41 años de edad, en 1919—, una obra inédita, Ensayo sobre el exotismo. Una estética de lo diverso. En las palabras de Segalen me parece identificar el espíritu intelectual del mexicano:

“Me propongo llamar Diverso a todo lo que hasta hoy se llamó extranjero, insólito, inesperado, sorprendente, misterioso, amoroso, sobrehumano, heroico y aun divino, todo lo que es Otro; es decir, incluir como valor dominante en cada una de esas palabras la parte esencial de lo Diverso que oculta cada uno de esos términos”.

José Ángel Leyva es escritor y Jefe de Publicaciones de la UACM

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