Franco Félix es proclive al fatalismo. “Siempre creo que las cosas buenas son el preludio de algo terrible”, dice mientras examina el ejemplar de Lengua dormida que lleva entre las manos. Es su nueva novela y aunque la mira con el asombro de un padre novel, la siguiente frase que pronuncia confirma su sentido de la catástrofe: “Si hay algo que voy a lograr en la vida, es esto. Ésta es la punta, lo que sigue irá hacia abajo”.
Lengua dormida (Sexto Piso, 2022) es una novela sobre el duelo, pero también un homenaje amoroso a una figura cardinal en la vida del autor: su madre. Es una escritura que bascula entre la desfachatez y el asombro, el dolor por la pérdida y el cariño por un ser irrepetible.
En entrevista, el escritor sonorense (1981) habla, entre otras cosas, sobre la imposibilidad de entender la muerte, sobre la literatura del duelo, los desafíos de la escritura autobiográfica y la desnudez a la que se somete quien cuenta la propia vida.
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—¿Qué sensación permanece en ti después de plasmar tu duelo a través de la escritura?
Es un libro muy honesto. No lo digo en el sentido de hablar con la verdad. Es honesto porque me libera de muchos accesorios narrativos y trata de hacer coincidir la parte ficcional con la autobiográfica. Eso me desnuda, porque me expone un montón. Aquí está la forma en que pienso, mis creencias sobre el mundo, sobre el lenguaje, sobre el sexo… Está demasiado cercano a mí y eso me preocupa un montón. Toda mi escritura se trata de lo opuesto: de ocultar lo que pienso y depositarlo en personajes. Todas mis pulsiones y miedos los coloco en un personaje y yo me libero un poco. Este libro juega mucho con la pulsión y la expone, porque además soy muy tímido.
—Eres tímido en el ámbito social, pero no al escribir…
Ah, claro. Lo que ofrece la escritura es que permite canalizar todas esas inseguridades. Te permite desenmascararte. “Persona” deriva de personae, que significa “máscara”. La personalidad, la forma en que nos comportamos con los demás, es en realidad un enmascaramiento. La escritura es un desenmascaramiento. Este libro me ha abierto esa posibilidad.
—Cuando utilizas tu biografía como fuente literaria, ¿eres consciente del límite entre lo que cuentas y lo que eliges dejar fuera?
Claro, hay cosas que tuve que quitar de la novela. Hay anécdotas muy superficiales que están en función de una idea mucho mayor. Pero hubo algunas que quité porque son francamente vergonzosas. Pero además esas cosas no cumplían una función para la gran idea de lo que quería narrar. Se trata también de jugar con la ambigüedad, porque si hay algo seguro es que cada lector va a ser su experiencia con este libro.
—En la novela haces una reflexión muy interesante sobre el lenguaje, esta suerte de prisión humana en la que debemos existir.
No hay nada fuera del lenguaje. Es una postura muy nietzscheana. Para Nietzsche la realidad es un texto y no hay nada fuera del texto. No hay manera de ver la realidad fuera del lenguaje. Salvo que seas alienígena, no hay posibilidad de salirse del lenguaje para entender el mundo. Estamos condenados a que el único instrumento para estudiar el lenguaje es el lenguaje mismo. De tal manera que se siente esa frustración. En ese sentido, el juego es que mi madre está atrapada en su propio lenguaje, y al mismo tiempo, su historia está vertida en un lenguaje que ella no puede ni traducir ni expresar. Entonces ella opta por quedarse callada, como si tuviera la lengua dormida. Es un enmudecimiento que se debe más a un conflicto casi fisiológico que ontológico. Es un dolor tan grande y tan inconcebible al que no se le pueden poner palabras, que es mejor no hablar. Aunque era su propia vida y su propia historia, no la podía poner en palabras. Y hablo entonces de la gramática de los muertos, que disparan todas las direcciones, que va hacia atrás, hacia arriba, hacia el presente, hacia el pasado. Así también está constituida la novela: dispara en todas direcciones, no hay que esperar de ella una historia lineal, porque éste es el lenguaje de los muertos y va hacia todos los tiempos.
—¿La imposibilidad humana de saber qué hay después de la muerte es lo que te permite explorar literariamente?
Claro, porque es algo que no se puede dimensionar. Ahí sí, lo real escapa al lenguaje. Lo que comprende lo real es el horror, el delirio y la muerte: no hay manera de entender la muerte si no estamos muertos, pero cuando lo estamos ya no existe el entendimiento. Hay un impasse. No hay manera de entender la muerte, de modo que sólo podemos simbolizarla. Pero ahí está, es lo más seguro que tenemos y al mismo tiempo es lo más imposible de contener. Es la disolución del sentido. Pero sí tenemos literatura.
ÁSS