Nadie puede ignorar que existe una enorme y trágica represión histórica en el conflicto palestino-israelí, representada por la dimensión religiosa. Se trata, a pesar de su carácter invisible, de la dimensión más inquietante y compleja. Sin embargo, nadie quiere hablar de ello. Todo el mundo se limita a hablar de la vertiente política aparente de este conflicto, descuidando un lado oculto que se filtra, aguda y poderosamente, en la historia, la vida, la memoria y el genocidio que está llevando a cabo Israel en Gaza desde el 7 de octubre.
En su libro Moisés y la religión monoteísta, Freud ve que el componente básico del sujeto judío es la creencia absoluta de que los judíos son el pueblo elegido por Dios, entre tantos otros, para ser su pueblo exclusivo. Esta creencia es lo que les hace pensar que “la verdad les pertenece” solo a ellos, y que no hay verdad fuera de lo que ellos mismos ven como Verdad. Esto determina, en consecuencia, sus vidas, tanto en la teoría como en la práctica. Así viven y piensan como si se identificaran con la voluntad de Dios: sus palabras y actos son divinos, porque debajo de su túnica solo hay Dios, utilizando el lenguaje del sufismo.
Por tanto, atacar a sus enemigos adquiere un carácter divino y defenderse de ellos, también. Esto es lo que hoy explica la brutalidad de Israel al destruir Gaza, violando todos los derechos, las leyes y los principios internacionales y humanitarios, sin distingo alguno entre niños y ancianos, inocentes y culpables, la vida y la muerte.
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El propio Freud se muestra confundido al explicar este fenómeno, que describe como “único en la historia de las religiones”, es decir la explicación de esta “elección divina”, y, en consecuencia, se pregunta: ¿cómo elige Dios a un pueblo para convertirlo en su propio pueblo? O ¿cómo sucedió que un pueblo pequeño, pobre, indefenso, afirmara ser “el hijo amado de Dios”?
Quizás esta confusión revele el análisis que Freud hace del monoteísmo, señalando que la idea del Dios único no era más que un reflejo del Faraón que ejerce la autoridad absoluta, y que la religión es una neurosis (psicológica, mental).
Por supuesto, el propio Freud, que era judío, fue acusado DE “antisemita”, al igual que otros eruditos, pensadores, filósofos, poetas, escritores, artistas, pintores, músicos, cineastas y gente del teatro que rechazaron y rechazan esa visión religiosa que dirige la política israelí y gobierna a la abrumadora mayoría de los israelíes.
Si la creencia en esta “elección divina” fuera simplemente fe pura, confinada entre el hombre y su Dios, sería posible comprenderla, en nombre del derecho del ser humano a la fe libre y a la coexistencia con ella. Sin embargo, se vuelve irrazonable e inhumana cuando se erige un estado (organización política e institucional) en torno a ella, y se establece un ejército y un régimen en su nombre.
Esta irracionalidad alcanza límites cuyos peligros nadie puede describir o definir, sobre todo cuando se convierte en un principio para la elaboración de la política de Israel, el Estado, y se adapta y es apoyada por las principales potencias del mundo, es decir, los Estados Unidos y los países de la Unión Europea; como vemos hoy en Israel.
Ahora bien, y a la luz del conflicto palestino-israelí ¿cómo podemos ignorar que esta irracionalidad religiosa no genera otra similar en la otra parte? Dicho de otra forma: ¿cómo ignorar que el extremismo religioso de una parte no genera un extremismo similar en la otra?
Al adjudicarse el derecho de apoderarse de las tierras palestinas con fines religiosos, los israelíes, fuera de las fronteras de Israel, el Estado predilecto de las Naciones Unidas y reconocido por el resto del mundo, incitan al surgimiento del extremismo religioso entre los palestinos.
El fracaso del derecho y el orden internacionales para garantizar los derechos de los palestinos abre las puertas a dicho extremismo. Dicho esto, no podemos olvidar que la agresión continua de Israel en Gaza está teniendo lugar en un clima que sugiere que el propósito de dicha agresión no es simplemente erradicar a Hamas, sino más bien la eliminación de un lugar llamado Palestina.
De ahí la pregunta: ¿Por qué se guarda silencio sobre el extremismo religioso del lado israelí y se justifica y defiende internacionalmente?
Y de ahí la otra pregunta: ¿Por qué cuando aparece del lado palestino, como fenómeno defensivo, se le condena internacionalmente con las descripciones más violentas, incluido el terrorismo, y se le declara la guerra? ¿Por qué el mundo asume esta lógica israelí?
Basándonos en la práctica y la experiencia, ya no es posible decir simplemente que la catástrofe humanitaria verdaderamente espantosa y despreciable que sufrieron los judíos en la Alemania nazi es la única razón del apoyo absoluto de Occidente a Israel. Es un fenómeno sobre el cual el pensamiento libre debe plantearse sus preguntas. Habrá muchos y variados cuestionamientos. Ya que los que adoptan esta posición, simplemente desde un punto de vista humanitario, no deben aceptar la transformación de la víctima en un verdugo que persigue a su víctima alternativa. Por lo tanto, resulta imposible aceptar, humanamente, lo que Israel está haciendo contra los palestinos.
Por tanto, pareciera que Occidente apoya religiosamente a Israel. En la práctica, esto significa que apoya una religión frente a otra.
Decía Bradley “Cuando todo va mal, no debe ser tan malo probar lo peor”. Quizá deberíamos preguntarnos qué es lo peor.
Jaafar al Aluni
Poeta y traductor de origen sirio. Autor de ‘Diván de poetisas árabes contemporáneas’. Traductor de ‘Adoniada’ y ‘Entre lo fijo y lo mudable. Creación y tradición en la cultura árabe’.
AQ