En moto hacia el porvenir

Reseña

Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, que estuvo en la competencia por el Oscar, es una película conmovedora, lúcida y memorable.

Filippo Scotti, Toni Servillo y Teresa Saponangelo en 'Fue la mano de Dios'. (Foto: Gianni Fiorito | Netflix)
Natalia Aspesi
Ciudad de México /

En Fue la mano de Dios hay un antes y un después, primero tenemos a un adolescente inseguro dentro de una hermosa y cariñosa familia, después, para él, hay un vacío, dispersión y dolor. Quien une el antes y el después es un pequeño hombre milagroso que vuelve gloriosa a la ciudad, Nápoles, con el virtuosismo de sus piernas. Quien los divide, como si fueran dos películas, es un sillón en el que están sentados en silencio un hombre y una mujer: él lee el periódico, ella teje (y esto nos dice que son los años ochenta). Ella apoya su cabeza en el respaldo y suelta los ganchos, él deja de leer y su cabeza cae hacia adelante: no están por quedarse dormidos, están muriéndose, muertos a causa de una fuga de gas.

Lo que el cineasta logra contar es el recuerdo de la tragedia que sacude la vida del chico Paolo Sorrentino, de 16 años, y quien hoy está en la plenitud de su madurez, 51 años, y de su afortunada carrera, gloria internacional del cine italiano: no creo que para liberarse por fin de esa mutilación, pues huellas tan crueles no se borran nunca, sino quizás porque, como autor, entendió que su historia privada podía convertirse en una historia para los demás, en una película: no un testimonio autobiográfico, sino una película, entre otras cosas una gran película, conmovedora, pacificadora, que da una extraña sensación de participación, es como si también nosotros estuviéramos ahí con el chico, en esa tumultuosa mesa con familiares, amigos y vecinos que se pasan los macarrones y el sartù, en esos balcones de las casas pequeño burguesas, gritando y aplaudiendo todos juntos por el enésimo triunfo de Maradona, del Nápoles de Nápoles.

Fue la mano de Dios es la frase que el mítico futbolista argentino dijo de su gol contra Inglaterra en 1986, es la que después de la tragedia, un tío dice a Fabietto abrazándolo, y de esta manera haciendo más grande su furioso remordimiento, pues para no perderse la enésima maravilla de Maradona, no fue con sus padres a la casa de vacaciones en Roccaraso. Ellos están muertos y él no, y el santo al que le debe la vida fue ese héroe, ese mago, ese dios del futbol que había encantado a la ciudad y al mundo.

Sorrentino se dio el nombre de Fabietto y la cara de un nuevo actor, Filippo Scotti, alto, delgado, adorable y con cabello rizado, y a quien hace tener la boca abierta por el éxtasis que experimenta frente a la pantalla, recordándose a sí mismo en el cine. El padre no podía ser otro que Toni Servillo, no sólo porque trabajó con él desde su primera película, sino porque puede ser todo al mismo tiempo, muchos personajes y él mismo: creo que también porque es napolitano y hoy es de Nápoles de donde llegan los cineastas más queridos, y los mejores actores: como en esta película donde los intérpretes, que muy frecuentemente no conocemos, no actúan sino viven los personajes, con ese aspecto tan normal, los viejos, las gordas, los feos, las excéntricas. Además, es maravillosa Teresa Saponangelo, tan mamá, tan esposa, tan ama de casa, tan feliz, tan común que encanta.

Fabietto tiene el ejemplo de estos padres que todavía se aman, se hacen bromas, juegan, y del hermano mayor Marchino quien ya tiene su propia vida y su novia, mientras Fabietto vive las perturbaciones y el mal humor de sus coetáneos, y la curiosidad y el miedo hacia el cuerpo de los demás, los cuerpos desconocidos de las mujeres, sus borrosos deseos.

Sorrentino quiso volver a dar vida a su primera juventud hasta el punto de filmar la película en el mismo edificio en el que vivía, aunque en otro departamento que, sin embargo, hizo decorar siguiendo sus recuerdos, pidió al cineasta Antonio Capuana, para el que había escrito su primer libreto, que fuera él mismo, luego fue más bien impreciso al reconstruir las emociones más personales: se inventa, dice, una tía Patrizia para recordar a una creatura un poco chiflada que él encuentra en San Gennaro, pero también de extraña belleza (la hermosa Luisa Ranieri), a quien ve desnuda o quizás lo está de verdad, tendida en una barca en medio de todos los demás, que lo provoca y lo hace huir; después cuando su vida fluctúa sin el ancla de sus padres, una vecina lo llama: parece que ella prometió al papá de Fabietto (no al de Paolo) que lo ayudaría a afrontar la experiencia del sexo. Se trata de una hermosa señora entrada en años (Betti Palazzi), una aristócrata de cabello gris, llena de collares, muy noble: se acuesta sobre la cama, se levanta la falda un poco, e invita al chico, del que parece escuchar los latidos del corazón, a ponerse a su lado. No es una devoradora de niños, no es Colette con su hijastro Bertrand, es más bien, una mujer caritativa que se ofrece para hacer el bien a los necesitados, permaneciendo majestuosamente inmóvil y rechazando los besos.

Según la película, el experimento funciona, Fabietto, convertido en Paolo Sorrentino, por fin se despierta y corre con su moto hacia el porvenir, y hacia todas sus películas, incluida ésta, que volvieron nuestra vida más agradable.

La película más íntima y personal de Sorrentino


Ocho años después del triunfo con La gran belleza, el cine italiano volvió a estar en la competencia por el Oscar, y una vez más gracias al talento de Paolo Sorrentino. Fue la mano de Dios, la película más íntima y personal de Sorrentino. En la ceremonia de entrega de los Premios de la Academia estuvieron también otros dos italianos: Enrico Casarosa con la película de dibujos animados 'Luca', producida por Pixar y Disney, y el diseñador de vestuario Massimo Contini Parrini con Cyrano.

Ambientada en la Nápoles de los años ochenta, durante la adolescencia del cineasta, Fue la mano de Dios(con Filippo Scotti, Toni Servillo, Teresa Saponangelo, Luisa Ranieri, Massimiliano Gallo, entre otros) es un viaje a la inversa: de recuerdos, de sentimientos, de dolores y de las emociones de un chico que se encuentra en la situación de enfrentar el drama más grande: la muerte de sus padres, inmerso además en una transición delicada como es la elección de su propio destino. Mientras Diego Armando Maradona, con su llegada mesiánica, se prepara para dar a la ciudad su momento más épico, la victoria del campeonato, el joven Fabietto tendrá que descubrir qué camino debe seguir.


El texto original apareció en La Repubblica, el 23 de marzo de 2022.

Traducción de Verónica Nájera

AQ

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