Nacido en Valparaíso, pero la de Zacatecas, en diciembre de 1928, Manuel Felguérez es uno de los pintores del llamado “movimiento de la ruptura”, uno de los que se atrevieron a ser innovadores cuando eso parecía un desacato blasfematorio a la llamada “escuela mexicana de pintura” presidida por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Fue en el vestíbulo de un cine situado en la importante avenida Reforma de la Ciudad de México donde Felguérez inauguró escandalosamente su mural “abstracto”, aunque tenía una concreción física notoria por estar constituido básicamente por objetos. Es curioso que se llame arte abstracto a un arte que precisamente adquiere la materialidad de los objetos, de las cosas, de los aparatos, aunque éstos pierdan la noción de su uso primigenio y conformen otra geometría física según la voluntad del pintor.
Felguérez es uno de los pocos sobrevivientes de mi generación, a la cual alguien llamó de la ruptura, y sus compañeros, precedidos por el gran trompetazo de José Luis Cuevas, osaron romper precisamente con una continuidad que era ya una persistencia en un viejo camino que ya estaba reseco y agotado. Él, que yo sepa, no es amigo de lanzar manifiestos y otras proclamaciones estéticas o culturales de cualquier tipo. Su modestia en la forma de vivir no le permite hacer ostentación de su arte esencial. Ya sea como laberínticas esculturas o como pinturas entregadas a la pura pasión del color y de la forma, le evitan las posturas heroicas o tribunicias. Él crea sus prodigiosos cuadros o esculturas con una paciencia que tiene mucho que ver con su carácter aparentemente simple, dado a la sonrisa y a la amabilidad, pero que nadie se equivoque: en esa humildad hay la potencia del artista que no acepta la realidad como algo ya finito, acabado, integral, y que busca hacer de lo que lo cotidiano le aporta un universo nuevo, objetual o plástico. Se puede soñar qué hacer con los nuevos objetos que Felguérez nos ofrece; son la concreción de un deseo de reinaugurar el mundo, en el cual no se puede ser artista sin ponerlo en contradicción consigo mismo o en un plano surrealista esencial que (perdonen el estornudo debido a que el mundo no se corresponde a mis deseos de un poco más de calor) establece un nuevo orden desde el desorden al que nos obliga la vida cotidiana.
Gran amigo, generoso, caluroso, sencillo, su modestia no le permite las algaradas que con toda justicia emitieron algunos compañeros de generación. Él es el artista panadero que hace sus hogazas y sus bizcochos sin salir a la calle a hacer pregones y tamborazos. Yo le agradezco una amistad que comienza por su persona y se transmite por su obra prodigiosa. Y reconozco que me sorprende siempre con su sonrisa de niño que no rompe un plato o si lo rompe es para darle una nueva forma correspondiente a sus sueños y sus deseos.
Salud, viejo y nuevo Felguérez, lamento que no estén tantos viejos amigos que nos ayudaron a vivir en tiempos en que había que combatir por las propias ideas y los propios ideales. Tú no has perdido tu capacidad de tomar del fango una cosa olvidada y hacerla el revivir en algo nuevo, fascinante o alucinante (a escoger).