Gabriel Figueroa: el genio de la luz

Personajes

Un libro recupera la conversación donde el célebre fotógrafo evoca sus inicios en el cine mexicano, sus éxitos profesionales, buenos compañeros de trabajo y amigos entrañables.

Gabriel Figueroa, cinefotógrafo mexicano. (Filmoteca UNAM)
Andrea Serdio
Ciudad de México /

Uno de los más grandes personajes en la historia del cine mexicano es el fotógrafo Gabriel Figueroa (Ciudad de México, 1907-1997), quien en los años cuarenta y cincuenta formó con el guionista Mauricio Magdaleno y el director Emilio Indio Fernández un verdadero dream team que dio origen a películas emblemáticas de la llamada Época de Oro, como Flor silvestre, María Candelaria, Bugambilia y Río escondido.

Discípulo del gran fotógrafo estadunidense Greg Toland, responsable de la fotografía de Ciudadano Kane, de Orson Welles, Figueroa trabajó con directores legendarios como Fernando de Fuentes (Vámonos con Pancho Villa, 1935), Alejandro Galindo (Ni sangre ni arena, 1941), Julio Bracho (Distinto amanecer, 1943), John Ford (El fugitivo, 1946), Luis Buñuel (Los olvidados, 1959) y John Huston (La noche de la iguana, 1963). Con varios de ellos su relación abarcó varias películas: evidentemente filmó con muchos otros directores, manteniéndose en constante actividad hasta 1983, cuando decidió retirarse después de Bajo el volcán, cinta en la que volvió a estar bajo las órdenes de Huston.

Toda esta información, pero especialmente los recuerdos, las anécdotas, la alegría del laureado fotógrafo están presentes en el libro El Arcángel San Gabriel Figueroa (UNAM-FES Acatlán, 2022), de Virginia Medina Ávila, quien a partir de una conversación de tres horas, realizada la mañana del 24 de enero de 1994 en el estudio de Figueroa en Coyoacán, emprende con fortuna una semblanza en la que se escucha la voz del entrevistado, cuya memoria prodigiosa reconstruye diálogos, recrea la atmósfera imperante en los primeros años del cine mexicano y, paso a paso, mira su carrera por el espejo retrovisor de una vida plena de satisfacciones, éxitos profesionales, buenos compañeros de trabajo y amigos entrañables.

Con prólogo del doctor Lauro Zavala, un diseño atractivo, una filmografía exhaustiva y, sobre todo, una gran cantidad de fotos cedidas por Gabriel Figueroa Flores, hijo del fotógrafo de El gallo de oro, el libro de Medina Ávila es un paseo por la trayectoria, el arte y el pensamiento de un genio de la luz y las sombras, de un estudioso de la imagen, lo mismo pictórica que fotográfica, de un amante de la cultura.

—Usted se movió en un ambiente cultural muy rico de la historia de México, vivió la reconstrucción del país después de la Revolución. Fue testigo de la corriente nacionalista en las artes y conoció a muchos intelectuales —le pregunta la autora de este libro.

Figueroa responde:

—En los treinta ya estaba establecida la Orquesta Sinfónica de México, la pintura, todos los murales, los escritores y poetas estaban muy activos, pero lo que no estaba desarrollado era el cine, el teatro y la danza. Entonces [conocí a] Miguel Covarrubias: era un magnífico pintor (…).

“Miguel Covarrubias fue nombrado director de danza; Carlos Pellicer [de] Bellas Artes; el director de la Orquesta Sinfónica fue Silvestre Revueltas [los nombramientos se dieron en 1935]. Se daba un riquísimo ambiente cultural con los poetas Villaurrutia, Gorostiza, Cuesta, Salvador Novo; escritores: Alfonso Reyes, el más respetable de todos, Torres Bodet”.

Todos convivían, intercambiaban puntos de vista y enriquecían un ambiente cultural que apuntaba a un futuro luminoso que se fue apagando con el tiempo. Pero Figueroa conservó su sentido crítico, rechazó trabajos que no le satisfacían (Rambo II, por ejemplo) y siguió cultivando la amistad de artistas e intelectuales como Carlos Monsiváis.

El libro de Medina Ávila devuelve ese universo y ese personaje entrañable que fue el arcángel Gabriel Figueroa.

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