Gabriel Matzneff: retrato de un pederasta

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La publicación de Le Consentement, de Vanessa Springora, no sólo ha puesto en jaque a un escritor mediocre y cortesano, sino a la industria editorial y a los círculos del poder en Francia.

Gabriel Matzneff, escritor francés acusado de pederastia. (AFP)
Melina Balcázar Moreno
París /

¿Qué puede producir un libro hoy día? En el caso que opone al escritor Gabriel Matzneff y a la editora Vanessa Springora, la respuesta a esta pregunta ofrece dos visiones irreconciliables de la literatura.

Matzneff defiende, a pesar de las acusaciones en contra suya, una libertad sin límites como creador que lo llevó a buscar en la pedofilia la expresión misma de su singularidad autoral, un medio como cualquier otro para desarrollar un estilo y crear un universo propio.

​Para Springora, la literatura es ese espacio en el que por fin puede recobrar su voz y dejar de ser sólo el personaje de un escritor conocido, aunque poco leído. La historia, o más bien, deberíamos decir los hechos, se remontan a 1985, cuando Vanessa Springora, de entonces 14 años, conoce en una cena a Gabriel Matzneff, de 50 y con fama de seductor de “niñitas”.

Poco después comenzarán una relación sin que nadie, ni siquiera la madre de Springora, se opusiera de forma concreta.

Tal es la cuestión que plantea Le Consentement, el libro en el que la autora cuenta de manera sobria y precisa dicha relación:

"A los 14 años, no debería esperarme un hombre de 50 a la salida del colegio, no debería vivir con él en un hotel, ni terminar en su cama con su verga en la boca a la hora de la merienda. […] Nuestra historia era sin embargo única y sublime. De tanto repetírmelo, había terminado por creer en esa trascendencia, el síndrome de Estocolmo no es solo un mito. ¿Por qué una adolescente de 14 no podría amar a un señor 36 años mayor que ella? Centenares de veces le di vuelta a esta pregunta en mi mente. Sin ver que estaba mal planteada, desde el inicio. No era mi atracción a la que debía interrogar, sino a la suya". 

Como ella misma lo señala, el hecho de que Matzneff nunca la haya forzado no debería poner en cuestión la realidad del sufrimiento síquico y los efectos devastadores en su vida producidos por la manipulación e influencia que el escritor ejerció sobre ella.

Ese consentimiento la paralizó durante 30 años impidiéndole relatar lo sucedido. Al hacerlo público, hoy intenta mostrar que el consentimiento no solo es íntimo sino ante todo social. Y tal vez en ello reside el impacto que su testimonio ha tenido en Francia, pues su “relación” con Matzneff transcurrió con el consentimiento tanto del llamado mundo literario —entiéndase, el que se concentra en la muy chica avenida parisina Saint-Germain-des-Près— como de las esferas del poder.

Ya que, a pesar de que sus libros no tenían gran éxito, Matzneff contó durante más de 40 años con el apoyo de editoriales tan importantes como Gallimard, a través de Philippe Sollers, o del mismo presidente François Mittérrand.

Nadie dijo nada cuando presumía sus conquistas en los quince volúmenes de su diario publicado por diferentes editoriales: “Normin. Es la primera vez que traigo a un hotel de paso a un niño de 12 años, que no es un chico de la calle, sino un colegial con su uniforme y su mochila en la espalda. [...] La piel suave, el cuerpo grácil, la boca que trabaja con ahínco, el culo divino de un Gilbert, 13 años, de un Normin, 12 años, me dan mucho placer”.

O cuando describía sus viajes de turismo sexual en Filipinas:

"En el Robinson’s, estaba solo y melancólico, los jóvenes que me hacían guiños eran todos, chicas y chicos, unas putitas de la peor especie, sin duda sifilíticos, poco apetitosos. Salí cuando un chico fresco y encantador, que primero creí era una niña, me miró. Buena elección, sí, un bonito niño, chispeando malicia, que hablaba bien inglés, colegial muy limpio de 13 años. No quiso que me lo cogiera, pero me chupó de maravilla e hizo que me viniera. [...] En términos amorosos, lo que vivo en Asia es muy inferior a lo que vivo en Francia, incluso si los niñitos de 11 o 12 años que introduzco en mi cama son un condimento raro. Sí, solo eso, un condimento y no el platillo principal".

De ahí la extensa serie de mea culpa de personalidades influyentes del mundo cultural tras la publicación del libro a principios de enero.

Uno de los más notorios ha sido el del crítico literario y presentador del célebre programa Apostrophes, Bernard Pivot, quien lo recibió en seis ocasiones.

“Me faltó lucidez y fuerza de carácter para sustraerme de las derivas de una libertad con la que sabían acomodarse tanto mis colegas de la prensa escrita como de la radio. Lamento no haber encontrado las palabras que eran necesarias en aquel momento”.

Un extracto de un programa de 1990 lo muestra en efecto presentando a Matzneff de manera desenfadada como “un verdadero profesor de educación sexual”, “un coleccionador de chiquillas”, entre las risas del resto de los invitados.

Solo la periodista canadiense Denise Bombardier se indigna ante sus escritos y lanza una frase que en aquella época nadie tomó en cuenta: “la literatura no puede servir de coartada, hay límites, incluso para la literatura”.

También su editor Antoine Gallimard expresó sólo ahora sus reticencias ante la escritura de Matzneff, en particular sus diarios, y tomó una decisión inédita hasta hoy en la historia de su prestigiosa editorial: detener la venta del Journal que publica desde hace 30 años.

Pero no se trata, recalca el poderoso editor, de una cuestión de censura, a la cual se opone con firmeza, sino más bien de responsabilidad ética: 

“Cuando oí hablar de Le Consentement, antes de que saliera en librerías, no pensaba cambiar de opinión. Pero me conmovió mucho la lectura del libro. Vanessa Springora me hizo comprender los efectos devastadores de la manipulación de una jovencita por un adulto. En el diario de Matzneff faltaba algo: la víctima. Mi responsabilidad como hombre y editor consiste también en escuchar el sufrimiento de los demás”.

El caso de Gabriel Matzneff ha revelado también una serie de privilegios que el funcionamiento opaco de las instituciones culturales ha hecho posible.

El escritor recibía un apoyo excepcional anual desde 2002 del Centro Nacional del Libro, gracias a la intervención de sus múltiples relaciones con personalidades influyentes. Así le otorgaron también en 2013 el Premio Renaudot de ensayo por Séraphin, c’est la fin!.

Su amigo Christian Giudicelli, también jurado de dicho premio y su editor en Gallimard, defendió su causa junto al mediático escritor Frédéric Beigbeder, quien siempre se ha dicho gran admirador de Matzneff.

Fue de hecho la atribución de ese premio la que condujo a Vanessa Springora a escribir la otra parte de la historia al ver que de nueva cuenta el París mundano le rendía honores.

Sin embargo, a pesar de sus fieles defensores, entre los que se encuentra también la antigua directora del suplemento literario de Le Monde Josyane Savigneau, antes de la publicación de Le Consentement, algunos jóvenes escritores como Camille de Toledo señalaron la “trilogía moribunda” en la que se basa la obra de Gabriel Matzneff: “lujo, cultura y burguesía”.

Al leer sus diarios, en 2009, De Toledo no encuentra más que una escritura que, sin percatarse del cambio en el “régimen del placer”, sublima lo insignificante y sigue apegada a “un antiguo régimen de la carne, en donde el placer estaba íntimamente ligado a la conciencia de la falta y la culpa”.

Se trata en efecto de un “satanismo juguetón”, mezcla de despreocupación falsamente galante y porquería, señala el periodista Marc Weitzmann retomando la expresión de Baudelaire para describir ese mundillo literario casi exclusivamente masculino en busca de transgresión.

La frivolidad y el narcisismo masculino que caracteriza a ese grupo con gran influencia en los medios los hizo caer en un iletrismo, ese padecimiento de quien sabe leer pero es incapaz de darle el más mínimo sentido a las palabras. Pues con Matzneff el medio literario parisino no sólo perdió su brújula ética, sino ante todo su brújula literaria.

Quien se aventure a leer a Matzneff no encontrará más que un escritor mediocre con delirio de grandeza. Una anécdota en el libro de Vanessa Springora es significativa a este respecto.

Al momento de intentar romper con Matzneff —tras haber leído sus “aventuras” en Filipinas—, Springora intentó encontrar consejo y ayuda con Émil Cioran. Sabía que era amigo del escritor pero pensaba que siendo filósofo podría entender su desesperada situación.

Para Cioran, debía ella más bien valorar la suerte de haber sido escogida por un gran autor y debía sacrificarse para ayudarlo y acompañarlo en el gran camino de la creación.

¿Qué puede hacer entonces un libro hoy? Le Consentement muestra que puede enseñarnos a leer de otra manera y permitirnos escuchar las voces que han sido silenciadas por mecanismos de poder de los que no escapa la literatura.

Matzneff la había encerrado en sus libros, como uno más de sus objetos de deseo, pero al apropiarse a su vez de las palabras que la habían sometido, Vanessa Springora contribuye a combatir ese iletrismo.

Nada hay en su acto de escritura de revancha o venganza. Vemos, al contrario, un intento por contraponer a la obra de Matzneff, que ignoró su sufrimiento al igual que a sus numerosas jóvenes víctimas, un libro que dice la vulnerabilidad que nos constituye.

Matzneff no tendrá así la última palabra. La ironía del destino, como suele decirse, ha hecho que Springora sea hoy la directora de las ediciones Julliard que publicaron en 1974 el casi manual y panfleto de pedofilia Les moins de seize ans (Los de menos de dieciséis años).

Una nueva historia literaria ha comenzado, así, a escribirse.

SVS

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