Gabriel Zaid: la animación creadora

Los paisajes invisibles

Los libros de de este intelectual son un amplio debate que invita a sus lectores a tratar asuntos como el prestigio y sus trampas o espejismos, la gloria, la mediocridad y la impostura.

"Leer poesía", por Eko.
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Reflexionando sobre el aburrimiento como antítesis de la cultura, Gabriel Zaid propone algunos ejemplos para la animación creadora. Este es uno de ellos: X llega tarde a una conversación y decide guardar silencio, mantenerse al margen de la charla. Lo hace porque se considera un ignorante, le falta cultura. Zaid subraya el malentendido de X: la cultura no es la conversación per se ni un atributo que se adquiere, como una corbata y un traje a la medida, así que de nada servirá que a X le recomienden cursos y lecturas, obras que posiblemente lleguen a aburrirlo. Lo importante, en este caso, sería decirle que tenga más confianza en su deseo de conversar y que no evada lo que no entiende. Que pregunte, indague, reflexione. Que recurra a diccionarios, a los clásicos o a los prontuarios, y no deje nada en blanco de aquella conversación que lo estimula. Si X sigue este consejo, la curiosidad lo llevará de una lectura a otra; espoleará la fascinación y lo colmará de asombro. “Sin apetito, no hay cultura viva”, escribe Zaid, porque esa conversación que sedujo a X, se convertirá en un diálogo infinito entre autores, teorías, ficciones, hipótesis e ideas, y a través de ese coloquio inabarcable, X forjará su propio pensamiento.

Ese ejemplo, del apartado “Los libros y la conversación” de Los demasiados libros, es una suerte de brevísimo manual para poner en marcha el debate que encarna la sapiencia. Zaid evoca la explicación que Sócrates le dio a Fedro, en torno de su reserva hacia los libros: los consideraba simples monólogos que impedían que la gente desarrollara su memoria, creatividad e imaginación, monolitos desatentos con sus lectores. (Los libros dejan preguntas sin responder. No toman previsiones de la situación o del ambiente en que serán leídos. Asimismo, el autor nunca estará ahí para exponer o sustentar sus intuiciones, por lo que si se trata de un lector pasivo, perezoso, éste no solo adquirirá un criterio ajeno sino de segunda mano).

A la frialdad, la injusta jerarquización de Sócrates respecto al ejercicio intelectual (el discurso como elemento superior al libro), Zaid contesta: “Los libros reproducen la cosecha, no el proceso creador. En cambio, los discursos sembrados en la conversación, germinan y producen nuevos discursos”.

Eso es la obra de Gabriel Zaid. Una extraordinaria reinvención del ensayo, en el que la prosa impregnada de poesía, imaginación, ironía, erudición y sentido del humor explora asuntos diversos y desde incomparables perspectivas, a fin de desmontar una fenomenología que bajo su mirada resulta mucho más compleja (el sistema político y su perversidad sin contrapesos, las industrias culturales y su inevitable maquinaria de negocios, los demonios de la lengua, la definición del arte, el desbordado ego de los próceres incluso).

Los libros de Gabriel Zaid son un amplio debate que invita a sus lectores a tratar asuntos como el prestigio y sus trampas o espejismos, la gloria, la mediocridad y la impostura (Cómo leer en bicicleta y El secreto de la fama). A deliberar acerca de las estafas, el cinismo, las patrañas de los corruptores y la desfachatez de los corruptos (El poder corrompe). O nos llevan a escarbar hasta el subsuelo del lenguaje para explorar los pasadizos de un vocablo, ese escondrijo en que el significado muta y desfigura su significante (Mil palabras). Con los libros de Gabriel Zaid viajamos en el tiempo para hallar la medida exacta de lo humano (Cronología del progreso) o contemplamos la arenosa suavidad de las palabras de un Reloj de sol que marca las estaciones del amor, de la fe y de la razón, y lo mismo resulta con sus impecables, generosas traducciones de Voltaire, Po Chu Yi, Shakespeare, Hill, Celan, Pilinszky o Fouad El–Etr, de Vidyápati o de la poesía indígena del Norte mexicano, porque Gabriel Zaid es, en esencia, un pensador cuya curiosidad lo ha guiado para alcanzar el absoluto.

ÁSS

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