Algunos libros maduran con gran dilación. Destierros, primera novela de Gabriela Riveros, es uno de ellos. Los rasgos esenciales de Julia, uno de los pilares del libro, están bosquejados en las libretas que la escritora ha alimentado desde los años noventa. Ahí están la identidad latinoamericana, la raigambre indígena, la educación musical temprana, el verano en Europa, los atentados terroristas en el metro parisino… “En esas notas hay mucho de lo que está en la versión final de Destierros”, cuenta la autora en entrevista con Laberinto.
Casi 25 años transcurrieron desde la escritura de aquellas notas y la publicación de la novela. Sin embargo, la voz narrativa, dice la escritora, “se sigue pareciendo a la que tengo hoy en día”. La clave de esa homogeneidad está en un empeño acústico sostenido con esmero. “Para mí es muy importante la sonoridad, el ritmo, a qué suena la música, cómo se siente en el cuerpo de las palabras”.
Riveros (1973) creció como outsider en tierra de industriales. Con la acuciosa voluntad de fraguarse una vida entre libros, estudió Letras en Monterrey, la ciudad del comercio por antonomasia. Ha obtenido premios en México y en el extranjero. Es autora de varios cuentos infantiles y de los volúmenes de relatos Ciudad mía y Tiempos de arcilla. También escribió En la orilla de las cosas, un poemario estrechamente ligado a Destierros. Son libros hermanados: en las páginas del primero está el germen de algunos nudos que se desenredan en la segunda. Hay referencias textuales y fragmentos que se corresponden. “Uno es poesía pero cuenta, y la novela cuenta pero es poesía. En mis escrituras no hay una línea que divida a los géneros. Yo no creo mucho en estas fronteras”.
Dos mujeres sostienen la trama de la novela. En primer lugar está Julia. Conocemos su infancia nimbada por la tragedia, sus amores, su idilio con la música, su carrera trunca, sus culpas y sus remordimientos. Por otro lado tenemos a Helena, una mujer cuyo discurso casi senil nos permite repasar —a través del relato de cuatro generaciones de mujeres norteñas— momentos neurálgicos del siglo XX mexicano. Así, frente a nuestros ojos transcurren “los destierros de la vida pública que hemos tenido como mexicanos”. No obstante, dice Riveros, Destierros es una novela “que trata de poner en palabras lo que no se ve, los claroscuros, la vida cotidiana, las cosas que nos ocurren a las personas normales”.
La escritora concibe la literatura como un espejo donde el lector puede reflejarse para conocerse mejor. Es un instrumento que permite tocar fondo para transitar por el dolor. Sin embargo, no la considera una promesa absoluta. “Las novelas”, concluye, “deben hacer más preguntas, definitivamente no son para ofrecer respuestas”.
ÁSS