Antes de la invención del GPS, algunos croquis ya nos otorgaban la facultad de la geolocalización. Para un turista en territorio ignoto, no hay hallazgo más reconfortante que la frase Usted está aquí. La escritura de Gay Talese suscita un efecto similar. Quien se sumerge en sus párrafos conquista la certeza de estar en el momento preciso, en el sitio donde ocurren las acciones. Talese practicó la narrativa de inmersión varias décadas antes del auge de los dispositivos de realidad aumentada. Ese ha sido el atributo esencial de una de las plumas cardinales del Nuevo Periodismo, que en febrero de 2022 llegó a los 90 años en condición de leyenda viva.
Seguidor feroz de los Yankees y decoroso jugador de tenis, descubrió su vena periodística cuando era un preparatoriano de tercer grado. En esos años, cronicaba los partidos de los equipos representativos de su escuela. Ya entonces su padre, un sastre originario de Calabria —la punta de la península mediterránea— que llegó a Estados Unidos en la estela del gran éxodo italiano, le confeccionaba trajes a la medida. Ese hábito lo conserva intacto. “La ropa hace la diferencia”, repite cada vez que alguien alude al garbo de su atuendo.
Fue un estudiante más bien mediocre, pero, tras ser rechazado de varias instituciones, consiguió matricularse en la Universidad de Alabama gracias a la indulgencia del decano de admisiones, cliente asiduo de la sastrería paterna. Ahí se convirtió en editor deportivo del semanario colegial y con ese antecedente obtuvo, en 1956, su pase a las grandes ligas del periodismo. En ese año debutó como reportero del New York Times con la misión de renovar una sección deportiva que aspirase a informar y a entretener. En los años posteriores descubriría las bondades de los recursos literarios y se consagraría como uno de los pioneros de un periodismo disruptivo. “Sinatra está resfriado”, su perfil de 1966 sobre el intérprete de “Fly Me To The Moon”, es un pináculo de la no-ficción. Fue calificada por los editores de Esquire como la mejor historia publicada en esas páginas en 70 años. Más tarde se ocuparía, entre otras cosas, de la mafia italiana (Honrarás a tu padre, 1971), de su historia familiar (Los hijos, 1992) o de las costumbres sexuales de los estadunidenses (La mujer de tu prójimo, 1980).
Cada libro de Talese es una clase magistral sobre el arte de la contemplación. La frase inaugural de El reino y el poder, su libro de 1969 acerca del New York Times, podría resumir el precepto rector de su fecunda trayectoria: “Casi todos los periodistas son incansables voyeurs que ven los defectos del mundo, las imperfecciones de la gente y los lugares”. Escuchar, observar furtivamente, ese ha sido el puntal del método Talese, un sistema que se nutre de la investigación exhaustiva, el reporteo minucioso, la atención al detalle, la capacidad de percibir lo inadvertido y una prosa urdida con elegancia.
Su anhelo de conocer hasta la médula el entorno de sus personajes es tan robusto como su devoción por el apersonamiento. En sus días como reportero del Times, aprendió de sus mentores que en este oficio la tecnología suele ser un falso aliado de la proximidad. “Tienes que estar ahí. Personal y físicamente ahí, mirando los ojos de la gente de la que quieres conocer algo. No puedes conseguir una historia por teléfono”, dijo en una entrevista para la extinta revista colombiana Arcadia.
En 2017, Netflix estrenó Voyeur, un documental derivado del extenso reportaje que, un año antes, el periodista había publicado en The New Yorker, y que luego se editaría como libro bajo el título El motel del voyeur (Alfaguara, 2017). La historia se reveló intrincada desde la génesis. En 1980, Talese recibió una carta manuscrita firmada por Gerald Foos. El hombre se confesaba dueño de un motel en Colorado, cuyas habitaciones había alterado en secreto para espiar la intimidad sexual de sus huéspedes. Ofrecía contar su historia a Talese porque se sentía incapaz de narrarla él mismo, aunque mantenía diarios con recuentos detallados de sus observaciones. No obstante, la transacción estaba condicionada: Foos exigía mantenerse en el anonimato a fin de evitar, entre otras consecuencias, la cárcel y posibles demandas. Azuzado como un sabueso buscador de historias, Talese acudió al encuentro con Foos. Convivió con él y lo acompañó en sus jornadas de acechanza, aun cuando se había impuesto no escribir nada si su interlocutor no accedía a la total transparencia.
Más de 30 años después, a petición del propio Foos, la historia se publicó. Casi de inmediato, The Washington Post cuestionó su fiabilidad. Los periodistas habían detectado lagunas e irregularidades en el relato. La acometida obligó a Talese a renegar de su trabajo y a retractarse de ello poco después, alegando que los sucesos narrados en el libro habían ocurrido antes de su primer encuentro con Foos. “Era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico”. sentenció para zanjar el asunto. El documental exhibe las discusiones alrededor de la naturaleza cuestionable de Foos y aborda el dilema de credibilidad ocasionado por sus omisiones. Así logra reivindicar una historia que, a pesar de todo, no hizo tambalear a un periodista refinó el arte de la indagación.
En El puente, espléndida crónica sobre la construcción de ese prodigio de la ingeniería que une a Brooklyn con Staten Island, Talese escribió: “Un gran puente es una construcción poética dotada de una belleza y una utilidad perdurables”. Las historias que este reportero nos ha entregado durante más de seis décadas tienen exactamente el mismo temperamento: son construcciones poéticas y perdurables que nos vinculan a la esencia más honda y exacta de la condición humana.
AQ