Geométrico | Por Avelina Lésper

Casta diva | Nuestras columnistas

La obra de M. C. Escher plantea la repetición y el reflejo de la psique, metáfora del interior de nuestra mente.

M.C. Escher trabajando en “Superficie de esfera con peces”, a finales de 1950 (Foto: Pedro Ribeiro Simões vía Wikimedia Commons)
Ciudad de México /

Los muros de Pompeya escondían en sus pinturas ornamentales símbolos que eran accesibles para un grupo, el compromiso religioso de la familia, sus nombres y alabanzas a los dioses. Las firmas de los artistas se incorporaban a la estética en mascarones o formas vegetales. Descifrar o leer los muros era una garantía de pertenecer, de identidad. El Art Nouveau revivió la mística celta. Lo que para mucha gente es frívola decoración, encierra la idealización de la naturaleza como refugio de los héroes que habitan en ella. La ornamentación se construye a partir de secuencias simétricas y rítmicas, enlazan un lenguaje críptico y musical, seguir cada elemento, los rasgos de sus formas y el desarrollo del color nos conduce a un tipo de información no evidente que busca estar oculta, que limita el acceso sólo para algunos iniciados.

La obra de M. C. Escher intrigó a los psiquiatras, los matemáticos y los astrónomos, sus piezas plantean la repetición y el reflejo de la psique, la idea que se multiplica, integra animales, cuerpos geométricos, espacios y perspectivas engañosas, son una metáfora del insondable interior de nuestra mente que nos regresa un espejo memorias, ubicaciones, deformaciones y lo integra todo en un orden infinito, cíclico hasta configurar una personalidad. La obra de M. C. Escher tiene dos mundos, uno que reconocemos como la “realidad” y otro que está en la secuencia que asimilamos o intuimos como el misterio, es lo que intentamos descifrar. ¿Son números, sueños, miedos, caminos? Rechazando la industrialización y el progreso, trata de regresar a nuestra esencia hermética, codificada, que nos da otra dimensión de nuestra inteligencia: no somos humanos reactivos que nacen, crecen, comen, trabajan y mueren, tenemos una sed de trascendencia de nuestra propia circunstancia. La psique y los mitos nos dan una explicación paradójica que dice al ocultar, que no ilustra, intriga.

La psicodelia deformó el orden matemático de M. C. Escher, insertando el caos de las drogas, la anarquía de una mente anestesiada que nos engaña y nos aísla. La geometría dejó a un lado el significado y se convirtió en decoración fría que resolvía con una fórmula el vacío del espacio. Las secuencias se dirigieron al hartazgo, la imitación rápida, la facilidad digital. La geometría contiene el orden del Universo, los pitagóricos veían en la naturaleza símbolos divinos y en las matemáticas el total de la razón.

La decoración que posee un sentido simbólico le da un valor intemporal al espacio, deja de ser una habitación que nos protege, se convierte en el escenario que contiene nuestra estadía en el presente. En la irregularidad de nuestras formas, la línea nos conduce, la curva nos da salidas, su unión es el andamiaje de la realidad, de la noción de forma. Estamos dentro de la sucesión de líneas y curvas, son ideas, habitaciones, arte, poesía.

AQ

  • Avelina Lésper

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