George Steiner: sabio y generoso lector

Libros

En su libro póstumo, previene contra el ruido mediático que nos despoja del sosiego y la intimidad, y escribe: “Ahora hablamos más y en voz más alta para decir menos”.

George Steiner, 1929-2020. (Foto: Bertrand Guay | AFP)
Carlos Rubio Rosell
Ciudad de México /

Como escritor de ficción, como crítico, como estudioso y profesor, no hay obra en el corpus bibliográfico de George Steiner (1929-2020) en la que el asunto cardinal no haya sido cómo poder “enseñar literatura”; cómo dedicar nuestros mejores talentos a la transmisión de valores filosóficos o estéticos; y cómo pueden divorciarse la erudición y la crítica de la crisis de lo humano sin quedar, a causa de ese mismo divorcio, reducidas a banalidades académicas.

Estas preocupaciones unen, asimismo, la más reciente antología del escritor angloamericano de origen francés publicada en lengua española, Un lector (Siruela, 2021), en la que se repasan, a través de una treintena de textos, las claves de la creación intelectual de Steiner, un autor que se veía a sí mismo como un caballero de postas de la cultura que anunciaba y preparaba la recepción de las noticias que seguían siendo nuevas, y reflexionaba, con una lucidez inusual, sobre asuntos como el acto crítico, la lectura, la tragedia, el lenguaje, la política, la filosofía, la literatura y el arte, intentando aclarar conceptos y descubrir en qué marco racional sería posible sostener una teoría y práctica de la interpretación (hermenéutica) y una teoría y práctica de los juicios de valor (estética), preguntándose si en la génesis del arte mayor y en los efectos que causa en nosotros no habría alguna analogía con el nacimiento mismo de la vida, pues como él mismo señalaba, la teología nos habla de la “presencia real” en el objeto simbólico, del misterio en la forma.

En este libro están condensados una serie de ensayos capitales de George Steiner: Tolstói o Dostoievski (1959), La muerte de la tragedia (1961), Lenguaje y silencio (1967), Después de Babel (1975), Sobre la dificultad y otros relatos (1978), En lo profundo del mar (1979) y Heidegger (1980), a los que se añaden pequeñas joyas como el magnífico "Crítico” / “lector” (1979), publicado en el New Literary History; El erudito traidor (1980), aparecido en The New Yorker; o Alfabetizaciones futuras (1971), publicado en En el castillo de Barba Azul.

No obstante el prodigio de sabiduría que condensa la selección descrita y la envergadura que representa la edificación de una obra como la suya, el propio Steiner se sinceraba al confesar con elegante honestidad, en la introducción al volumen original, fechada en junio de 1983, no haber escrito “el libro que aún necesitamos acerca del trágico epílogo intelectual al humanismo mesiánico judío y la crítica utópica, el libro que necesitamos sobre Praga-Viena-Fráncfort como las capitales interiores del siglo XX”, ni el libro “tan necesario acerca de la libertad y la censura en las artes, acerca de la servidumbre que trae consigo la permisividad total”, pese a que muchos de sus libros habían hablado del “giro del lenguaje” o la “revolución” que tan esenciales, decía, eran y siguen siendo para nuestra sensibilidad actual.

En todo caso, cada texto contenido en esta antología da cuenta de sus preocupaciones, y encontramos así su alegato por una “vieja crítica”, por un entendimiento de la literatura como una “humanidad central” en la que juegan un papel fundamental las preocupaciones metafísicas, religiosas y políticas en la literatura (Tolstói y Dostoievski); su discrepancia moral, filosófica y lingüística respecto a la subversión de las verdaderas relaciones entre poema y comentario, entre literatura y crítica literaria, “que han ido desembocando”, sostiene, “en una infructuosa oscuridad” (“Crítico / “Lector”); su visión, sostenida conceptual o metafóricamente, de un mundo “por el que el hombre transita como un atormentado e indeseado huésped” y su contrapunto shakesperiano en la contracorriente de una reconquista humana (La muerte de la tragedia); la posibilidad de que la alta cultura, la especulación abstracta, la obsesiva práctica y estudio de las artes, “pueda infectar a la conciencia humana con un virus del ennui, el tedio febril, que desarrolle a su vez una fascinación por el salvajismo” (En el castillo de Barba Azul); la reflexión sobre algunas de las vías empleadas por los pensadores y críticos “paramarxistas” como George Lukács y la Escuela de Fráncfort para incorporar la historia al juicio estético (Lenguaje y silencio); la paradoja de la coexistencia, de la interpenetración, de la más alta distinción intelectual y el terrorismo moral (Heidegger); la corrosión de la lengua a causa de la enormidad y las mentiras políticas, la cuestión sobre si el lenguaje, la quintaesencia de nuestra humanidad, no debería guardar silencio ante los límites de lo monstruoso, la necesidad de una “poética del sentido” que intente proponer un modelo para el propio acto de la comprensión a través de una investigación en torno a los desplazamientos de sentido entre idiomas y en el seno de estos, y el concepto del logos, de “la Palabra” como fuerza y medio de creación (Después de Babel); y un par de deliciosas disertaciones sobre dos de las tres únicas actividades en las que, como apunta Steiner, los seres humanos han alcanzado auténticas proezas antes de la pubertad: la música (Moisés y Aarón de Schönberg), las matemáticas y el ajedrez (Una muerte de reyes).

En buena parte de esos ensayos subyace la voz del legado reconocido por Steiner en autores como Ernest Bloch, T. W. Adorno, Walter Benjamin, Karl Kraus, Roman Jackobson, Noam Chomsky, Frtiz Mauthner y por supuesto Martin Heidegger. Y los puntos cardinales interiores del mapa de su identidad, que circunscriben una zona entre Leningrado, Odesa, Praga y Viena, por un lado, y París, Fráncfort y Milán, por otro.

Como un desafío lanzado al tiempo, estos textos nos preguntan si podremos avanzar mucho más en nuestra poética de la comprensión, en nuestra búsqueda común de la identificación, interpretación y transmisión de aquello que es indispensable en la literatura y las artes, sin el reconocimiento de su trascendencia, cuestión para la que Steiner marca un camino. “Lo que es preciso pensar y expresar sin ambigüedades”, indica, “es la ‘cobertura’ que prestan nuestras interpretaciones y juicios del lenguaje”. Benjamin y Heidegger, agrega, apelaban enfáticamente a una no declarada teología. “Benjamin compara en un fascinante símil esta teología con un ‘papel secante’ que sostiene sus escritos al tiempo que amenaza con absorberlos. Pero hasta donde alcanzo ni uno ni otro han dejado un depósito suficiente que pueda cubrir sus préstamos. El crítico, el intérprete, el lector comprometido recurren, por así decir, al crédito bancario de la teología, a lo que es, a la postre, una cobertura teológica del concepto mismo de sentido, sin ofrecer a cambio el colateral de una confesión de fe”. ¿Son entonces los “deportes narcisistas” de la deconstrucción, como los califica Steiner, la consecuencia, necesaria y honesta, del paso de nuestra cultura al agnosticismo?

Muchas sugerencias hay en este libro y algunas consideraciones fundamentales que sirven de guía para responder esa y otras tantas cuestiones, como la necesaria distinción que hace Steiner entre crítico y lector, donde criticar, dice, significa percibir a distancia, intentar transmitir claridad y por tanto manifestar un posicionamiento, porque “el crítico razona su distancia de y hacia el texto”. El crítico, sostiene, capta y experimenta, articula una toma de conciencia. El crítico clasifica y organiza; su interés es anatómico: intenta entender cómo se construye una obra, su composición y manufactura. Es un genetista. Lo suyo es la investigación y su finalidad es potenciar y reforzar el impacto de una obra. Pero es importante subrayar que la crítica, advierte, es parasitaria: “el crítico no es el hacedor”. La crítica es, pues, una teleología.

En cambio, la lectura es una teología: el lector hace posible una trascendencia; es un ontologista y apunta a un canon; es decir, a la cristalización de un acervo de textos recordados, lo que define a todo humanista, que es ante todo un recordador: “el auténtico canon no es, o no en primer lugar, el producto de una intención razonada”, sino aquellos textos o sus fragmentos cuya inmediatez en el recuerdo y la re-evocación del lector llegan a alterar la textura de la conciencia. El texto canónico se adentra en el lector por un proceso de luminosa insinuación muchas veces ocasional o accidental. “El canon se vive”, destaca Steiner. El gran lector se mantiene así enteramente vulnerable, hospitalario a la luz y la amenaza de la anunciación. Por ello, todo texto descubre a su merecido lector. Pero su visión no es legislativa, porque se adentra en un texto como si la presencia singular de la vida del significado fuera “real”, irreductible a la recapitulación analítica.

Muchos años antes de nuestra época de insoportable ruido mediático, de desquiciantes redes sociales, de imposible sosiego e intimidad, Steiner alertaba sobre el despojo de nuestra privacidad y la reserva, como discreción y depósito, de la libertad interior, inherente a las más clásicas convenciones del lenguaje y la representación. “Ahora hablamos más y en voz más alta para decir menos”, escribe.

Por otra parte, Steiner aprecia desaliño en el cultivo del conocimiento humano, debido, entre otras cosas, a la autosatisfacción, la producción mecanizada de trivialidades, la vacuidad filosófica y el histrionismo que caracterizan la profesión académica de la literatura y su matrimonio con el periodismo. Lo que necesitamos, subraya el autor, no son “programas de humanidades”, “escuelas de escritura creativa”, “programas de crítica creativa”. “Lo que necesitamos son lugares, por ejemplo una mesa con algunas sillas alrededor, en las que volvamos a aprender a leer, a leer juntos. Uno aspira a tal desiderátum en los niveles más literales. Análisis léxicos y gramáticos a nivel elemental, el análisis sintáctico de las frases, la escansión del verso (la prosodia es el pulso y la música inseparables del significado), la capacidad de distinguir hasta las peculiaridades más rudimentarias de esas inervaciones y figuras retóricas que, desde Píndaro a Joyce, han sido los portadores de la vida sentida: todas esas cosas son ahora habilidades esotéricas o perdidas”.

Porque para Steiner la raíz de toda su obra reside en la convicción de que la crítica literaria y filosófica seria proviene de una “deuda de amor”, que se escribe acerca de los libros o la música o el arte porque un “instinto primordial de comunión” lo impulsa a uno a comunicar y a compartir con los demás un enriquecimiento incontenible. Y esa es la experiencia que Steiner nos convida, generoso y sabio, en este libro.

AQ

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