Gilberto Aceves Navarro: lo que conmueve

Arte

El pintor mexicano, quien murió el 20 de octubre, deja la huella de su magisterio y su obra neofigurativa.

Gilberto Aceves Navarro (1931-2019). (Foto: Mónica González)
Angélica Abelleyra
Ciudad de México /

Gilberto Aceves Navarro fue un chilango de la colonia Roma, donde nació el 24 de septiembre de 1931. Disfrutó caminar sus calles de la misma manera que recorrió congales con alumnos-amigos y gozó las clases de arte donde formó a cientos de jóvenes tanto en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP, hoy Facultad de Artes y Diseño) de la UNAM como en su taller de la calle de Monterrey, inmerso en la caótica locura de la creación desde 1998.

Su interés en el arte de clásicos como Velázquez y Durero lo llevó a crear series en las que hizo paráfrasis y homenajes con plena libertad, como se advierte en Durero. Variaciones. 60 óleos 1977-78, que se presentó en el Museo de Arte Moderno y sobre la que Fernando Gamboa, su entonces director, escribió: Aceves Navarro “incursiona en el más avanzado neofigurativismo cromático y gestual, con la deformación expresionista de la figura”. Gamboa lo admiraba y lo invitó a participar en los pabellones de México en las ferias mundiales de San Antonio, Estados Unidos (con Poema floral, 1968) y Osaka, Japón (1970), con su célebre Yo canto a Vietnam, mural que se encuentra en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en Zacatecas.

Luego de una estancia de cuatro años en Los Ángeles, en la década de 1960 —donde llegó a firmar como Giorgio Lanid para vender obra abstracta—, Aceves Navarro retornó a la Ciudad de México en 1968, participando, con Manuel Felguérez y otros colegas, en las protestas político-artísticas que tuvieron lugar durante el movimiento estudiantil. En 1969, como parte del segundo Salón Independiente, realizó su Canto triste por Biafra, el políptico de cinco piezas situado entre sus piezas “consentidas” y que forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno.


El maestro

Gabriel Macotela fue su alumno y amigo cercano durante 40 años. Al hablar de él, la primera imagen que le viene a la mente es la noche en que lo llevó por primera vez a su taller de la colonia Roma, en una esquina ruidosa, como la vida misma del escultor. “Yo era muy joven cuando lo conocí y le ayudaba a hacer los bastidores —dice Macotela—. Quizá por la ausencia de padre, me agarré a él y se convirtió en una especie de mentor metiche que nos enseñó de todo, hasta fumar marihuana. Era feliz haciendo un cuadro oyendo a José Alfredo Jiménez pero también pop y jazz. Su madre había sido cantante de ópera y él amaba el género: era fanático de Pavarotti y cada año se iba a disfrutar de la temporada de ópera en Nueva York. Para mí fue la gloria cuando hizo que me saliera de La Esmeralda y entrara a sus clases en San Carlos. Su método de enseñanza era muy loco porque te hacía descubrirte al darte la libertad de ir creando tu propio lenguaje. Sus ejercicios siempre eran lúdicos: dibujar sin ver, tocar los objetos con los ojos cerrados, imaginar... Yo digo que era como una especie de terapia plástica y por eso estuvimos cerca tantos pintores. En México no existe otro artista que haya sumado a tantos, como él”.

Aunque en 1952 fue ayudante de Siqueiros en los murales de la rectoría en Ciudad Universitaria, Aceves también fue parte del grupo que se plantó contra el oficialismo de la llamada Escuela Mexicana de Pintura en la que Siqueiros era parte medular junto con Diego Rivera y José Clemente Orozco. Frente a esa trilogía, Aceves integró la Ruptura, donde figuraban Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, José Luis Cuevas...

De acuerdo con Macotela, el reconocimiento al trabajo de Aceves Navarro ha sido menos pródigo que el generado hacia sus contemporáneos. “Creo que se debe a que Gilberto tuvo reticencia hacia las élites intelectuales. No le importaba quedar bien ni con Paz ni con ninguno de esos personajes. Le interesaban los jóvenes, los procesos lúdicos, la fiesta, conocer su ciudad. Le interesaba el arte, dibujar a toneladas, diario y frenéticamente”.

“¿Que cuál fue mi aprendizaje con Aceves Navarro? Todo —afirma el pintor—. Y enlisto: estar contento hasta el final de la vida; la poética de su pintura, la libertad infinita para hacer de la figuración algo sui géneris, amalgama de hombres, mujeres y animales; su loco manejo del color; el uso libre de los materiales y su lógica de composición que me costaba entender”.


El dibujante

Una de las aproximaciones sobre el Aceves Navarro dibujante corrió a cargo de la crítica de arte Raquel Tibol. En su libro Dibujo en México (Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, 1978), analizó no solo las dotes creativas de Aceves sino que abordó los alcances en el rubro de José Luis Cuevas, Pedro Friedeberg, Francisco Icaza, Rogelio Naranjo, Vlady y Héctor Xavier. Situó a Aceves en su calidad de autor que se regodeó en la confección de líneas, convertidas en su lenguaje primordial, expresión en sí misma y sin límites. “Como lo demuestra su obra, él navega en el desorden; es su forma de comportamiento para romper con los patrones tradicionales”, escribió Tibol en este volumen que resulta inconseguible, dada su limitada edición y su escasa distribución hace cuatro décadas.

Profundo conocedor de la historia del arte, el maestro encontraba en Durero una figura capital. “Fue una de las mentes más claras de todas las épocas por haber brindado soluciones claras a problemas pictóricos y dibujísticos. En ocasiones me siento llevado de la mano por él cuando busco resolver ciertos problemas”, decía. Y además de figuras nodales en la plástica, la literatura se le convirtió en fuente de la cual abrevar: “Uno de los libros que más me han impactado es Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Las ideas que derivo de algunos libros en cierto modo motivan mi pintura y me brindan el reto para seguir adelante”, afirmaba de la lectura sobre la alquimia y lo fantástico que le sumaron conocimiento.

“Como artista no me interesa reflejar nada porque no soy espejo. Lo que me importa es lo que me conmueve”, decía con humor al rechazar la concepción renacentista del dibujo como reflejo de la realidad del mundo. Y es que con su imaginación, Aceves Navarro sobrepasó con creces la llana capacidad de retratar lo que sus ojos veían y sin límites de por medio se procuró de las herramientas formales y emocionales para conmover y conmoverse mediante la pintura, la escultura y el dibujo que dan vida a sus universos tan singulares como enloquecidos. Una locura que innova, entusiasma, divierte, desafía y nos otorga el derecho de ser mejores.

RP/ÁSS

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