Gioconda Belli: “¿Quién me arrancará mi derecho de ser nicaragüense?”

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Exiliada en España, la escritora reflexiona sobre su reciente libro, 'Luciérnagas', y alza la voz contra el gobierno de Daniel Ortega.

Gioconda Belli Pereira, poeta y novelista nicaragüense (Foto: Juan Carlos Hidalgo | EFE)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Recién comenzó a circular en la Ciudad de México Luciérnagas, un libro de ensayos sobre los ensayos del vivir, de Gioconda Belli, cuando la noticia sobre el despojo de nacionalidad a 94 nicaragüenses daba la vuelta al mundo. Tanto Belli, como el escritor Sergio Ramírez —ambos exiliados en España desde 2021— figuraron en la lista de personas a quienes el Gobierno de Nicaragua señaló también como “traidores a la patria” y “prófugos de la justicia”.

La escritora y activista dejó su tierra hace casi un año tras recibir amenazas por parte del dictador Daniel Ortega. Militante en el Frente Sandinista de Liberación Nacional contra la dictadura de Anastasio Somoza, derrocado en 1979, Gioconda Belli ha persistido en su lucha a favor de los derechos de la mujer y la libertad de expresión, entre otras causas. Hoy, con más de 70 años, en el destierro, continúa alzando la voz por su país y su gente.

En el contexto de las declaraciones del gobierno de Ortega el pasado 6 de febrero, la publicación de Luciérnagas (Seix Barral, 2022) adquiere un peso mayor, pues los textos que reúne dan cuenta de la trayectoria y el pensamiento de una de las escritoras con más presencia en la escena política y social de Nicaragua.

—Gioconda, luego de que el gobierno de Daniel Ortega despojara de la nacionalidad a 94 nicaragüenses, entre los que estás incluida, ¿cuáles son tus reflexiones?

Para mí es el summum de lo que Daniel Ortega está haciendo con Nicaragua, que está siendo utilizada por él de una manera absolutamente monárquica. Se está comportando como los reyes medievales que sienten que no hay ningún freno para lo que puedan hacer. Tiene controlado al poder judicial, al ejército, al consejo electoral, a la policía y a todos los poderes del Estado. Están actuando fuera de la ley, fuera de los derechos humanos y agrediendo a todo un país. Lo tienen aterrorizado, la gente tiene miedo de hablar, de moverse, hasta de ir a procesiones religiosas porque las han prohibido; no quieren que nadie salga a la calle, tienen miedo del pueblo, esa es la situación en Nicaragua. Lo que nos están haciendo es absolutamente ilegal, absolutamente descabellado. Yo no voy a dejar de ser nicaragüense porque estos señores decidan que dejo de serlo. No reconozco su autoridad. Amo a Nicaragua, soy parte de Nicaragua, toda la vida lo he sido y no dejaré de serlo.

—Tu reacción fue inmediata en redes con este fragmento del poema Nicaragua: “Y te amo patria de mis sueños y mis penas / y te llevo conmigo para lavarte las manchas en secreto / susurrarte esperanzas / y prometerte curas que te salven”. ¿Qué significado adquiere esa patria de cara a los hechos recientes?

Esa patria está en mí. Siempre he dicho que mi país es tan pequeño que es un país portátil, que siempre ha andado conmigo, es parte de lo que soy. No sería quien soy si no fuera por Nicaragua, por haber vivido ahí, por haber respirado ese aire, por haber sentido ese calor. Tengo una relación absolutamente simbiótica con Nicaragua. Mi cuerpo lo siento que es Nicaragua y en mi poesía he escrito: “Ríos me atraviesan, montañas horadan mi cuerpo y la geografía de este país va tomando forma en mí”. Nadie me va arrancar esas vivencias profundas y más porque fui parte de una generación que luchó y estuvo dispuesta a morir por ese país. Este es mi segundo exilio, entonces, ¿quién me va a arrancar mi derecho de ser nicaragüense?

—En uno de los capítulos de Luciérnagas hablas de cómo cada día somos ligeramente distintos. Cómo nos inventamos y reinventamos. ¿El exilio te ha llevado a un proceso de reinvención?

Mi primer exilio fue en 1975. Viví cinco meses en México. Este exilio fue el 5 de mayo de 2021. La reinvención a estas alturas de mi vida —ya tengo más de 70 años— es diferente. Ya sé quién soy, qué quiero hacer. Tengo una arma enorme en mí que es mi palabra. Creo que la palabra es lo que nos hace trascender. Cuando tenía 25 años y tuve que dejar a dos niñas pequeñas en Nicaragua, eso fue desgarrador. Ahora estoy más convencida de que estos procesos históricos tienen su curso y que Daniel Ortega y Rosario Murillo tampoco tienen 15 años y que ellos también se van a morir. Creo que la historia es muy larga y nosotros vivimos un tiempo muy corto, pero tengo confianza en el ser humano, en mi país y en mi gente.

—En el libro también hablas de la persistencia de la esperanza. Dices que en vez de pensar en una Nicaragua sumida en la represión prefieres pensar que te será dado ver otra revolución.

En Televisión Española me hicieron una entrevista. Llevé mi pasaporte nicaragüense y lo corté con unas tijeras porque ese pasaporte no soy yo, es un documento que da un gobierno, pero yo soy nicaragüense y estoy en todos mis libros como nicaragüense y es también un símbolo, ellos están rompiendo los pasaportes de todos nosotros, se están arrogando el derecho a quitarnos los derechos, el derecho a la ciudadanía. Entonces, tengo esperanza. La esperanza es parte de nuestra historia. Vivimos años muy negros con la dictadura de Anastasio Somoza y cuando empezamos esa lucha no había tanta esperanza. La esperanza existe porque siempre, por muy oscura que sea la noche, ahí están las luciérnagas y vamos a buscar a esas luciérnagas. La historia es larga y tal vez yo no vea mis sueños cumplidos, pero viva o muerta voy a regresar a Nicaragua y si regreso muerta, voy a ser parte de la tierra, voy a dar flor, voy a meterme en los árboles, voy a hacer humus, abono para mi país.

—Amenazas de prisión por disenso, abolición de la autonomía universitaria, agresiones a periodistas, ahora el despojo de la nacionalidad y de las propiedades. En el prólogo a Luciérnagas adviertes sobre lo difícil que resultó leer las señales de la descomposición de un régimen que avanzaba hacia la tiranía. ¿Qué ocurrió?

Hay que tener mucho cuidado. Hay un libro de Ece Temelkuran, una escritora turca, Cómo perder un país: los siete pasos que van de la democracia a la dictadura, y ella habla de cómo en Turquía fueron perdiendo la democracia poco a poco y no se movieron hasta que ya la tenían perdida. Eso pasó en Nicaragua. Daniel Ortega se fue saliendo con la suya y cuando se levantó la gente, en 2018, ya era tarde porque él mismo nos acabó. Ya tenía todos los instrumentos de poder necesarios para aplastar esa protesta y para luego aplastarnos con toda la represión que ha impuesto en todo el país.

—Has sido activista en distintos frentes y Luciérnagas guarda un recuento de tus batallas y búsquedas. En estos tiempos, ¿es necesario replantearse el compromiso social del escritor desde una nueva perspectiva?

El compromiso social del escritor es un compromiso con la vida, con la humanidad. Para mí es profundamente humanista y por eso la ideología no tiene que ser el eje sobre el que se plantee. Creo que hemos sido muy ideologizados y hemos perdido de vista cuál es el principal objetivo de nuestras vidas, es decir, realizarnos como personas y ser felices. Tengo una novela, El país de las mujeres, donde digo que la ideología que tendríamos que tener es el ‘felicismo’. ¿Cómo hacemos para ser más felices, para realizarnos más? Por eso aludo a la ética femenina, a la ética del ‘cuido’, necesitamos cuidar al planeta, cuidarnos a nosotros mismos, a nuestras ciudades, a la gente pobre, a la gente que más sufre. Es una necesidad intrínseca del ser humano y creo que los escritores, los poetas, tenemos una obligación con eso, enseñar la posibilidad de vivir diferente.

—En tu poema Despatriada se lee: “Me fui con las palabras bajo el brazo / Ellas son mi delito, mi pecado / Ni Dios me haría tragármelas de nuevo.” ¿Dirías que la poesía es la más poderosa de tus armas?

La poesía es la esencia más destilada de la capacidad emotiva del ser humano y por eso tiene esa enorme posibilidad de comunicarse. Estamos comunicando lo que somos por dentro, lo que pensamos. A mí siempre me impacta la idea de que algo escrito hace 300 años —los griegos, Aristóteles— lo leemos y todavía nos habla. Realmente lo que va cambiando es la circunstancia, la geografía, pero en el fondo los seres humanos seguimos siendo muy parecidos, amamos, odiamos, tenemos miedos, inseguridades. Por eso es que tiene esa permanencia la palabra, la poesía, la literatura que nos permite identificarnos a través de los siglos y lo bello de los libros es que van dejando ese reguero de luz, es como un río de luz en el que nos podemos poner a nadar y dejar nuestras luciérnagas. Y que tiene que haber un sentido de proyecto colectivo, de sentirse parte de la humanidad, del país, del barrio y tratar de hacer lo mejor que uno puede en el tiempo que tiene de vida. Aristóteles decía que el sentido de la vida era que cada cual pudiera realizar su potencial. Eso me aclaró mucho cuando entendí lo que significaba.

—Este exilio y las amenazas recientes de Daniel Ortega, ¿qué han provocado en tu literatura?

He estado aportando porque he hablado de lo que pasa, he criticado lo que está pasando, he estado rebelándome, desafiando, diciéndole a la gente: ‘Nadie nos va a quitar nuestra nacionalidad, el amor a Nicaragua lo llevamos dentro’. He escrito, estoy haciendo bastante poesía, creo que la poesía se transmite de una manera bien directa y también estoy escribiendo una novela que tiene que ver con el desencanto y con el reencontrar un camino diferente. También he pensado mucho, creo que tenemos que pensar mucho en América Latina, en cómo encontramos la forma de ser, que las ideologías no nos paralicen, que cada uno pueda encontrar una visión común que nos permita a América Latina tener una mejor fortuna o un mejor futuro, porque cada país de América Latina la está pasando mal. Gustavo Petro dijo un discurso muy bueno en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) donde planteó visiones comunes. Realmente América Latina junta podría ser una enorme fuerza a nivel mundial, pero vivimos inmersos en nuestros pequeños pleitos. Lo que veo ahorita como más nefasto es la falta de solidaridad y de unidad en América Latina en relación a esta situación de Nicaragua. Solo el Presidente Gabriel Boric ha tenido una posición clara y crítica, pero parece que los demás dicen: ‘Si lo hace la derecha sí lo criticamos, pero si lo hace la izquierda que haga lo que le dé la gana’. O sea, el respeto a los derechos humanos trasciende las ideologías y además esa ideología de la izquierda que me la expliquen a mí cada uno de esos gobernantes, porque Maduro ha hecho desastres en Venezuela, la gente se ha tenido que ir por millones, pasan hambre, pasan necesidades; en Cuba está pasando lo mismo, en Nicaragua se ha ido el 10 por ciento de la población, se ha ido del país. Entonces, ¿qué es izquierda? Para mí la izquierda se tiene que reinventar, se tiene que reinventar y adaptarse a América Latina. Tenemos que crear nuestra propia barca, una barca respetuosa de los derecho humanos, democrática, con libertad. Es un sueño que yo tengo.

Arranco de tu pelo a los que te venden, te roban y te abusan
te cuento cuentos en la esquina de mi almohada
te arropo y te tapo los ojos
para que no veas los verdugos que llegan a cortarte la cabeza.

Nicaragua (fragmento)

AQ

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