Las ‘Gnossiennes’ de Satie: inhala música, exhala dolor

Casta diva

Estas piezas breves del compositor francés se cuelan con pasos ligeros y cadenciosos, en el ritmo exacto de las noches plácidas y los días limpios.

Retrato de Erik Satie en 1891. (Ramón Casas)
Ciudad de México /

Avanzan despacio, envolventes, cubren con su cadencia, atmosféricas, lágrimas que juegan a ser felices. El dolor crece con ellas toma el territorio del cuerpo, y la música ocupa el espacio de cicatrices invisibles. Cambia el ritmo, son pasos de gato, dan la vuelta, un giro, una pausa y se distrae, pasa una mosca, el gato la mira y sigue con pasos de ballet furtivo, hace de la mesa el escenario.

Las Gnossiennes regresan, el dolor regresa, las Gnossiennes te absorben, tapan el nudo de la garganta, ocultan el grito, lo diluyen. Son su propia historia, se recrean y se repiten en variaciones de tempo. El dolor no es sordo, escucha, las oye con atención, las envidia, ellas son bellas, él es terrible, necio, indolente, egoísta. Las Gnossiennes adoptan al tiempo, lo conducen, lo llevan al placer de la inundación, del agua que te arrastra, el dolor se traga al tiempo, lo vomita, lo ensucia, te obliga a reconocerte en lo que nunca debiste ser, nunca.

Inhala, exhala, inhala, exhala, inhala música, exhala el dolor, sácalo por la nariz, en el aire, por la boca, en el grito quedo y manso, por la piel, en el sudor que apenas moja las manos. Inhala Gnossiennes pídeles que te dejen su paz dentro, en el nudo atado con fuerza a tu cuerpo, en ese nudo rígido que te punza, te detiene, te lleva del sueño a la vigilia, del silencio al ruido. Las inhalas, las inhalas, y ellas libres, flotantes, entran abrazan ese nudo, lo tocan, y por unos instantes, tan mínimos, tan fugaces, suavizan al nudo, y descansa, deja que el cuerpo se olvide de sí mismo, que sea día, sea noche, sea paz.

Las Gnossiennes son cortas, las escuchas decenas, cientos de veces. El dolor es permanente, invencible, persistencia formidable, el placer tiene arrepentimientos, escrúpulos, vergüenza. El dolor no, es cínico, burlón, se jacta de su tiranía, de la dócil condición del cuerpo. El esfuerzo vano de tratar de disimularlo, lo fortalece, y susurra, “aquí estoy, no me he ido”. El placer termina, y lo añoramos, lo provocamos,

buscamos su rostro efímero. El dolor te encuentra, te persigue, te posee y una vez que sabe que es dueño de ese cuerpo, lo invade. No existe un espacio inaccesible, entra en hilos delgados, hasta ser una masa anudada a cada miembro de tu nombre.

Caminan, son pasos delicados, Gnossiennes gotas de agua, las tomas en cada sonido, las llevas palpitando, el corazón las deja entrar, la piel deja que la toquen en una fantasía del misterio que ya no tienes. El dolor no es misterio, es estridente y vulgar, odia a las Gnossiennes, porque son líquidas, perfumadas, son las amantes que besan tus heridas. ¿A dónde te las vas a llevar? ¿A dónde te vas a ir? El dolor estático te ata a las mismas preguntas, a los mismos miedos. Ellas te llevan lejos, al centro de lo que no tienes, al tiempo de noches plácidas y días limpios. Gnossiennes llévense este cuerpo, diluyan esta carne, acaben con estos huesos.

AQ

  • Avelina Lésper

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