Golda

Ideas

Dirigida por Guy Nattiv, la cinta está inspirada en un episodio clave durante el gobierno de la ex primera ministra israelí y podría ser un punto de partida para entender qué está pasando en Medio Oriente.

Golda Meir, 1898-1978. (Archivo)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

La película Golda (2023, disponible en Prime Video), dirigida por el israelí Guy Nattiv —Oscar al mejor cortometraje en 2019 por Skin— presenta unos días en la vida de Golda Meir, la ex primera ministra de Israel (personificada por una Helen Mirren maquillada mediante sesiones de tres horas y media para cada toma) durante la muy difícil Guerra de Yom Kipur, en octubre de 1973.

Aunque la cinta no sea ni una biografía ni una obra de autor, sí tiene muchos aspectos interesantes —además de la excelente fotografía—, y aprovecho para presentar aquí algunos elementos de su contexto histórico.

En su autobiografía (My Life, 1975), Golda Mabovitch, nacida en Kiev en 1898 y a los ocho años de edad emigrada junto con su madre a Estados Unidos, cuenta cómo durante sus años iniciales en la entonces Palestina (a donde ella y su esposo Morris Meyerson fueron a vivir a partir de 1921) se hicieron miembros de un kibutz a inicios de la década de 1920:

“Déjenme explicarles que en aquellos días las mujeres del kibutz odiaban las tareas de la cocina, no porque fueran difíciles (en comparación con otros trabajos en el asentamiento eran bastante fáciles), pero debido a que lo sentían degradante. Su lucha no era por la igualdad o por los derechos “cívicos”, que tenían en abundancia, sino por la igualdad de cargas. Querían tener los mismos trabajos de sus camaradas varones: pavimentar caminos, cavar el campo, construir casas o hacer guardia; no debían ser tratadas como si fueran diferentes y automáticamente relegadas a la cocina. Todo esto fue al menos medio siglo antes de que alguien inventara el desafortunado término ‘liberación de la mujer’, pero el hecho es que las mujeres de los kibutzim figuraron entre las primeras luchadoras más exitosas por la verdadera igualdad” (p. 84). [La traducción es mía.]

El 14 de mayo de 1948, el gobierno interino de David Ben Gurión, de tendencia socialista-laborista, en el que ella ya participaba desde mucho tiempo antes como la principal recolectora de fondos en Estados Unidos, decretó la independencia del Estado de Israel, justo el día de expiración del Mandato Británico de Palestina... y ese mismo día todos los países árabes atacaron a Israel con la declaración explícita de “echar a los judíos al mar”.

Menos de cuatro meses después de la firma del acta, “Golda” fue nombrada embajadora ante la Unión Soviética, pues de inicio la URSS apoyaba al naciente estado, empeñada por hacerse de una buena posición en Oriente Medio.

Ben Gurión, también miembro de un kibutz, y primer ministro de 1948 a 1963, cristalizó el viejo afán sionista de lograr un Estado propio que funcionaría como “Hogar nacional judío”, convirtiendo a Israel en el país miembro número 59 de las Naciones Unidas, remontando con ello las inexplicables reticencias del Imperio Británico por permitirlo.

Desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, había declarado: “Combatiremos a Hitler como si no existiera el Libro Blanco, y combatiremos el Libro Blanco como si no existiera Hitler”.

Golda Meir expone:

“Supongo que debo haber intentado mil veces desde 1939 explicarme a mí misma —no solo a los demás— cómo y por qué sucedió que durante los mismos años en que los británicos se enfrentaron con tanto coraje y determinación a los nazis, también pudieron (y estuvieron dispuestos a ello) encontrar el tiempo, la energía y los recursos para librar una guerra tan larga y amarga contra la admisión de refugiados judíos de los nazis en Palestina. Pero todavía no he encontrado ninguna explicación racional (y tal vez no la haya).
[…] El Libro Blanco de 1939 —esas reglas y regulaciones establecidas para nosotros por extraños para quienes las vidas de los judíos eran obviamente de importancia secundaria— convirtió todo el tema del derecho de los asentamientos a gobernarse a sí mismos en la necesidad más urgente e inmediata que ninguno de nosotros había conocido. Y fue esencialmente a partir de esta profunda necesidad que se fundó el Estado de Israel, solo tres años después del final de la guerra” (p. 155).

La novela Éxodo, de Leon Uris, y la posterior película del mismo nombre de 1960 tratan sobre ese tema, por un barco de refugiados así llamado que acaparó la atención mundial en 1947, cuando los británicos le impidieron desembarcar en Palestina.

En febrero de 1969, Golda Meir —quien siempre fuera miembro destacado de la Internacional Socialista— resultó electa como primera ministra, y declaró: “Estamos dispuestos a hablar de paz con nuestros vecinos en cualquier momento y sobre todos los aspectos”, asunto que parcialmente se conseguiría después de la Guerra de Yom Kipur, según se cuenta al final de la película.

Como marco general para la cinta convendría al menos evaluar la posibilidad de un cambio de perspectiva, considerando las siguientes premisas:

El sionismo no es un “mal” inherente ni un ejemplo de ningún tipo de racismo o supremacía; fue, a cambio, un movimiento de reivindicación nacional a la luz de innumerables persecuciones a lo largo de siglos que desembocaron en la realidad histórica del Holocausto, con millones de asesinados como parte integral e indisoluble de una política de Estado diseñada y operada para la aniquilación de todo un pueblo —el verdadero sentido de la palabra genocidio—. Ahora, después de 70 años, los palestinos no pueden seguir manteniendo el espejismo de “retornar” a una tierra que históricamente no solo les perteneció a ellos sino igualmente a los judíos, y que han habitado en forma conjunta durante más de dos milenios. Más aún, desde 2005 Israel se retiró por completo y desmanteló los asentamientos que mantenía en la Franja de Gaza, que lleva casi 20 años como entidad autónoma, aunque dominada por la organización palestina Hamas, cuya Carta Fundacional expresa a la letra lo siguiente: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes no luchen contra los judíos y les den muerte. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y los árboles, y estos últimos gritarán: ‘¡Oh musulmán!, un judío se esconde detrás de mí, ven a matarlo’”.

Seguir hablando de “refugiados” que han mantenido esa supuesta condición durante ya tres generaciones no es sino una desviación alimentada por ideologías que impiden la posibilidad de realizar progresos en beneficio de millones de personas enfrascadas en un camino sin salida posible. Desde hace decenios existen condiciones y medios efectivos para emprender y desarrollar una vida por completo diferente, alejada de concepciones ficticias, insostenibles y regresivas. Israel es la única democracia real en Medio Oriente, en donde entre tantas otras cosas las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, en un país moderno y tecnológicamente muy avanzado.

Al respecto, la ex primera ministra abundaba:

“¿Mi visión de nuestro futuro? Un Estado judío en el que masas de judíos de todo el mundo sigan instalándose y construyéndose; un Israel comprometido en un esfuerzo de colaboración con sus vecinos en nombre de todos los pueblos de esta región; un Israel que siga siendo una democracia floreciente y una sociedad basada firmemente en la justicia social y la igualdad” (p. 444).

Pero en agosto de 1967, la Conferencia de Jartum (capital de Sudán) a la que asistieron los líderes de ocho países árabes después de la Guerra de los Seis Días emitió los famosos "tres no" con respecto a las relaciones árabe-israelíes: no a la paz con Israel, no al reconocimiento del Estado de Israel, no a las negociaciones con Israel; y eso no cambiaría para algunos de ellos sino con el resultado de la Guerra de Yom Kipur en 1973 que la película narra con cierto detalle desde los círculos del poder político y militar.

Al día de hoy esa postura sigue siendo el credo de Hamas, y una de las razones de fondo del terrible estado de cosas actual.

Por supuesto que hay opiniones encontradas, como la del profesor de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand en su libro de 2012, La invención de la Tierra de Israel. De Tierra Santa a madre patria, donde plantea que se debe “recorrer los caminos que condujeron a la invención de la ‘Tierra de Israel’ como un espacio territorial cambiante sometido al dominio del ‘pueblo judío’, un pueblo que —como he argumentado aquí brevemente y de forma más extendida en otras partes— también fue inventado a través de un proceso de construcción ideológica” (p. 28).

Al respecto, un amigo, politólogo uruguayo-israelí, igualmente profesor de la Universidad de Tel Aviv, hace unos días me comentó lo siguiente: “Guille, es amigo mío. No le des bola. También escribió La invención del pueblo judío. ¿Y qué? Todo es inventado. Hobsbawn hablaba de la invención de la tradición. Ernst Gellner decía que los nacionalistas inventaron la nación. Obvio que todo es invento. ¿Y qué? Esta invención de Israel está aquí para quedarse”.

Realpolitik aparte, el hecho indiscutible es que en esa muy reducida zona coexisten millones de personas —Israel mide solo 21 mil kilómetros cuadrados, un área similar a la del estado de Hidalgo—, y aunque la geografía circundante abarca una enormidad de kilómetros cuadrados, aún no han logrado convivir en forma civilizada y acorde con esta nuestra época de racionalidad y conocimiento, pues mientras las consideraciones ideológicas sigan manteniendo primacía —en ambos lados—, habrá poco avance.

En un continente separado, algo parecido se narra en el libro Freedom at Midnight de los periodistas Larry Collins y Dominique Lapierre (1975), acerca de la partición entre Pakistán y la India de 1947, también emanada del imperialismo inglés:

“Nadie sabrá nunca cuánta gente perdió la vida durante esas terribles semanas en Punjab [el estado indio que limita con Pakistán] en el otoño de 1947. Tan caóticas eran las circunstancias, tan completo el breve colapso administrativo de la provincia, que fue imposible realizar un sondeo de las muertes” (p. 399).
“Como Mahatma Gandhi había predicho, el terrible legado de la partición seguiría complicando el subcontinente durante los años siguientes. Dos veces, en 1965 y 1971, las dos naciones que emergieron de una matriz común se enfrentarían en el campo de batalla” (p. 513).

Aunque Pakistán y la India únicamente han firmado un alto al fuego, y no un tratado de paz, Israel y Egipto sí establecieron formalmente la paz en una ceremonia de Estado entre Anwar el-Sadat y Menahem Begin bajo los auspicios del presidente Carter en marzo de 1979.

La película se toma una (gran) licencia al mostrar una escena ficticia en el lecho de muerte de Golda Meir, cuando por la televisión alcanza a ver la histórica firma de la paz, como resultado directo de la Guerra de Yom Kipur que le tocó conducir. No pudo haber sucedido porque ella sucumbió al cáncer en diciembre de 1978 —en ninguna parte de la película aparece sin un cigarro en la mano, o encendiendo uno nuevo con la colilla del anterior—, y la secuencia debe entonces interpretarse como un homenaje a su figura, porque hasta la fecha la paz entre esos dos grandes adversarios sigue vigente.

Sin embargo, no ocurrió así con el presidente egipcio, asesinado por un grupo de sus soldados en octubre de 1981, y lo mismo sucedió años después con el entonces primer ministro israelí Isaac Rabin —artífice de los Acuerdos de Oslo con Yasser Arafat en septiembre de 1993, y de las negociaciones de paz entre Israel y Jordania en octubre de 1994, ambas auspiciadas por el presidente Clinton—, pues en noviembre de 1995 Rabin fue asesinado por un extremista israelí que dijo haber actuado “por órdenes de Dios”.

La situación actual en Gaza es atroz e insostenible geopolíticamente y debe terminar ya, pero fue causada porque previo a eso los terroristas de Hamas cazaron a sangre fría a mil 200 civiles israelíes inocentes y desarmados —decapitando de paso a varios infantes—, violaron en forma salvaje y tumultuaria a decenas de mujeres y secuestraron a 240 personas, ancianos, mujeres y niños entre ellos. Ningún país puede vivir con la amenaza de tener asesinos al lado esperando a que se descuiden y realicen otro pogrom como el del 7 de octubre de 2023.

Muy desafortunadamente, esta frase de la autobiografía de Golda Meir sigue siendo válida, y más aún en la actualidad:

“Los problemas reales, como había sido durante tanto tiempo, eran la supervivencia y la paz, en ese orden” (p. 372).

La indignación mundial por las miles de muertes en Gaza —compartida también por muy grandes segmentos de la sociedad israelí, que llevaban ya meses manifestándose contra un gobierno en parte dominado por fundamentalismos religiosos— no puede volvernos ciegos y presas fáciles de la propaganda. Todos perdemos con ello.

Ojalá esta película pudiera ayudarnos a tratar de comprender la complejidad de las cosas.

Guillermo Levine

www.glevineg.com

AQ

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