Guadalupe Dueñas: la escritora con mundo propio

Literatura

En el aniversario luctuoso de la escritora jalisciense, autora, entre otros títulos de 'Tiene la noche un árbol', la recordamos como la gran cuentista que reflexionó sobre la condición humana.

Guadalupe Dueñas, 1910-2002.
Patricia Rosas Lopátegui
Ciudad de México /

El 10 de enero de 2002, en la Ciudad de México, murió la escritora Guadalupe Dueñas, quien continúa presente a través de sus cuentos, poemas y su inmensa labor como promotora cultural.

En 1964, Elena Garro escribió: “De las escritoras mexicanas me gusta mucho Lupita Dueñas como cuentista porque tiene mundo propio, creo que es la mejor cuentista mexicana*”. Sin duda alguna, la autora de Los recuerdos del porvenir (1963) no estaba equivocada y Guadalupe Dueñas va ocupando el lugar que se merece, tanto en el ámbito literario mexicano como a nivel internacional.

El acervo de la escritora jalisciense (Guadalajara, 1910) consta de Tiene la noche un árbol (1958), No moriré del todo (1976), Imaginaciones (1977) y Antes del silencio (1991), libros que el Fondo de Cultura Económica reunió en sus Obras completas (2017), junto con otros de sus trabajos.

Recordamos su poder de síntesis para analizar la condición humana con uno de sus cuentos más emblemáticos: “El sapo”, incluido en Tiene la noche un árbol:

“Cayó del tejado con un golpe seco. Quedó silencioso sobre la hierba, igual que una mano rugosa cargada de fatiga.

“De pronto ensayó volar: elevóse y giró sobre sí mismo sin avanzar ni un milímetro. Su salto resonó en el campo como una bofetada. El paisaje estuvo fijo mientras el viento descendía rasurando la montaña.

“Sobre la soledad del llano golpeó de nuevo, azotó su corazón contra el musgo y, así, repitió su martilleo hasta alcanzar el río.

“Allí, en la transparencia huidiza, su fealdad sin consuelo se duplicó:

“El vientre lechoso rebasaba los litorales de su cuerpo, la piel terrosa y agrietada, los párpados de lona y el miedo permanente que le fingía un minutero en la cavidad del pecho. Sus ancas desvalidas ensayaron otra vez el vuelo.

“Resbaló pesadamente de piedra en piedra; solo le distinguía de los cantos rodados el temblor incontenible de la garganta. Su boca desdentada amenazó un grito en el silencio.

“Jilgueros de vidrio alborotan el agua.

“Él conoce a la chiquillería de piernas de carrizo tostadas al aire. Las manos morenas remueven los guijarros. Buscan arenas brillantes, juntan esferas de altíncar, piedrecitas de marfil, diminutas partículas de cuarzo.

“Se apiñan en parvada. El más pequeño da la voz de alarma:

“—¡Vengan a mirar!, parece una piedra con ojos.

“—No es una rana —dice otro.

“—Tampoco es un pez.

“—¡Qué horrible, esto es un sapo! Yo lo conozco, es traidor, es venenoso; si se enfurece puede estallar y cegarnos con la lumbre que le hace brincar el pecho.

“—Busquemos una espada —gritan a coro.

“—No quiero que le hagan daño —ruega el que habló primero.

“—Veremos si se hincha igual que la vela de un barco.

“—¡Yo lo vi primero; quiero guardarlo en una caja! —suplica otra vez el pequeño.

“—¡Retírate! —le ordenan—. No sabemos si vuela, si se eleva hasta la torre o sube la montaña y llega más allá de los cedrales.

“—A lo mejor conoce el mar...

“—¡Quiero ver cómo respira, quiero ver cómo es un sapo! —exige el chico serpenteando entre la piernas de los compañeros.

“Primero le lanzan puñados de arena, luego trompos, después porciones de lodo. Piedras, varas y ramas crecen en las manitas crueles. A los niños les divierte verle la saliva nacarada, el estertor de su pecho y la convulsión del vientre que lentamente se dilata.

“El sapo entreabre los ojos asombrado.

“La curiosidad los estrecha, forman un manojo de caireles inmóviles, una nube de inconscientes aves de rapiña.

“A cada uno le interesa descubrirle la muerte.

“—¡Vean cómo tiembla!

“—Mírenle los ojos, se le han llenado de chispas amarillas.

“—Tiene orejas diminutas de murciélago.

“—Su aliento es fétido como el zumo del coyol.

“—Y su boca es tan grande que podría beberse el aire que sopla en los remolinos.

“—Todavía puede vivir si lo dejan que descanse —implora siempre el menor.

“Pero replican:

“—Esperen. Ya mero revienta.

“Y el grupo se afana por la intensidad del espectáculo.

“Gritan para borrarse el sobresalto; intentan confundir con voces el remordimiento. Pero cuando el animal estalla y ven la piltrafa desvaída que se achica bajo el sol, enmudecen. Luego, los pequeños se echan a llorar azorados y saborean su primera tristeza”.

Guadalupe Dueñas, 'Obras completas'. (FCE)

Este texto nos revela lo que Guadalupe Dueñas expresó en los años 50: “Escribir significa para mí satisfacer una necesidad: liberarme de un caos de imágenes internas imponiéndoles el orden de la palabra y plasmándolas en un mundo cuya coherencia deriva de leyes propias. Quien encuentre en mis escritos un exceso de fantasía podrá pensar que por medio de ella estoy tratando de fugarme de la realidad cotidiana. Ciertamente es una fuga; pero encima de eso, es buscar acercarme a otra realidad más verdadera, más mía”. ¡Leamos a una de nuestras escritoras más originales, nunca es tarde para iniciar el viaje!


“Con los recuerdos de Elena Garro”, de Carlos Landeros (véase en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos. México: Gedisa, 2020, p. 194).

AQ

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