Allá entre 1987-88, trabajé en la maquila en Ciudad Juárez. La empresa era General Motors y me hospedaba en el hotel Colonial las Fuentes, que tenía la concesión del restaurante Denny’s. Ahí desayunaba y ahí cenaba. Ahí también comía los fines de semana. Me empezó a salir cara de club sándwich, si eso es posible. Cuando me hartaba, iba por medio Pollo Loco y me lo comía en la habitación.
Durante todo ese año hubo algo que no cambió. Siempre que llegaba al Denny’s, detectaba en una mesa del fondo a un barbudo que fumaba un cigarro detrás del otro y se bebía una y otra taza de café con la conciencia de que sólo pagaría la primera. Se entretenía con un libro. A veces apuntaba algo.
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No me gustaba trabajar fuera de la oficina, pero podía ocuparme en el Denny’s con el último plano del Pontiac Fiero 1988, comparándolo con el anterior para asegurarme de que todo el cableado se ajustara al diseño. Caramba, donde iba un fusible de 20 amperios ahora correspondía uno de 30.
Allá en el fondo, el barbudo echaba humo. Decidí que era un díler. Nunca cruzamos una palabra, ni siquiera un saludo. En septiembre de 1988 volví a Monterrey y obtuve la beca del Centro de Escritores de Nuevo León. En la primera sesión, ¿a quién me vine a encontrar, sentado frente a mí, echando humo? Al barbudo que el mundo entero conoce como Eduardo Antonio Parra. “¿Qué onda, güey?”, me dijo. “Te me haces conocido.”
Me distraje con los recuerdos, cuando mi intención inicial era contar otra cosa.
El menú del Denny’s tenía en su sección de postres: “Pay de manzana, pay de guayaba”. Al terminar de cenar, le decía yo a la mesera: “Un pay de manzana, por favor”. Ella se ausentaba un par de minutos y regresaba: “Ya sólo nos queda de guayaba”. Y yo le decía: “Gracias, pero no”. La escena se repetía una noche tras otra, hasta que ya constituía una broma pedir el pay de marras. Ella me explicó que cada mañana, una señora les traía uno de manzana y otro de guayaba, pero el de manzana se acababa pronto y el de guayaba nadie lo quería. Yo le hice la pregunta obvia, y ella se encogió de hombros.
Mis amigas lectoras con el tamaño de pie más frecuente oyen una y otra vez en las zapaterías: “Ya se nos acabó en su número, pero tenemos tal o cual otro por si se lo quiere probar”.
Esto me vino a la mente porque ayer mi hermano me dijo que fue a la tienda Apple a comprar un iPhone 13 negro. Le dijeron que sólo les quedaba en rojo. Y el propio empleado le explicó: “Tenemos el rojo porque la gente no lo quiere”. Vaya uno a saber si los ejecutivos de mercadotecnia de esa empresa saben que están fabricando iPhones de guayaba.
En todo caso, las grandes empresas tendrían que aprender de las editoriales que publican guayaba y la venden mejor que la manzana.
ÁSS