Siempre recordaré la primera vez que fui a una exposición de la obra de Guillermo Arreola. Era una ocasión especial porque durante muchos años él había mantenido su pintura en resguardo, por lo que esa exposición fue, literalmente, la develación de un secreto. La obra era hermosamente extraña y yo percibí de inmediato la mano de un mago. Vislumbré, a través de los lienzos, a un artista que intenta dejar atrás el dolor, dolor constante, de lo ordinario y de lo convencional.
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El mago está presente porque este pintor es también un escritor, de tal manera que en cada pintura hay una historia sin trama. En los títulos de cada una de las obras hay una invocación en tanto que el pintor sabe que nombrar cada cosa es importante, a pesar de que a esta pintura no se le puede confundir nunca con pintura narrativa.
Arreola, el escritor, nos ofrece un título extraordinario: La insólita aparición de Antígona en Veracruz y sólo Arreola, el pintor, nos hace ver, y amar a Antígona, como no lo habíamos hecho nunca antes. (Esta Antígona me hace recordar la pintura Fragmentos de una crucifixión de Francis Bacon.) El repartidor de almejas de Arreola vende almejas que podrían ser galaxias flotando en una mesa, y en Ámbar petrificado los seres más ancestrales pueden ser casi visibles.
En un principio, la obra de Arreola era abstracta con veladuras y capas de pintura que derivaba, casi, en algo figurativo —sombras de caballos, quizá; casas, tal vez; e incluso autorretratos o fantasmas, quizá. En su obra posterior, lo figurativo y lo abstracto se unen, habitan el mismo lugar y crean un nuevo lenguaje como ocurre en nuestros sueños y en los fascinantes espacios de la paradoja.
Este texto está incluido en el catálogo digital de la exposición 'La reina no es', que se presentó en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
AQ