La influencia de Gustavo Sainz en 'Nadie me verá llorar', la novela de Cristina Rivera Garza

La obra de la escritora mexicana cristalizó a la luz de los consejos y la amistad del autor de Gazapo con el paisaje estadunidense como escenario.

Cristina Rivera Garza, autora de 'Nadie me verá llorar' y Gustavo Sainz, autor de 'Gazapo'. (Fotos: Javier Ríos, Octavio Hoyos | MILENIO)
Enrique Aguilar R.
Ciudad de México /

A Gustavo Sainz lo conocí en 1976. Era el coordinador de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Como lector precoz para mis 19 años de entonces ya había leído Gazapo en la secundaria, y La Princesa del Palacio de Hierro en la preparatoria. Cuando me enteré que él ¡en persona personal y de cuerpo entero! daba clases en mi escuela, fui corriendo a decirle que si me podía admitir como “oyente”. Él daba materias de séptimo y noveno semestre y yo apenas estaba en primero. Mi solicitud le dio risa y me admitió porque le dije que ya había leído sus dos novelas y era su admirador. Golpazo al ego del tícher.

Sainz primero fue mi profesor, luego mi jefe en la Dirección de Literatura del INBA, a donde me invitó a trabajar como coordinador de conferencias y luego redactor y jefe de redacción de La semana de Bellas Artes, suplemento cultural de triste fin. También fue mi jefe en la página cultural de El Universal. Luego fue mi papá intelectual y como tal tuvimos un respectivo, y para mi gran fortuna superado, parricidio. Como a partir de 1981 él se fue a dar clases a universidades de Estados Unidos, y no porque López Portillo lo hubiera expulsado del país, hay que decirlo cada vez que se pueda para aclarar ese infundio, iniciamos un intercambio de correspondencia de la que yo guardé la mayoría de las cartas que nos enviamos. De ese carterío tengo como 500 cuartillas que aún no sé bien cómo manejar en conjunto porque ahí hay de todo: sugerencias, recuerdos, chismes, confesiones, anécdotas… Por lo pronto aquí están dos cartas que tienen qué ver con la hoy famosa narradora Cristina Rivera Garza y la confección de su primera novela. Estos textos forman parte de la asesoría a distancia y que a lo largo de varios años Gustavo me dio para escribir tres novelas que ya tengo terminadas y en espera de que algún editor descubra ahí mi talento y la buena asesoría de mi maestro.

Viernes 7 del 11, del 2003, 8:01 hrs.


Estimado Gus:

ya terminé de leer Nadie me verá llorar: ahora quisiera que me contaras cómo era antes, qué le quitó [Cristina Rivera Garza], qué le agregó, por qué, para qué y cómo. Como ella misma lo declara en la nota final, es una bonita ensalada de documentos históricos tomados de diferentes fuentes ¿Y? ¿Esa es la fórmula? Perdón por el tono, pero como diría López Obrador, nada más te estoy cucando para ver si me explicas con amplitud los aciertos y cualidades de este texto... Mientras te mando un abrazo y el deseo de que la fortuna te sonría...

Enrique


Hola, Enrique:

Fíjate que hace un par de días, buscando mi declaración de impuestos del año pasado, me encontré con la primera versión de Nadie me verá llorar, apenas de doce cuartillas. Esa versión contaba en tono periodístico el enamoramiento de Modesta Gómez, narrado desde la perspectiva de ella. El texto se llamaba YO, Modesta Gómez. Cristina venía a visitarme todos los viernes. Ella era profesora en Purdue, que está a unas 100 millas de aquí, y manejaba, interactuábamos por un par de horas o poco más, y luego se volvía a ir. Me dijo que era amiga de Ignacio Trejo, y por eso la recibí. Entonces el primer trabajo fue crear el entorno histórico político, luego hacer verosímil que el cuate era fotógrafo, y hacerlo el narrador. Reducir las intervenciones de Modesta Gómez. El texto pasó a llamarse Agujeros luminosos, y finalmente Nadie me verá llorar, título mío, como muchos otros títulos de la literatura mexicana. Entonces, en resumen, se trató de engrosar el caldo, pues la parte anecdótica es la misma que cabía en 12 páginas, y lo demás es “relleno”, pero del bueno. Lo que me deslumbra de Cristina es su capacidad para desarrollar una prosa reflexiva, y su paciencia y perseverancia. Yo creo que hicimos esa novela en tres años, a razón de unas 20 cuartillas por semana, hasta que quedó lo que se publicó. Luego ella consiguió un trabajo en San Diego, y hace un par de meses la acabo de recomendar para que se cambie a Riverside, California. Ella es profesora de Historia, no de literatura, y su tesis la hizo sobre los manicomios a principios de siglo en la Ciudad de México. Se casó, tuvo una niña, se divorció. Vive con su hijita. […]

Bueno, te cuidas. Ya tengo mi boleto para la FIL, y mi amiga que me va a hospedar me pidió el menú que debe tenerme listo y ya se lo mandé. Por acá ya empezó el frío y hay que raspar el hielo de los vidrios del coche.

Pásala padre.

Gustavo Sainz


​AQ

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