Hambre | Por David Toscana

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El deseo de comer es tan omnipresente como el deseo carnal, pero, como decía un escritor: “El sexo puede saciarse con imaginación, pero el hambre se vuelve peor”.

Niños y otras personas con hambre esperando comida afuera del comedor social Dreyfus, Jerusalén. (Library of Congress)
David Toscana
Ciudad de México /

Una vez al año me impongo varios días de hambre para que el pantalón vuelva a cerrar. Entonces me acuerdo de Knut Hamsun y su Hambre. Fue un libro que conocí hace algunas décadas por recomendación de Juan Rulfo.

Aunque la novela no es autobiográfica, se sabe que Hamsun pasó hambre durante su adolescencia.

La historia es un retrato psicológico de los estragos del hambre; sin embargo Hamsun nunca transforma este vacío estomacal para llevarlo a niveles de alto lirismo. El hambre “me daba feroces mordiscos” o “me roía intolerablemente y no me dejaba reposar” o reaparecía “royéndome los intestinos, sacudiéndome, produciéndome agudos dolores, como finas picaduras que me hacían sufrir”. Frases comunes, poco sinceras o poco artísticas.

Más elevado es el Ulises de la Odisea, cuando dice: “Pero ahora déjenme cenar aunque sigan mis lutos, pues no hay nada más perro que el vientre maldito, que a la fuerza nos hace pensar en él, por deshecha que esté el alma, por más hondo pesar que se tenga. El dolor llena mis entrañas y el vientre sigue llamando a comer y beber, me impulsa a olvidar todo cuanto llevo sufrido hasta ahora y me obliga a llenarlo”.

El deseo de comer se vuelve tan omnipresente como el deseo carnal. Sin embargo, como decía un sabio escritor: “El sexo puede saciarse con imaginación, pero el hambre se vuelve peor”.

Quizás el mejor testimonio sobre el hambre aparece en Un mundo aparte de Gustaw Herling-Grudziński. Los soviéticos sabían bien que el hambre en los campos de trabajo mataba la voluntad de los presos, los esclavizaba. El hambre debía ser diaria, constante, prolongarse años. “No existe nada que las personas no hagan si las domina el hambre”, escribe Herling-Grudziński, que había pasado varios años en esas condiciones. Cuenta: “El hambre doblegaba con mayor frecuencia a las mujeres y, una vez que las doblegaba, ya nada podía detener su caída en picado hasta el nivel más profundo de la degradación sexual”. Y clama: “Si Dios existe, que castigue sin miramientos a quienes doblegan a la gente mediante el hambre”. Sobre intentar dormir con el estómago vacío: “El hambre no abandona su reinado durante la noche, al contrario: ataca con más disimulo y sus armas invisibles golpean con mayor precisión”.

Heródoto nos cuenta que los lidios “inventaron los dados, los astrágalos, la pelota y todos los demás tipos de juegos, salvo el chaquete” para sobrellevar un largo tiempo de escasez alimentaria: “Para no pensar en la comida, de cada dos días se pasaban jugando uno entero y, al día siguiente, dejaban los juegos y tomaban alimento. De este modo vivieron durante dieciocho años”.

Voy a averiguar cómo se juega a los astrágalos, nomás hasta que cierre el pantalón.

AQ

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