Galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024 “por su intensa prosa poética que confronta los traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, la escritora sudcoreana Han Kang, según asentó el jurado en su acta de premiación, manifiesta en cada una de sus obras “una conciencia única de las conexiones entre cuerpo y alma, vida y muerte, y con su estilo, experimental y poético, se ha convertido en una innovadora de la prosa contemporánea”.
Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970) empezó su carrera como novelista al ganar el concurso literario de primavera Seoul Shinmun en 1994. La vegetariana, su primera novela traducida al inglés, ganó en 2016 el Booker Prize y su siguiente novela, Actos humanos, le valió el Premio Manhae de Literatura de Corea y el Premio Malaparte en Italia en 2017. Otras de sus novelas, algunas de ellas traducidas a una treintena de idiomas, son El venado negro (1998), Tus frías manos (2002), Pelea de aliento (2009), La clase de griego (2011) y Viene el muchacho (2014). Es autora de los libros de relatos El amor en Yeosu (1995), El fruto de mi mujer (2000), Caja de lágrimas (2010) y El diseño amarillo de la eternidad (2012), y de los ensayos Sobre el amor y su entorno (2003) y Canciones cantadas en voz baja (2007). La traducción al español de Decir adiós, novela con la cual obtuvo el Premio Médicis cuando apareció en francés, saldrá este invierno.
Han Kang fue traducida por primera vez a un idioma occidental —el español— en 2012 por la coreano-argentina Sun-me Yoon. Ese año la editorial Bajo la Luna, de Buenos Aires, publicó La vegetariana, que cuatro años después sería traducida al inglés y catapultó a su autora a nivel internacional.
Decir adiós, explica a Laberinto Albert Puigdueta, su editor en lengua española y responsable del sello Literatura Random House, “es la historia de una mujer que tiene una amiga que por una serie de circunstancias está enferma en un hospital y le pide que vaya a su casa, en una isla, a cuidar a su pajarito para que no muera. Esta historia del presente se conecta con un episodio traumático: la masacre de Jeju en 1948, la cual sirve para hablar de las víctimas un poco en la línea de otra de sus novelas, Actos humanos, en la que también hace este tipo de trabajo”.
Puigdueta dice que muy pocos autores como Han Kang han logrado reflejar la actual fragilidad humana y la violencia, además de mostrar de manera original los traumas históricos que padecen sus personajes. “Lo hace con una voz poética de una belleza extraordinaria y a la vez inquietante y perturbadora”. En cuanto al lenguaje, Puigdueta sostiene que “su prosa es sencilla y se nota que Han Kang comenzó escribiendo poesía, pues tiene un estilo casi minimalista”.
Por su parte, Joan Riambau, editor de las obras de Kang en catalán bajo el sello La Magrana, subraya que la Nobel “es una de las grandes autoras contemporáneas no solo por su poderosa narrativa, capaz de dar vida a personajes muy sólidos en situaciones vitales muy complicadas, sino que es una de esas raras autoras que sabe adentrarse en la condición humana de modo profunda. Ahí es donde radica el éxito de sus novelas, que conmueven, emocionan y, sobre todo, invitan a una reflexión sobre qué somos como seres humanos y cuál es nuestro lugar en el mundo”.
La vegetariana, observa el editor catalán, “es la historia de una mujer que decide hacerse vegetariana y se encuentra con la incomprensión de su entorno familiar. La clase de griego es una grandísima novela que explica mucho del mundo en que vivimos. Una mujer que está perdiendo el habla y que se apunta a un curso de griego antiguo porque sabe que el estudio de las lenguas la ha motivado e impulsado en su vida, se encuentra con un profesor que está perdiendo la vista. Con esos personajes, que se están quedando aislados del mundo, Kang crea una situación de extraordinaria belleza y de un tenue optimismo, pues al final los seres humanos logramos encontrar un hilo que nos une a los demás”.
En una entrevista realizada en enero de este año para la agencia Infobae, Han Kang recordaba que en su juventud disfrutaba leyendo obras de escritores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, César Vallejo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Manuel Puig. Decía que en La clase de griego mostraba cómo el lenguaje es una flecha que nunca alcanza el blanco, algo que confina y causa heridas a su personaje, y que el personaje ciego era un reflejo de todos nosotros, pues de alguna forma “nos movemos gradualmente hacia la oscuridad y la desaparición, al igual que él”.
La clase de griego fue su quinta novela, y antes de comenzar a escribirla sufrió un bloqueo de casi un año. Fue un periodo, confesó Kang, en el que no tenía deseos de escribir ni de leer. Ni siquiera veía películas de ficción, sino documentales, y pasaba la mayor parte del tiempo leyendo libros de astrofísica, salvo los cuentos de Borges, quien, como su personaje, perdió la vista progresivamente. Esa condición, la filosofía budista y el esfuerzo de su otro personaje por superar la pérdida del habla y encontrar el lenguaje, se trenzan en esa novela de manera magistral porque, como la propia Kang explicaba, “cuando la armonía con el mundo y la vida se vuelven difíciles también surge un conflicto con el lenguaje”. Así que en La clase de griego la protagonista lucha con todas sus fuerzas para rencontrarse con el lenguaje. Finalmente, recupera la primera persona, el “yo”, para “persistir en el silencio y avanzar hacia su propia voz, buscando recuperar el mundo, el lenguaje y el amor”.
“Al escribir esta novela”, dijo la autora en aquella charla, “me enfoqué en los sentidos: ver, escuchar, oler, tocar. A medida que nos adentramos en la parte final, la velocidad disminuye gradualmente y algunos momentos se inflan como si fueran eternos. En este ritmo pausado, la intensidad de los sentidos se magnifica. Sin embargo, esto no significa que la novela sea silenciosa. Bajo la superficie tranquila, hay una tensión. Cuando los dos personajes revelan sus partes más suaves y salen juntos de la lupa de los momentos compartidos, nos damos cuenta de cuán violento es el mundo que los rodea. Así que al escribir esta novela reflexioné sobre qué aspecto de la humanidad debería explorar. Quería profundizar en las partes más suaves, recordando que somos seres humanos. Deseo no olvidar, sobre todo en un mundo tan violento como este”.
En cuanto a La vegetariana, en palabras de su autora, es “la historia de una resistencia pacífica utilizando el propio cuerpo”. Kang señalaba que su protagonista, Yeong-hye, es descrita como el objeto de las observaciones, deseos, odios, malentendidos y empatía de otros narradores, a excepción de sus monólogos oníricos, y afirmaba que había sido intencional no haberle otorgado a este personaje una voz propia para mostrar cómo los otros fallan en comprenderla y captar su verdad. Yeong-hye decide practicar el vegetarianismo como un intento de convertirse en una entidad que no comete violencia, creyendo que al transformarse en planta podía alcanzar la perfección. Así que se abstiene de comer cualquier cosa que no sea agua hasta que, irónicamente, en su búsqueda de redimirse, se acerca cada vez más a la muerte.
La voz de Han Kang refleja, en última instancia, una sociedad de naturaleza híbrida, con valores que chocan y coexisten, algo muy parecido a lo que ocurre en México. “En la sociedad sudcoreana”, ha dicho Kang, “hay mujeres valientes y progresistas, movimientos que buscan la diversidad, así como coexisten el patriarcado y la discriminación de género”.
La obra de la Nobel de Literatura 2024 recuerda que, a pesar de que algunas culturas son percibidas de manera diferente por los demás, resultan fascinantes e intrigantes las partes que universalmente se aceptan, porque, como Han Kang sostiene, “somos seres más comunes de lo que pensamos, capaces de conectarnos sin barreras”.
Por Han KangEl filo acerado*
Borges le pidió a María Kodama que grabara en su lápida la frase “Él tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos”. Kodama, la hermosa y joven mujer de ascendencia japonesa que fuera su secretaria, se casó con Borges cuando este tenía ochenta y siete años y compartió los últimos tres meses de la vida del escritor.** Ella fue quien lo acompañó en su tránsito postrero, que acaeció en Ginebra, la ciudad donde el escritor pasó su infancia y donde deseaba ser enterrado.Un crítico escribió en su libro que esa breve frase grabada en su lápida representaba “el filo acerado”. Sostenía que esa imagen era la llave que permitía el acceso a la obra de Borges, que esa espada separaba la anterior literatura realista de la escritura borgeana. A mí, en cambio, me sonó más a una confesión personal y callada.La breve frase es la cita de un antiguo poema épico nórdico. La primera y asimismo última vez que un hombre y una mujer pasaron juntos la noche, una espada colocada sobre el lecho separó a ambos hasta la madrugada. ¿Qué otra cosa pudo ser ese “filo acerado”, sino la ceguera que aquejó a Borges en sus últimos años y lo aisló del mundo?Aunque he estado alguna vez en Suiza, nunca he ido a Ginebra, pues no me apetecía visitar la tumba de Borges para verla con mis propios ojos. En su lugar, recorrí la biblioteca de la abadía de San Galo, que de seguro habría provocado en el escritor argentino una fascinación sin límites si la hubiera conocido.Hasta me parece sentir en este momento la aspereza de las zapatillas de fieltro que nos hicieron calzar para proteger el suelo de madera de mil años de antigüedad. Luego tomé un barco en el embarcadero de Lucerna, que navegó por el lago hasta el atardecer bordeando la costa de los valles alpinos cubiertos de nieve.No tomé fotos en ningún sitio. Los paisajes quedaron impresos en mis retinas. La cámara no puede registrar los sonidos, olores y texturas, pero estos se grabaron con todos sus pormenores en mis oídos, nariz, cara y manos. En aquel entonces, la espada no me separaba todavía del mundo, así que me bastó con eso.
*Título de la Redacción. Este fragmento pertenece a La clase de griego, novela publicada por Random House (2023).
** Borges murió el 14 de junio de 1986. El 26 de abril de 1986 se casó con María Kodama, a quien conoció en 1953.
AQ