Nacido en 1902 en Alemania, Kurt Fritz Schneider (luego Harry Earles en el cine y quizá Clarence Robbins en la literatura) llegó en 1920 a Estados Unidos con sus tres hermanas. Actuaron en las ferias suburbanas, en los shows de los parques de atracciones, en los music-halls y en el cine.
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Harry, culto y algo dandi, fue el liliputiense número uno de Hollywood y un famoso seductor de damas de mayor estatura que él (“Sí, es un midget, pero en la cama es un titán”, declararía la starlet Stella Colton a la chismosa profesional Edda Hopper). Se dice que Harry sugirió al cineasta Tod Browning el asunto del cuento “Spurs” de Clarence Robbins (acaso heterónimo de Harry), en el que un sádico enano de circo se divertía montando y espoleando (literalmente) a una linda mujer de tamaño normal. El relato fascinó a Browning, quien en 1932 mezcló esa historia con el cuento “Hop-Frog” de Poe y lo convirtió en Freaks (en México titulada Fenómenos), donde Harry personajizaba a un caballerito amoroso y víctima de una amazona circense de estatura normal (Olga Baclanova), más una pléyade de reales “fenómenos” prestados a Browning por el famoso circo Barnum: varios enanos, un hombre-tronco, un hombre-esqueleto, un hombre-mujer (o mujer-hombre), una mujer barbuda, y hombres y mujeres macro y micromegálicos. Esos freaks dieron a la película un cierto tono documental y la intergenérica condición entre cine de horror, cine fantástico y, según yo, cine de poesía. Por acaso primera vez los “monstruos” eran de verdad, pero más humanos, más heroicos, más inteligentes que los actores de mayor estatura.
Aunque en los días de estreno Freaks decepcionó a las taquillas, Harry declaró en una entrevista: “Es una obra maestra y, como a los buenos vinos, los años aun la mejorarán”. Acertaba: la película que en 1932 la MGM consideró fallida hoy se vende mucho en devedé, recorre cinetecas, cineclubes, festivales antológicos, es pieza de culto de los cinéfilos y los críticos la distinguen como un clásico del cine diferente. En 1980 David Lynch, tomando de Freaks dos asuntos argumentales: la humanidad de los “monstruos” y la solidaridad entre la gente circense, le rindió un tácito pero muy visible homenaje en su Elephant Man.
Obra no marchita pese a ser octogenaria, Freaks fue para Harry Earles una sola cima. El astro liliputiense se vería de año en año reducido a una exigua o ninguna línea en los créditos finales de las películas. Tuvo un tercer o cuarto papel en la superproducción El mago de Oz (Metro Goldwyn Mayer, 1939) como uno de los mushkins que festejan a Judy Garland en Mushkinland, pero su intervención fue brevísima porque cortaron casi toda escena en que bailaba un brioso número de tap. Todavía filmaba y durante un tiempo mantuvo la residencia de Sunset Boulevard, pero ya no era un astro, y en 1958 malbarató su mansión en forma de castillo y con sus hermanas se retiró a una modesta casa en Sarasota, Florida, donde vivió en casi anonimato apenas rafagueado por presentaciones en ferias y circos.
Murió en 1985, a los 83 años. A su entierro asistieron casi todos los midgets famosos de la farándula y el cine, más algunos actores de talla “normal”, entre ellos el muy alto Vincent Price, quien en su elegía fúnebre dijo que Harry era “un fino caballero y un poeta de la actuación que seguirá irradiando en las pantallas del mundo”.
ÁSS