Héctor Manjarrez: “En la España franquista sí había leyes que sí se cumplían”

Entrevista

El autor de 'La prisión en invierno' habla, entre otras cosas, de su experiencia en la cárcel española durante el franquismo y el renacer editorial que vivió en Europa.

Héctor Manjarrez, escritor mexicano. (Foto: Jesús Quintanar | MILENIO)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

España, 1969, durante el franquismo. Un joven mexicano greñudo recorre España: primero llega a Barcelona y, cuando se interna en el territorio es detenido en Burgos. Como ya estaba fichado en Madrid, se debe quedar más tiempo en la cárcel donde hará amistad con gente notable y no tanto: un guerrillero, un criminal y un misterioso señor del que no se sabe bien a bien sus actividades. Esto lo cuenta Héctor Manjarrez en su reciente novela La prisión en invierno (Era, 2022), especie de Bildungsroman porque la experiencia que vive el protagonista lo transformará. En la siguiente conversación, Manjarrez se detiene en algunos aspectos de la novela y su relación con España.

—Recuerdo que cuando murió Juan Rulfo, escribiste un texto en el que recordabas que con él discutías acerca de una obra que tenía como tema la cárcel ¿se trataba del germen de esta novela?

Sí, yo estuve en la cárcel a fines de 1969 y regreso a México en 1971 con una beca del Centro Mexicano de Escritores y el texto que yo trabajaba era esta novela, o sea, una versión muy anterior de esta novela. Tienes toda la razón, efectivamente.

Juan lo que decía era que por qué hablan como españoles y yo le decía, es que son españoles. Y entonces él decía que por qué no hacer la novela en México y yo le decía que porque nunca había estado en una cárcel en México.

—Entonces, la novela tiene tintes autobiográficos.

Sí, pasé poco más de un mes en la cárcel. De hecho, las primeras versiones de lo que ahora es La prisión en invierno eran lo que me había pasado a mí, cómo me habían arrestado y cómo había estado en la cárcel. Y luego cómo, al salir, todavía pasó un mes antes de poder irme de España. Es decir, lo que yo estaba escribiendo era una novela con tema autobiográfico, que también era tema político por lo de la España franquista, etcétera.

Pero bueno, han pasado más cincuenta años, la novela pasó por varias versiones y a final de cuentas todo lo que me sucedió después de la cárcel lo quité y me quité a mí como personaje principal, es decir, ya no es el invierno en la prisión sino la prisión en invierno. Lo que estoy contando es lo que sucede en la prisión y no lo que me sucede a mí. En ese sentido es un libro completamente distinto.

—Entre lo que llama la atención de lo que cuentas es que, en un régimen como la dictadura franquista, comparándolo con lo que sucedía en una cárcel mexicana como lo cuenta José Revueltas, la experiencia del encierro era menos peligrosa.

Sí, definitivamente. México es un país donde hay leyes que nunca se cumplen, en la España franquista sí había leyes que sí se cumplían. Si iban a torturar a alguien tenía que ser dentro de ciertos parámetros. Por ejemplo, a los presos políticos los torturaban, pero cuando ya estaban en la cárcel ya no lo hacían.

—En cuanto a la imagen del protagonista, con la mata larga, también sorprende que no se la mocharan porque sabes que aquí en México la tira no se andaba con respetos.

Sí, aquí se la mochaban salvajemente los polis en la calle. A mí nada más me perseguían y me metían en la cárcel y además yo tenía una causa que ya había prescrito, pero se ampararon en esa causa para detenerme más tiempo. Una vez en la cárcel no se atrevieron a cortarme el pelo, porque yo les dije “a mí no me cortan el pelo”. A ellos les convenía porque así, cuando yo saliera, me podrían seguir más fácilmente.

—En cuanto a lo que es tu obra, hay varios países europeos —Inglaterra, Francia— que ocupan un sitio importante. Con España, ¿cuál ha sido tu relación?; a principios de 1970 participaste en el renacer editorial.

Si, participé cuando Tusquets era una pequeña editorial. Yo viví un año en París, seis en Londres y uno en Yugoslavia. En España viví como cinco meses, y cuando regresaba era de paso. Es ahí cuando conozco justamente a la gente de Tusquets y Anagrama. En Barcelona entregué una novela para el Premio Biblioteca Breve, que ganó ese año José Donoso, el chileno.

En ese tiempo establecí contacto con ese mundito barcelonés que estaba tratando de hacer nuevas editoriales o renovar las viejas. Los traductores, los que recomendaban libros éramos latinoamericanos porque los españoles vivían encerrados en cuatro paredes medievales altísimas y los latinoamericanos sí vivíamos en otro mundo. Yo, como tantos otros (Sergio Pitol y Federico Campbell, de los mexicanos, también estaban) participamos cuando empezaron esas editoriales.

—Otro prejuicio que rompe la novela es precisamente que, por el mero hecho de tratarse de un país europeo, todo era más avanzado. Y como señalas, España en ese tiempo no era moderna.

De alguna manera, la historia de editoriales como Anagrama y Tusquets es la historia de cómo efectivamente después de la muerte del Caudillo y, sobre todo, de los Pactos de la Moncloa, todo en España cambió. Recuerdo que estuve en abril de 1985 en la Plaza del Sol y fui testigo de cómo de repente todos los coches tocaban el claxon y eso era porque acababan de entrar a Europa y estaban felices. Cuando España y Portugal entraron, se volvieron cada vez más modernos.

Volviendo a las editoriales, las viejas sobrevivieron y Tusquets y Anagrama se volvieron las que en América Latina se consideraban más porque estaban planteando cosas que eran nuevas.

—Un asunto importante de la novela es la cuestión de los presos políticos. La cárcel en la que ocurre la acción es una de provincia y creo que resulta menos peligrosa que si todo hubiera ocurrido en Madrid.

Todo hubiera sido muy diferente. Probablemente no hubiera durado mucho en la cárcel porque efectivamente no había motivos para que yo siguiera ahí. Ahora, uno de los personajes, Leo, era un preso político y ese personaje, que en la realidad se llamaba Eduardo Uriarte, pertenecía a ETA.

En 1970 hubo un juicio contra ETA, en el cual hubo dos presos a los cuales les dieron doble pena de muerte, eso en el franquismo era la ley. Bueno, esa pena de muerte nunca se cumplió por el escándalo que se armó en todo mundo, sobre todo en Europa, en donde España quería entrar. Al final, los soltaron. Primero, demoraron y demoraron la cuestión de la pena de muerte, porque era obvio que no la iban a cumplir, y de todas formas los mantuvieron ahí. A mi amigo y al otro los expulsaron a Bruselas y ya después los regresaron, se hicieron los pactos y ETA se tuvo que enfrentar a sí misma. Mucha gente de ETA se salió porque seguía matando; y si tú eras un etarra que se había salido, te mataban. Esa ya fue otra fase de la descomposición de ETA y mi amigo se salió.

—En cuanto a la técnica, comentabas que depuraste varias versiones. Hemingway decía que lo importante era cortar cosas y que éstas se insinuaran y eso se halla presente en la parte final del libro.

No sé, cada libro se cuenta distinto. Este libro en buena parte, porque pasó por tantas versiones, yo supongo, se adelgazó mucho. Entonces, me quedé con lo esencial; en parte porque era una experiencia muy esencial, es una experiencia que te enfrenta a ese tipo de situaciones: si vas a dormir o si no vas a dormir, si vas a comer, si tienes sed, si estás enfermos, si tienes miedo, en fin, todo es muy básico.

También porque es un poco como una obra de teatro, por eso el subtítulo Teatro en prosa. En teatro das muy pocas descripciones, dejas que tus personajes hablen más. Lo que pasa es que Hemingway comenzó siendo parco y terminó siendo más parco todavía, pero no necesariamente ser parco es una virtud. En este libro sí es una virtud, no me cabe la menor duda, pero en otras cosas que estoy escribiendo no lo estoy siendo porque no encuentro la necesidad de serlo.

AQ

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