La Universidad Autónoma de Nuevo León y el INBA publicaron hace unas semanas un ensayo que es a la vez un cuaderno de viaje, El más allá de la mirada, de Héctor Perea, merecidísimo ganador del Premio Internacional Alfonso Reyes 2019.
Perea ha estudiado infatigablemente la obra de Alfonso Reyes y las relaciones literarias y culturales de México y España en el siglo XX. En los últimos años ha estado muy ligado a Italia.
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El texto es el relato del viaje que Perea hace con su esposa Carmen a los sitios donde se hallan las que son tal vez las más acreditadas pinturas de Piero della Francesca: La leyenda de la Santa Cruz, La flagelación y La resurrección, que, a la verdad, es difícil saber cuál descuella sobre la otra.
Las ciudades o pueblos visitados son Arezzo, Borgo San Sepolcro y Urbino. Piero della Francesca, como cientos de pintores europeos, ha pintado o dibujado a Cristo como si hubiera vivido, aleccionado y muerto en las ciudades donde ellos vivieron; el pintor toscano, claro, no es excepción.
Las tres obras tienen como escenario el paisaje y la arquitectura renacentistas italianos. No está de más decir que las ciudades y el paisaje de Urbino y de Borgo San Sepolcro, al pie o cerca de los Apeninos, son de una melodiosa belleza, como lo son en general las regiones de la Toscana y Las Marcas.
Gracias a Perea hemos vuelto a mirar en reproducciones una y otra vez estas obras, las cuales quieren ser —son— la gran primavera pictórica del artista.
Recuerdo que hacia 1972, en una conversación que sostuve con el pintor Juan Soriano en un café de Roma, me hablaba que uno de sus dioses mayores, no recuerdo si el mayor, era Piero della Francesca. “Lo mejor está en Arezzo, en la capilla Bacci, de la iglesia de San Francisco”.
Dos de los puntos de vista de los que Perea parte en su ensayo son ideas de Carlos Fuentes en Viendo visiones y del inglés Aldous Huxley en su libro Along the Road (A lo largo del camino).
El de Fuentes versa sobre los varios y variados frescos de Arezzo, La leyenda de la Santa Cruz, en los que interpreta las miradas de los protagonistas que ven hacia fuera de la escena pictórica. Las diferentes escenas que se hallan en los frescos de La leyenda de la Santa Cruz, algunas muy dañadas por el tiempo, crean un conjunto inolvidable.
Perea se demora ante todo en las dos primeras, que le parecen esenciales, “La muerte de Adán” y “El sueño de Constantino”. Un añadido: en 1907, cuando Gabrielle D’Annunzio visitó la capilla, la llamó en un poema el jardín de Piero della Francesca.
La segunda obra, la inquietante Resurrección, la cual le parece a Aldous Huxley “la mejor pintura del mundo”, se halla en Borgo San Sepolcro, el pueblo toscano donde Piero della Francesca nació en 1415 o 1416. Mide 2 x 2.25 metros.
En el cuadro se halla Jesús, que sostiene una bandera blanca con una cruz roja, mira fijamente hacia el frente y nos ve a todos y a nadie. Sangra todavía del costado, a causa del lanzazo, y de las manos y del pie visible, a causa de los clavos.
De los otros cuatro personajes, que están a sus pies, delante del sarcófago, dos duermen; uno parece que también lo hace (tiene la palma de la mano sobre los ojos) y el de la extrema derecha da la impresión de despertarse por virtud del milagro.
O sea: los cuatro, o al menos tres de los soldados, no se han enterado aún de que Cristo resucitó.
Por demás, el Cristo del cuadro es uno de los más emotivos e impresionantes de los miles que he visto. Es de una altísima belleza. Fuerte, triunfante, parece mirar a la posteridad y decir que está —que estará— allí. En el paisaje y en los personajes se complementan vida, sueño y muerte en un solo instante inolvidable.
En Piero della Francesca lo sagrado se vuelve naturalmente humano y lo naturalmente humano se vuelve sacrosanto. Un añadido: no hay un retrato o un autorretrato de Piero della Francesca, o al menos no hay uno del todo convincente, salvo que sea, como es tradición o leyenda, el único soldado a quien se le ve el rostro completo.
La tercera pintura, sobre la que Perea se detiene, difícil y enigmática, es La flagelación, que mide 59 x 82 centímetros, y está expuesta en el Palacio Ducal de Urbino, y en la cual, como en los casos de La leyenda de la Santa Cruz y La resurrección, nadie parece mirar a nadie en las obras, o miran hacia otra parte, o hacia fuera, a los espectadores que la ven.
O como diría Perea: “son miradas lanzadas al exterior”. Un exterior que puede ser emblemáticamente el mundo.
Los personajes de Piero della Francesca en esta obra parecen estar en una actitud estática y extática. Una quietud perfectamente calculada por el pintor que lleva al espectador a la altura del ideal.
Gran conocedor de las matemáticas y la geometría, el pintor toscano, en el breve cuadro, logra un prodigioso juego de perspectivas. Un detalle: si uno se detiene en la mirada del latigueado Jesucristo deja percibir un desconsuelo de quien sabe que ya todo es inútil.
La flagelación podría tomarse, en un principio, como dos cuadros divididos por una columna. Lo extraño es que en el conjunto el cuadro principal sería el que se halla en el segundo plano, es decir, donde Jesús está sufriendo la flagelación sin que parezca eso turbar a nadie de los que aparecen en el cuadro. Es uno de los cuadros más enigmáticos del pintor de Borgo San Sepolcro en una obra que en general tiene mucho de enigmática.
Escrito con una prosa leve, ágil, el brevísimo cuaderno de viaje de Héctor Perea, El más allá de la mirada, alegra al entendimiento, y al comparar lo escrito con las pinturas despierta a la imaginación y da juego a los sentidos.
SVS