Historia y herencia

Sociedad

Cuatro libros de Ediciones Cal y Arena vuelven a ver la luz para revalorar los alcances sociales y políticos del movimiento estudiantil de 1968

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Silvia Herrera
Ciudad de México /

A 50 años de distancia, el movimiento estudiantil mexicano de 1968 sigue sin esclarecerse totalmente. Una sola pregunta lo confirma: ¿cuántos muertos hubo en realidad el 2 de octubre? A esto, aunemos que entre los mismos actores no hay un consenso en su significado. El modo en como terminó el movimiento ¿fue una derrota total? La bibliografía en torno al tema, entonces, continuará creciendo. Cuatro libros de algunos de los líderes invitan a repasar su historia y a reflexionar sobre el movimiento: Luis González de Alba, Los días y los años (Era, 1971; Cal y Arena, 2018); Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla, Pensar el 68 (Cal y Arena, 1988; reimpresión, 2018); Gilberto Guevara Niebla, La libertad nunca se olvida. Memoria del 68 (Cal y Arena, 2004; reimpresión, 2018); y Gilberto Guevara Niebla, 1968: Largo camino a la democracia (Cal y Arena, 2008; reimpresión, 2018). 

El ya clásico libro de González de Alba y La libertad... de Guevara Niebla se ubican en la parte del repaso histórico. Novela testimonial, Los días y los años destaca porque es el primer libro escrito por una de los protagonistas. Teniendo los juegos temporales como recurso fundamental (comienza cuando los líderes están encarcelados en Lecumberri), González de Alba va elaborando su relación de los hechos. El énfasis que se pone es buscar aclarar por qué las cosas sucedieron del modo en que ocurrieron. Guevara Niebla, en 1968..., evalúa así Los días...: “la virtud del libro de González de Alba reside en su calidad de testimonio personal, aunque nunca profundiza en el análisis político; la recreación literaria hace más atractiva la lectura pero no aumenta su capacidad explicativa”. El sentido literario se encuentra sobre todo en las partes dedicadas a la estancia en Lecumberri. 

Para corregir esa carencia de “capacidad explicativa” es que Guevara Niebla emprendió la escritura de Memoria del 68. Salvo la introducción, donde cuenta su detención el 2 de octubre, Guevara Niebla se impone un orden cronológico al presentar los acontecimientos. Si bien su crónica se apoya en los hechos, en su opinión el comienzo del movimiento es incierto: “Tal vez nunca sabremos exactamente el origen del conflicto político de 1968, aunque se asegura que la tormenta surgió a partir de un incidente trivial ocurrido en el centro de la Ciudad de México”. Pero si el origen se pierde, no así los acontecimientos que sucedieron posteriormente. El libro se enriquece con datos como el intento de soborno de líderes estudiantiles del Politécnico para desestabilizar el movimiento usando armas. “Detestaban a sus adversarios del CNH (Consejo Nacional de Huelga), pero de ahí a balacearlos y matarlos había un largo trecho”. 

Y sí, acaso no pueda precisarse el origen del movimiento, pero eso no significa que no se arriesguen algunas respuestas. En Pensar el 68 podemos encontrar algunas. En principio, por las entrevistas que se ofrecen con Guevara Niebla y Raúl Álvarez Garín el lector se entera de que la participación de los estudiantes en movimientos políticos no comienza en los años sesenta. En realidad, desde principios del siglo XX los estudiantes reivindicaron demandas de su sector pero, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con los movimientos ferrocarrilero y campesino se va conformando una conciencia política más radical en ellos. Concebido para celebrar 20 años del movimiento estudiantil, Pensar el 68 parte de que en ese momento se ha convertido en un rompecabezas. Por ello, Hermann Bellinghausen, uno de los coordinadores del libro junto con Hugo Hiriart, titula cortazarianamente a la presentación “68, modelo para armar”. Ahí nos encontramos con dos tipos de personajes: uno, como Guevara Niebla, que en su cuarto en París tenía tapizada una pared con “un esquema pormenorizado, día por día, del Movimiento Estudiantil mexicano. Cada cuadrito registraba un hecho, es decir, una duda”; otro, como Fernando Hernández Zárate, quien tras ser entrevistado, confesaba: “Ahora por culpa de todos ustedes, me voy a quedar pensando. Hace años que no hablaba de esas cosas”. Y si como precisa Bellinghausen, recordar no es lo mismo que pensar, lo que podemos concluir después de leer el libro es que tanto para las autoridades como para el estudiantado el hecho resultó inédito. Si hubiera habido diálogo, se ha dicho, la matanza en Tlatelolco no hubiera sucedido. Pero parece que ninguno de los bandos estaba capacitado para ello. Escribe Herbert Braun: “Por los testimonios ya sabemos que los estudiantes eran rígidos ante el diálogo, y que no estaban preparados para él. ¿Habrá sido igual la situación del otro lado?” Esta última pregunta resulta ingenua: el gobierno mucho menos sabía dialogar y simplemente ejerció la violencia de acuerdo con la costumbre. Este doloroso choque dinamizó al país y provocó que la modernización política se acelerara. “¿Victoria o derrota?”, se pregunta Roberto Escudero y él responde: “La fuerza represiva del gobierno fue su debilidad política; es en este preciso sentido en el que quiero reafirmar que el movimiento fue una victoria política inobjetable. En el corto y mediano plazo, y no sin tropiezos, la evidencia es transparente; en el largo plazo es el pueblo el que tiene la última palabra, ni más ni menos que la de una democracia efectiva. No creo que de otra manera tenga significado esta historia”. 

La reforma política, el feminismo, el respeto a las minorías sexuales, la libertad en el vestir son consecuencias del conflicto. Como corolario queda el libro de Guevara Niebla 1968: largo camino a la democracia, donde reflexiona más ampliamente sobre los efectos del movimiento. Se trata de un libro escrito “al margen de los mitos de la izquierda que exageran el significado de 1968; (y de los) mitos de la derecha que descalifican la protesta política de aquel año”. 

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