Si bien es cierto que el humor de Terry Gilliam no es para todos, también lo es que se trata de uno de esos autores que hay que estudiar. Independientemente de la pesada etiqueta de “realizador de culto”, Gilliam resulta indispensable en la historia del cine por haberse mantenido fiel a un cine contestatario y con sentido del humor heredado de los hermanos Marx.
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El siglo XXI ha sido difícil para Gilliam. Su película sobre don Quijote tardó más de 25 años en concretarse y cuando, por fin, estaba por estrenarse, el mundo dio un revés y la historia alcanzó al director. La pandemia arruinó el anhelado estreno y cambió de una vez por todas el negocio de la distribución. En menos de un año el streaming se adueñó de lo que antes fuese el imperio de los exhibidores y Gilliam tuvo que ser rescatado por un aliado que él, comunista confeso, resultaba incapaz de prever: Netflix. Ahora, gracias a esta plataforma podemos ver la última gracejada del autor de Bandidos del tiempo (1981), El sentido de la vida (1983) y Brasil (1985).
En El hombre que mató a don Quijote, Terry Gilliam realiza un estrambótico homenaje a la obra de Cervantes. La anécdota va así: Toby es un enloquecido director de cine que funge como alter ego del propio Gilliam. Interpretado por el extraordinario Adam Driver, Toby se encuentra en España filmando una versión comercial de don Quijote y aguanta con dificultad a sus productores rusos y japoneses (aprovecha el tiempo ligando a mujeres casadas). Descubrimos que Toby, a la manera de Gilliam, ha perdido “la chispa” del cine cuando un vendedor pirata le ofrece una vieja copia de arte filmado: “mi tesis de cine”, suspira Toby apasionado, “El hombre que mató a don Quijote”. Decidido a recuperar el salero que tenía cuando era joven, Toby busca a los actores con los que emprendió tantos años atrás aquella quijotesca aventura. Descubre que Dulcinea se ha vuelto modelo en Madrid, que el tipo que hizo a don Quijote enloqueció poseído por el espíritu del personaje literario y que Sancho Panza es él. Y, en efecto, como Sancho, Toby adopta su lugar a regañadientes y sigue al enloquecido caballero andante por los caminos de España hasta que, poco a poco, se transforma en “Don”.
Cuando Gilliam era tomado en serio por los críticos del mundo, ya era de esos que se identifican plenamente con la locura. Así lo demuestran las adaptaciones que realizó de otros famosos chiflados. Las aventuras del barón de Münchausen causó enorme entusiasmo en 1988, y en 1991 consiguió la única película que, en su filmografía, puede llamarse genial: El rey pescador. Es de notar que, en esta última, el guión no fue escrito por Gilliam, lo cual nos permite concluir que el director alcanza sus momentos más altos cuando tiene a su lado a un equipo capaz de contener un histrionismo que, cuando está desbocado, cae mal. Porque, aceptémoslo, salvo honrosas excepciones, el cine de Gilliam ha envejecido mal. Aun así, como autor, vale la pena seguirlo estudiando. Por su sentido del humor contestatario, irreverente y, a menudo, políticamente incorrecto, Terry Gilliam es ciertamente un loco lleno de claroscuros que ha conseguido navegar hasta las plataformas del cine de nuestro tiempo trayendo con él un espíritu viejo: el espíritu de un arte que murió en las décadas de 1970 y 1980. Un arte al que no le preocupaba ni ser ofensivo ni ser disparatado y que, en realidad, muy poco tiene que ver con la locura de don Quijote.
El hombre que mató a don Quijote
Dirección: Terry Gilliam | España, Gran Bretaña | 2018
AQ