Es hora de afilar los dientes: los intelectuales ante la libertad de expresión

Toscanadas | Nuestros columnistas

"La reacción de escritores e intelectuales no es exagerada, pues cualquier sospecha de cáncer hay que atacarla a los primeros síntomas; pero hay cegatones que sólo saben ver la enfermedad cuando el tumor pesa cuatro toneladas".

“Mientras el intelectual opina, el tuitero aspira a reopinar”. (Ilustración: Arvan Berisha | Shutterstock)
David Toscana
Ciudad de México /

Es muy sencillo crear animadversión contra los intelectuales, pues buena parte del populacho los mira como miembros de un linaje diferente. Y claro que son diferentes, pues desde chiquitos se interesaron en la lectura. En cambio, el que se la pasó de babosete mirando la tele y creyendo que en la escuela le iban a inyectar ideas, cultura, creatividad, sensibilidad e inteligencia, se vio convertido en un adulto fabricado en serie con lugares comunes, pero con la democrática seguridad de pertenecer a una mayoría, y con la libertad, ganada no por ellos, sino por los intelectuales, de expresar su rabia contra aquellos que sepan más que él.

Ocurre que para tener una buena opinión de un intelectual, hace falta leer cientos y cientos de páginas; para opinar mal, basta un tuit o, peor aún, basta un retuit, que es hoy el modo más socorrido e inconsciente de emitir un juicio. Mientras el intelectual opina, el tuitero aspira a reopinar.

Sin anticipar adjetivos, un intelectual se rompe la cabeza para tratar de ingresar al mundo de Heidegger, y sale muy enriquecido con la experiencia; los mente captus meramente dicen “pinche nazi” y con ello justifican su inacción cerebral. De modo parecido se le cuelgan motes, etiquetas, injurias o roñas a muchos escritores para justificar su ilegibilidad.

El asunto es que cuando los intelectuales defienden la libertad de expresión no lo hacen por interés egoísta, como si los moviera la venta de libros o algún privilegio o premio literario, lo hacen porque lo llevan en la sangre. Es el amor a la libertad de pensamiento y de expresión lo que los llevó a ser intelectuales, y no al revés. Saben de sobra, porque está en la historia, que cuando algún poder piensa asaltar todas las libertades, comienza por la de expresión.

Lo escribió Heródoto y lo cuenta Kapuściński, que algo sabía de estas cosas: el déspota Periandro quiere hacerse de un poder absoluto, entonces envía un embajador para pedir consejo al dictador Trasíbulo. Por respuesta, Trasíbulo sale a un sembradío y comienza a descabezar todas las espigas que veía sobresalir, hasta dejar las plantas igualmente niveladas.

La reacción presente de escritores e intelectuales no es exagerada, pues cualquier sospecha de cáncer hay que atacarla a los primeros síntomas; pero hay cegatones que sólo saben ver la enfermedad cuando el tumor pesa cuatro toneladas.

Se dice que “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, pero tal es sabiduría de cobardes. No es hora de remojos, sino de afilar los dientes.

AQ | ÁSS

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