El 28 de abril Hugo Hiriart cumplió ochenta años y sigue tan campante. En su casa del barrio de San Ángel sube y baja escaleras, algo lento pero sin perder el entusiasmo. “Siempre he sido animoso”, dice uno de los autores más originales de la literatura mexicana.
Más de una decena de obras de teatro, varias novelas entre las que destacan Galaor, Cuadernos de Gofa y El águila y el gusano, y siete guiones cinematográficos, dan forma a una vida dedicada a la escritura.
No obstante, si hay un género que disfruta es el ensayo. Sobre la naturaleza de los sueños, Disertación sobre las telarañas, Los dientes eran el piano: un estudio sobre arte e imaginación, Sobre la naturaleza de los sueños, El juego del arte y Lo diferente: iniciación en la mística, son escalas obligadas dentro la bibliografía de un autor que se resiste a pensar en palabras como “legado”.
Ganador de los premios Xavier Villaurrutia (1972), Juan Ruiz de Alarcón (1999), Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura (2009) y Mazatlán de Literatura (2011), entre otros, hoy Hugo Hiriart celebra encontrarse bien de salud. “He padecido varios strokes (derrames cerebrales) y ahora me encuentro bien”, dice taza de café en mano. ¿Será que la clave está en la cafeína? Tal vez, el escritor lo bebe con la disciplina de quien atiende una receta médica. “Una vez un doctor me pidió que tomará al menos tres tazas diarias, me dijo que ayuda mucho al funcionamiento cerebral, no sé si sea cierto, pero al menos yo quedé perfecto”.
—¿Cómo se siente a los ochenta años?
El otro día me puse a contar mis artículos. No terminé, pero son más de setenta mil. Me siento animoso, siempre lo he sido. He sufrido varios strokes, pero quedé muy bien. De no poder tomar la sopa ahora estoy muy bien. Schopenhauer dice que lo más importante para la felicidad es ser animoso, creo que tenía razón.
—Setenta mil artículos es mucho, ¿no?
No son tantos. Empecé con los artículos cuando estaba en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM. Julio Scherer me habló por teléfono y me comentó que estaba buscando la opinión de un joven. Me propuso escribir, para mí era algo nuevo, pero le dije que sí. Hice dos y a Hero Rodríguez Toro, quien entonces dirigía la página cultural del periódico, le gustó uno. Era una época donde todos los diarios tenían buenas secciones culturales, no como ahora. Los escribí lleno de dudas y se los llevé un miércoles. Me encontré a Scherer en las escaleras, así lo conocí. Después nos hicimos amiguísimos, pertenecí al grupo que lo estimaba inmensamente. En ese momento, me dijo que no los iba a publicar, pero que sí los leería. Al día siguiente y antes de que mi papá se fuera a trabajar me avisó que habían publicado uno. Así empezó una colaboración que duró muchos años.
—¿Sobre qué eran los artículos?
Me acuerdo bien de uno, era sobre el padre Le Mercier, un abad en un monasterio en Morelos. Cometió un error gravísimo, quería que todos los monjes se psicoanalizaran y desordenó todo el monasterio. Qué idiotez. Fue un desastre y dejó todo. Después de eso se casó.
—Ha publicado novela, ensayo, obra de teatro y guiones. ¿Cree en la importancia de su legado?
Ni creo que sea importante, ni creo que sea legado. La mayor parte de las cosas han respondido ha solicitud inmediata. Por ejemplo, todos los guiones se los he escrito a mi mujer (Guita Schyfter). Hacer un guion es muy pesado, no me gusta, pero lo hago para conservar la paz matrimonial. Todo lo demás lo escribo con gusto, en especial los ensayos. En especial disfruté mucho mis libros Sobre la naturaleza de los sueños y El juego del arte, que es sobre creación e imaginación.
—¿Qué es la imaginación?
Pese a ser la facultad más asombrosa del ser humano, nadie ha podido atinarle a su definición. Imagínate un caballo, seguramente en tu mente la imagen tiene mucho detalle y apareció instantáneamente, sin saber de dónde llegó. Esa facultad es asombrosa. Si te topas en la calle con una persona puedes construirle rápidamente una biografía. Gracias a la imaginación escribimos y creamos. Pensar es nada en comparación con la imaginación. Además, es más seco, en cambio la imaginación es un torrente. Los sueños son producto de la imaginación. Cualquier escritor la usa para trabajar, los libros que se escriben pensando son muy aburridos. Más o menos todos podemos pensar lo mismo, pero imaginar, no.
—¿Con la edad la imaginación funciona diferente?
No, cuando uno imagina poco es porque está listo para bajar a la tumba.
—¿Teme a la muerte?
No. Conforme uno avanza en la edad, te familiarizas con la experiencia y pierdes aptitudes. Si todo va bien, no hay que tener miedo porque es el paso adecuado, lo que sigue.
—¿Eso se puede racionalizar?
Sí, mucho. Mientras más grande eres, más frío tienes. El viejo siempre tiene frío y así como esa, hay otras muchas experiencias o capacidades que se pierden.
—Ese tipo de conciencia libera, ¿no es así?
La libertad es una condena. Los seres humanos somos libres porque así estamos hechos. Muchas veces no quisiéramos serlo. La mayor parte de la gente prefiere que le digan qué hacer, pero está condenada a no poder evitar la libertad. Además, nos asusta, entre otras cosas porque implica responsabilidad sobre nuestros actos. El filósofo de la libertad en el siglo XX fue Sartre y usaba el concepto de “mala fe”, para referirse cuando dejamos pasar las cosas como si sucedieran por sí solas en lugar de asumir que corresponden a una decisión.
—¿Hay algo que extrañe?
Le voy a hacer una confesión. No hace mucho me hicieron una entrevista por Zoom. Me dijeron “usted diga lo que quiera”. Me preocupé porque creía haber pedido la facilidad para hablar, pero de pronto volvió esa vieja locuacidad. Fui muy amigo y alumno de Juan José Arreola, quien era un genio para hablar. Se decía a sí mismo conferenciante maratónico. Era muy gracioso y un prodigio de escritor, tradujo una serie de cinco breviarios y estoy haciendo una campaña personal para que los vuelvan a publicar, uno es El arte religioso.
—Dicen que le dictó de memoria uno de sus libros a José Emilio Pacheco.
Eso decía José Emilio, y estuvo bien que lo dijera porque era un homenaje. Decía que Arreola estaba acostado y que le dictó de memoria Punta de plata. Personalmente creo que la historia es más complicada. Alguna vez tuve ese libro, incluía obras de Héctor Xavier, un estupendo grabador. Se fueron juntos al zoológico y ahí empezó a hacer su Bestiario. No creo que lo dictara porque el texto es muy cercano a los grabados maravillosos. Yo tuve ese libro aunque no sé qué pasó con mi ejemplar. No me gusta prestar libros, pero al final siempre se los presto a mis amigos o alumnos, tampoco pasa nada, no soy bibliófilo.
—Dios siempre ha sido un referente para usted. ¿Hoy qué tipo de figura es?
Perdería mucho si dejara el hábito de hablar con Dios. No es algo sencillo hacerlo, tiene su complejidad. Había un sacerdote en Cuernavaca, una vez le dije: “padre, váyase con cuidado, ¿va solo, verdad?” Me respondió: “solo, no”. Con esas simples palabras me dijo todo lo que significa la religión o la compañía de Dios. Si tienes una religiosidad nunca te sentirás solo.
—Aunque ahora se ha fracturado un poco la relación entre la sociedad y la religión.
Sí, lo que sucede es que la religión está ligada a lo que podríamos llamar el pueblo. El burgués es menos religioso, lo es más un cazador o comerciante. Una vez vi a un viejo vendedor de naranjas. Hizo unos montones de naranjas y se sentó completamente tranquilo. Me fui a arreglar lo que tenía pendiente y al regresar el anciano tenía menos mercancía, pero sobre todo estaba en absoluta paz. Recogió sus cosas y se fue. ¿Un burgués puede hacer eso? No, porque él tiene una herida en el alma que lo tiene en perpetua inquietud. Siempre quiere más.
—Ahora le pregunto, ¿qué es ser un burgués? De alguna manera usted o yo podríamos serlo.
No, porque el burgués es quien quiere ganar todo. Lo que sucede es que es también inventor y creador. La gente del pueblo es diferente. Todo eso está muy bien diferenciado en el libro El universo religioso de Dostoyevski, de Romano Guardini, un sacerdote alemán y escritor portentoso.
—Eugenio Trías decía que la música de Johann Sebastian Bach era una manifestación de la existencia de Dios.
Sí, de acuerdo. La música es Dios, pero en su mejor momento porque luego tiene unos ratos que bueno…
—¿Ahora de qué humor anda Dios?
Estamos en un momento muy inquieto. Poco apacible, lo contrario del viejito de las naranjas. Cada día que pasa siento que se pierde más la pasibilidad. No puede hablarse de López Obrador, quien resume todo en él mismo, de manera desapasionada. Siempre despierta una batalla verbal. Tiene al país dividido en dos. A mí eso no me gusta. No me parece una buena manera de vivir ni de entender las cosas. Si revisas internet encontrarás una pasión frenética. Dan ganas de decirle a mucha gente, ¿a ti qué te va y qué te viene López Obrador? ¿Por qué no se calman tantito?
—¿Nos falta humor?
Desde luego, pero así siempre ha sido la política. Es una actividad demasiado apasionada y poco chistosa. No hace reír a nadie.
AQ