Marzo de 1994. La ajedrecista húngara Judit Polgar, de 17 años, se enfrenta al número uno del mundo de la Asociación Profesional, Gari Kaspárov, de 30. En un momento climático de la partida, el ruso mueve un caballo, pero se retracta instantáneamente y coloca su pieza en otro escaque, tras percatarse de que su movimiento conduce a una derrota ineludible. La regla prohíbe rectificar una vez que el jugador ha soltado la pieza. Según Carlos Falcón, juez del duelo, eso no ocurre; sin embargo, un video publicado días más tarde revelará que Kaspárov sí deja de hacer contacto. No obstante, gana la partida.
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Situaciones similares abundan todavía en el mundo del ajedrez. “Los torneos siguen segmentados en masculino y femenino. Ya hay muchos mixtos, pero no hay ninguna mujer en el top 50 de los ajedrecistas. Ninguna ha sido retadora al campeonato mundial. Es un mundo lleno de prejuicios hacia las capacidades ajedrecísticas de las mujeres”, cuenta Hugo Roca Joglar, periodista, musicólogo y narrador. Su novela debut, Tardes quietas de jazz y madera (Tandaia, 2019), tiene como protagonista a Lorca León, una adolescente mexicana que a los 17 años —igual que Polgar en su duelo ante Kaspárov— se perfila como la primera mujer en la historia del ajedrez en retar a un campeón del mundo.
En medio de jornadas intensas de entrenamiento, cínicas demostraciones de misoginia y un brutal estallido de violencia en su natal Nepantla, Lorca sostiene aguerridas reflexiones sobre su entorno social y su profesión, mientras exhibe el “odio que siente por el mundo, sobre todo por el sistema, que la somete por el hecho de haber nacido mujer”.
—¿Por qué tuviste el impulso de trasladarte del periodismo a la ficción?
Llegó un punto en el que, al ejercer la crónica, mis textos bordeban la no ficción. La crónica de largo aliento abreva mucho de la novela, de sus estructuras. También te permite pasajes ensayísticos donde reflexionas. Me sentí en un punto en el que, a través de personajes y situaciones estrictamente reales, no estaba alcanzando las imágenes que quería abordar, sobre todo imágenes de crítica social. Me interesaron mucho los feminicidios y las autodefensas. Además, la ficción me permitía hacer algo que siempre había querido: habitar en primera persona a una mujer; buscar construir a un personaje femenino, eso que me estaba completamente vedado en la no ficción.
—¿Qué implica asumir, como hombre, una primera persona femenina? ¿Fuiste consciente de los riesgos?
Completamente. Quise abordar esos riesgos. Primero, es un ejercicio para deconstruir mi masculinidad y para buscar, desde la otredad, una empatía real hacia lo femenino. Fui criado en los años ochenta y noventa, en una cultura en que la mujer estaba sometida. Me parecía muy importante una deconstrucción con el riesgo de crear un personaje absurdo. Un hombre quejándose, desde la voz de una mujer, del patriarcado, puede sonar ridículo.
—Parte notable de la novela está en la narración de los duelos. ¿Cómo configuraste esos pasajes?
Partí de la idea de que la narrativa masculina del ajedrez es aburrida. La crónica de un partido abunda en tecnicismos, en posiciones. Quise abordar un ajedrez mucho más imaginativo. Busqué hacer todo lo que no he leído que haga un cronista ajedrecístico: incorporar las personalidades y hacer que los enfrentamientos fueran mucho más psicológicos y abstractos.
—¿Consideras que ésta es una novela feminista?
Creo que es más un ejercicio de deconstrucción masculina. A Lorca siempre busqué mantenerla en esferas abstractas. Nunca me meto en un plano físico como la menstruación o su sexualidad. Me preocupé por que el personaje se mantuviera siempre así, en esferas que no fueran exclusivamente femeninas, pues ahí sí entraría en lo ridículo. Al mantenerlo como un personaje abstracto, el personaje todavía puede mantenerse verosímil siendo creado por un hombre.
ÁSS