Con medio siglo de ejercer el periodismo, Humberto Musacchio quiso repasar las transformaciones de la Universidad en México, desde su origen novohispano hasta poco después de la última huelga en la UNAM, con la certeza de que han sido sus estudiantes quienes se han adelantado a los cambios sociales y que los rectores que enfrentan al poder público, como Javier Barros Sierra, “no se dan en macetas”.
Musacchio (Ciudad Obregón, 26 de octubre de 1943) recién publicó La Universidad de México, 1551-2001 (FCE, 2022), donde sostiene, a diferencia de Justo Sierra, que la actual UNAM heredó no solo bienes materiales de la Real y Pontificia Universidad de México, sino también costumbres y rituales. Por el contrario, recuerda que en aquella institución, la regla era que los estudiantes fueran los rectores.
“Uno no se imagina que los rectores fueran estudiantes en activo, porque se suponía que los profesores no debían distraerse, estaban preparando el conocimiento. Entonces, la norma era que los estudiantes se hicieran cargo de la rectoría, hubo muy pocos estudiantes en la rectoría, pero los hubo.
“Hay muchos puntos de parentesco entre la UNAM y la Real y Pontificia, cuyos bienes pasaron primero a la Nacional: sus rituales, los anillos de graduación, carreras como Derecho; incluso otros más discutibles, por ejemplo, la rebeldía estudiantil, que no es cosa nueva, viene desde la Colonia, en el libro doy cuenta de varios brotes”, dice Musacchio, y recuerda que en el periodo en que no hubo universidad, de Maximiliano a Porfirio Díaz, fueron estudiantes quienes más se opusieron al dictador.
Agrega que la institución novohispana tenía ciertos privilegios, la policía no podía entrar al recinto universitario a sacar estudiantes que se hubieran portado mal en la calle, había que pedirle permiso al rector, que tenía toda la autoridad de negarle el paso a los alguaciles.
“Hoy, los estudiantes hablan de que la autonomía convierte a la UNAM en una institución inviolable; no es cierto, la fuerza pública sí puede entrar a la Universidad, lo que explica esta idea de que la universidad es inviolable fue esta herencia de la Real y Pontificia y de su origen como gremio medieval, universitas escolarium, gremio de estudiantes”, explica Musacchio, quien cursó a finales de los 60 la carrera de Economía, que dejó inconclusa y nunca ejerció por dedicarse al periodismo.
En su barrio de la Condesa, el ex jefe de Cultura de El Universal y unomásuno, ex subdirector de La Jornada, y único mexicano que da nombre a un diccionario, el Musacchio Ilustrado, conversa con Laberinto justo el día en que se conmemoró el 471 aniversario de que la Corona española expidió la cédula para la creación de una universidad en México, el 21 de septiembre de 1551.
La entrevista ocurre mientras estudiantes de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán decretan un paro de 72 horas para exigir mayor seguridad y medidas contra la violencia de género, y cuando la Preparatoria 5 José Vasconcelos también es tomada por estudiantes para exigir el cumplimiento de un pliego petitorio. También, en el contexto del festejo de 70 años del inicio de la construcción de Ciudad Universitaria y los 15 de su declaratoria como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
Musacchio recuerda que aunque la Real y Pontificia sí admitía a miembros de la aristocracia indígena, en realidad siempre hubo prejuicios y racismo y pocos nobles indios accedieron a ella.
“La universidad fue elitista durante toda la Colonia y hasta varios años del siglo XX, porque los estudios universitarios no eran baratos cuando se inició la vida de la Universidad Nacional; sin embargo, empezó a hacerse más plural la composición de la institución, ingresaban muchachos que no necesariamente eran de las familias adineradas, y admitir gente de diversos sectores sociales dio un cambio de calidad a la universidad. Pero la Nacional era una universidad creada en el Porfiriato, no hay que olvidarlo, y era elitista por razones obvias, sobre todo sus profesores y rectores.
“El gran rector de las primeras décadas de la universidad es José Vasconcelos (1920-21), indudablemente, por mucho, sus realizaciones en favor de la universidad son maravillosas. Y, además, tuvo una virtud: cuando llega como rector, pronuncia un discurso en el que habla muy despectivamente de la universidad que le estaban entregando, pero expone su voluntad de levantarla. Y una de las primeras medidas que adopta es pedirle a los estudiantes que vayan a alfabetizar al campo y a las barriadas: él transforma también la composición social de la comunidad universitaria”, expone.
Refiere que la universidad se vuelve popular a partir de los años 50 del siglo pasado, con jóvenes que no procedían de familias pudientes; en cambio, las élites mandaron a sus hijos a instituciones privadas.
“En el neoliberalismo hubo un auge de las instituciones de educación superior privadas, muchas patito. En 1968 menos del 4 por ciento de la educación superior era privada; hoy, es más del 45 por ciento, eso significa que a las universidades privadas se han ido los que pueden pagar, y en la UNAM se han quedado los que no tienen con qué. Además, el profesorado en la UNAM está muy mal pagado: 85 por ciento de los profesores son por hora, no tienen definitividad en el empleo y ganan miserias. Es un asunto que la universidad debe resolver porque su gasto grande se va a la creación de nuevas escuelas en los estados, proyectos faraónicos, en lugar de mejorar las condiciones laborales de sus profesores”.
—No conozco a nadie egresado de la UNAM que no sienta orgullo de haber pasado por sus aulas. Sin embargo, cuando llegan a tener cierto nivel socioeconómico, prefieren enviar a sus hijos e hijas a universidades privadas. ¿A qué atribuye esto?
Porque los gobiernos neoliberales hundieron la educación pública, de manera deliberada, como hundieron la medicina social, porque había que privatizarlo todo, y una manera de privatizarlo con menos resistencia social, es deteriorando la educación, la medicina social, y otras funciones del Estado. Esa es la razón. Redujeron a la UNAM a su mínima expresión en términos de calidad, aunque afortunadamente siguió existiendo la investigación de la UNAM que es el primer centro de investigación científica del país, por mucho, pero el asunto de la transmisión del conocimiento, que es básico en una institución así, decayó por esa razón y por la falta de profesionalización del magisterio.
—Si es así ¿dónde quedó la autonomía universitaria para, en este caso, enfrentar al neoliberalismo, a las políticas gubernamentales?
Porque los Barros Sierra no se dan en maceta. Javier Barros Sierra (1966-70), con mucha dignidad y con toda corrección, enfrentó a un gobierno asesino como fue el de (Gustavo) Díaz Ordaz, pero esos rectores no se dan en maceta. La mayoría de los rectores tienen mucho miedo de que les quiten presupuesto, de que les hagan una campaña como a Ignacio Chávez (1961-66) para echarlo del cargo. Además ¿por qué tendrían esas autoridades que oponerse a la política oficial si eso les permite enriquecerse? No es justo que un director de facultad, por ejemplo, una vez que termina con su cargo siga cobrando durante toda la vida su sueldo de director, y con los rectores sucede lo mismo. ¿A honras de qué?, digo yo. ¿Cuál es la razón para que tengan tantos privilegios los miembros de esa élite universitaria? Esos no se van a oponer al gobierno. Están muy contentos con la situación que tienen.
—En ese recorrido por la historia de la universidad que usted hace siempre está la política.
Sí, la universidad es un crisol, ahora el crisol de todas las clases sociales, pero también de todas las ideas, ahí están todas las ideas. Para mí sería inexplicable que fuera una universidad apolítica, donde los estudiantes, los profesores, no se interesaran por la vida pública, por lo que ocurre en el mundo, tenemos una comunidad muy actuante, muy atenta a lo que ocurre en México y en el extranjero, por esa razón, porque ahí hay de todo. Y es una bendición de que así sea.
—Pero también hay riesgo de que grupos extremistas, de derecha o izquierda, tomen la UNAM.
Siempre ha sido así, no hay que espantarse de eso. Si en la universidad están todas las ideas, y están los que piensan en un sentido u otro, no tiene nada de extraordinario que ocupen los puestos de dirección; por ejemplo, en los años 30 y mitad de los 40 la derecha más feroz, fascista, se atrincheró en la UNAM, se encerró. Hubo un rector abiertamente pro nazi (Rodulfo Brito Foucher,42-44).
Pablo González Casnova (70-72), que se identifica como una gente de izquierda, fue un rector al que echaron porque no fue capaz de apoyarse en el sindicato ni en los estudiantes. No hay que olvidar que se opuso ferozmente a la existencia de los sindicatos, y ahí cavó su tumba porque, sin apoyo de las bases, lógicamente no se iba a sostener. Siempre ha habido gente con una ideología o con otra, Y, por supuesto, los priistas se apoderaron de la universidad desde la mitad de los años 40 y ahí han estado y ahí siguen, porque no creo que el actual rector sea de izquierda o de un grupo de ultraderecha”.
—¿Cree que la universidad ha ido aparejada con los cambios sociales en México?
Más bien los estudiantes se adelantan a los cambios en la sociedad, por una razón, porque los jóvenes son el sector más sensible ante la situación social. Si tú observas, hay muchos movimientos que no necesariamente se expresan como representantes de sectores sociales ni mucho menos. Ahorita la desazón, la inquietud que hay en los centros de educación superior —UNAM, IPN, normales, sobre todo—, ¿qué expresan? Que se ha deteriorado la vida de las mayorías con la pandemia y con los bajísimos salarios, la inflación. Esos muchachos resienten esa situación en sus hogares, en sus barrios, son capaces de expresar esa inquietud, esa desazón, y se adelantan a lo que va a ocurrir en la sociedad. En el plano social, los estudiantes son una suerte de termómetro de lo que está ocurriendo en la sociedad, y lo que no perciben ciertas clases sociales subalternas, lo perciben los estudiantes.
—Se dice que la universidad es la conciencia crítica del país, pero cuando se critica a la universidad las autoridades toman esa crítica como un ataque.
Las autoridades siempre van a considerar que la crítica hacia su actuación es una crítica a la institución, pues no es así, porque las autoridades no tienen la verdad absoluta, menos en una institución plural donde confluyen todas las ideas, absolutamente todas.
—¿Qué opina de la crítica del presidente Andrés Manuel López Obrador a la UNAM en enero pasado por no volver a clases este año y la respuesta de la institución destacando su autonomía?
La UNAM es autónoma y ella decide cuándo hace una cosa u otra, tiene razón. El poder público no tiene por qué meterse en ese tipo de decisiones de los propios universitarios, el poder público está para sostener la educación, no para impulsarla hacia un sentido u otro, esa ha sido la lucha permanente de los universitarios: manejarse con una relativa autonomía del gobierno federal.
—¿Por qué su libro se quedó en el 2001, hasta poco después de la última huelga?
Porque no tengo perspectiva para ver lo más reciente. Necesitamos tiempo para ver y evaluar los hechos históricos.
—Más allá de su libro ¿cuál sería su diagnóstico?
Que está en un momento de crisis. Hay algo más que me preocupa. Habría que preguntarnos si los planes y programas de estudio de hoy responden a las necesidades sociales. Y preguntarnos también si las universidades —no solo la UNAM— están preparando adecuadamente a sus estudiantes para que puedan servir debidamente a la sociedad. Yo tengo mis dudas.
—Con el detalle que presenta en el libro sobre la Real y Pontificia ésta me recordó un poco a universidades privadas de la actualidad, controladas por alguna orden religiosa.
Hay instituciones grandes, poderosas, respetables, como es la Universidad Iberoamericana, el Tecnológico de Monterrey, dos o tres más... y nada más. La inmensa mayoría son universidades patito, no sirven para nada, algunas ni siquiera tienen sus estudios con reconocimiento oficial. Las universidades tienen la obligación de actualizarse con el conocimiento que se renueva constantemente, porque si no van a estar enseñando a los estudiantes lo viejo, lo que no sirve. La razón de que haya desaparecido la Real y Pontificia no obedeció a que fuera una universidad mocha, republicana o virreinal; no, desapareció porque no fue capaz de actualizarse conforme al crecimiento de los saberes, así de simple.
Y hay que tener mucho cuidado para que eso no le pase a la UNAM. A las autoridades universitarias, incluso a las privadas, les da mucho miedo entrarle a los cambios, porque estos deben hacerse con estudiantes y profesores, no los puede determinar solo la autoridad. Barros Sierra lo hizo. Vio el ejemplo de Ifigenia Martínez cuando fue directora de Economía, de crear una comisión mixta para actualizar los planes y programas de estudio con estudiantes y profesores y promovió que se formaran en toda la UNAM comisiones mixtas, y se actualizaron los planes y programas, pero eso fue hace más de medio siglo, ha habido algunos cambios pero no ha habido una renovación total en todas las escuelas y todas las instancias universitarias, si no lo hacen, si no se renueva el conocimiento que se transmite en la universidad, va a haber serios problemas. Les da mucho miedo a las autoridades”.
—¿Qué opina de la masificación en la universidad? ¿De que a estudiantes rechazados de carreras saturadas se les mande a estudiar a carreras que no eligieron, para las que no tienen vocación?
Es una política de la universidad tener carreras basurero. Es un desprecio inadmisible de las autoridades universitarias que permitan que los rechazados de una carrera puedan irse a otra donde hay baja demanda. Es uno de los muchísimos problemas que tienen que resolver. Hay problemas muy serios: la actualización del conocimiento, la sobrepoblación. Existe la idea de los padres de que sus hijos tengan una carrera universitaria, las cosas no son así, no todo mundo tiene vocación para estudiar una carrera universitaria, hay muchas opciones, la vida social actual te ofrece muchas opciones laborales. La idea de que todos los jóvenes deben tener cabida en la universidad me parece absurda. Lo que hay que hacer es abrir opciones laborales y de desarrollo intelectual y físico para los jóvenes.
—Es muy crítico a la Universidad. ¿Por qué escribir un libro sobre su historia?
Porque amo a la Universidad. Estoy y le estaré eternamente agradecido, esa universidad me abrió el mundo, me permitió meterme al mundo del conocimiento, de la lectura, compartir mi conocimiento con otros compañeros. Para mí, la preparatoria y mis años en la universidad fueron determinantes en mi formación, en mi vocación, en mi destino, si lo quieres ver así. Yo solo estoy agradecido con la UNAM.
—No puedo evitar hacerle a usted esta pregunta: ¿Qué suerte corrió el Musacchio Ilustrado? Usted es el único mexicano que ha dado nombre a un diccionario, el Diccionario enciclopédico de México (reeditado hasta 2006 como Milenios de México).
Se tiraron más de un cuarto de millón de ejemplares, no me puedo quejar en ese aspecto. Pero la última edición es de 2006, con 11 mil ejemplares. Y ahí ya había entrado la Wikipedia, que es la enterradora de las enciclopedias tradicionales, ya no hay lugar para éstas, ya no hay mercado. Wikipedia manda, y qué bueno porque es gratuita.
—¿Y cómo es que hizo el Musacchio?
Yo soy nada más que un periodista, y del montón. Y cuando salí de La Jornada, ocurrió el temblor de 1985, y me dijo un editor, Andrés León, en ese tiempo el director de Océano, que por qué no escribía un libro sobre el temblor. Yo necesitaba dinero, tenía a mi mujer con un embarazo de alto riesgo, no tenía empleo, ella tampoco. Y dije: “Por supuesto”. “Nomás que lo necesito en 15 días, porque si se enfría el asunto, no puedo vender el libro”, me contestó León. “Cómo no”, dije yo. Los periodistas somos redactores muy rápidos, recabamos información, ver qué es lo importante y qué no y redactar. Es una fortuna que el periodismo nos forme para eso. Hice en 15 días el libro. Y León tenía una red de mil 500 vendedores que recorrían el país vendiendo casa por casa en abonos. Y me dijo: “Me piden mucho la Enciclopedia de México, pero los derechos los tiene la Británica. ¿Por qué no te haces una obra similar?” “Ah, cómo no”, le dije. “Cuánto tiempo necesitas?”. “Seis meses y una computadora”. Me tardé cuatro años. Pero lo hice. Eso es lo que nos da el periodismo. Soy feliz haciendo esas cosas, me propongo un libro y lo hago contra viento y marea. El diccionario me dio una visión general del país, de su historia y personajes, y eso me ha permitido meterme en otros temas y profundizar en ellos.
—¿Se siente orgulloso de que el Musacchio sea una referencia?
Yo me sentiría orgulloso si me diera suficiente dinero para no tener que trabajar. No hay tal. Mi primer contrato era muy triste. Yo tenía un dólar por ejemplar vendido, el ejemplar era de cuatro tomos. Sí recibí buen dinero, pero insuficiente para dejar de trabajar. Y ahora la Wikipedia manda.
AQ