Gavaldón y López Tarso, una colaboración de antología

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Aunque el actor trabajó con cineastas como Luis Buñuel e Ismael Rodríguez, destacó su colaboración con el director de 'Macario'.

Ignacio López Tarso en 'Macario', de Roberto Gavaldón. (Archivo)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Me parece que Roberto Gavaldón fue el director con quien Ignacio López Tarso se entendió mejor. La primera vez que trabajaron juntos fue en la emblemática Macario (1960), con argumento de B. Traven (inspirado en el cuento “El ahijado de la muerte”, de los hermanos Grimm), y guion de Emilio Carballido y el propio Gavaldón. Fábula de sueños proféticos de milagros, fama y fortuna, de maldad, necedad y de avaricia, Macario no solo marcó el gran protagónico de López Tarso (dicen que, originalmente, el papel era para Pedro Armendáriz), sino que también fue el debut oficial de Pina Pellicer, pues aunque antes de Macario ella había hecho El rostro impenetrable en Hollywood (dirigida y actuada por Marlon Brando, y por la que obtuvo la Concha de Plata para mejor actriz del Festival de San Sebastián en 1961), el filme de Gavaldón se estrenó primero.

Sobrina del poeta Carlos Pellicer, Pina volvería a ser dirigida por Gavaldón y a colaborar con López Tarso en Días de otoño (1963), basada en el relato “Frustración”, de B. Traven, solo que en aquel, su penúltimo trabajo, los roles se invirtieron, siendo ella la protagonista principal, y él, el personaje secundario, pero esa es otra historia, porque decíamos que Gavaldón y López Tarso hacían buena mancuerna: La Rosa Blanca (1961), también basada en la novela de B. Traven; El gallo de oro (1963), adaptación del cuento de Juan Rulfo, escrita por Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, y La vida inútil de Pito Pérez (1970), de la obra de José Rubén Romero, destacan en la filmografía de un actor que, curiosamente, participó lo mismo en el melodrama tradicional que en un buen número de adaptaciones literarias.

De Ignacio López Tarso, hay muchas películas que no se olvidan. El hombre de papel (Ismael Rodríguez, 1963), la patética odisea de Adán, un pepenador mudo que encuentra un billete de diez mil pesos, con el que quiere comprar un hijo. Adaptación de un relato de Luis Spota, El hombre de papel anticipa otros personajes que López Tarso cinceló en el imaginario colectivo: el papelero y tragafuegos Don Eme, de Cayó de la gloria el diablo (José Estrada, 1972); Ángel Peñafiel, Mimí, de El profeta Mimí (José Estrada, 1973), el Mexican Psycho de las páginas de Alarma!, o Don Jesús, el velador de Los albañiles (Jorge Fons, 1976), ese mariguano, cornudo y pederasta al que nadie sabe quién mató, pero que, según la policía corrupta, tenía más enemigos que un gángster. Adaptación de la novela de Vicente Leñero, y escrita por él mismo junto con Luis Carrión y Fons, Los albañiles fue una de las cintas simbólicas de la producción de Conacine en la década de los 1970, el punto de quiebre en el que el cine mexicano se perfilaba hacia el despeñadero.

López Tarso fue “El sacrílego” de Nazarín (1959), la única película que hizo con Luis Buñuel. Fue el general Hilario Jiménez en La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960), de la novela de Martín Luis Guzmán. Fulgor Sedano en Pedro Páramo (Carlos Velo, 1967), adaptación de la obra maestra de Rulfo, y escrita por Carlos Fuentes. Interpretó a Ignacio en Los hijos de Sánchez (Hall Bartlett, 1978), de la novela proscrita de Oscar Lewis. A Vargas en Antonieta (1982), de Carlos Saura. Al doctor Vigil en Bajo el volcán (1984), la versión de John Huston del libro capital de Malcolm Lowry. Al coronel De la Gándara de Tirano Banderas (1993), de José Luis García Sánchez, la desafortunada versión fílmica de la novela de Ramón del Valle–Inclán.

Ignacio López Tarso fue un centenar de especímenes mundanos. Esos que habitan en las ficciones, que hacen de las pantallas un asombroso espejo.

AQ

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