La fotografía en cuestión deja mucho que desear. Se hizo con un sencillo teléfono celular y desde muy atrás en el auditorio. Se usó a fondo el zoom, se intentó corregir la perspectiva. Y, sin embargo, algo hay ahí. Contiene un instante, justo el momento en que el escritor francés Pascal Quignard levanta la cara y mira hacia arriba. Hacia la cúpula del paraninfo. Hacia los murales.
La mirada lleva siempre el deseo más allá del volumen del cuerpo. Más allá de los pasos que el cuerpo da en el espacio, otro cuerpo es buscado. Aun el deseo en los hombres avanza por sí solo, involuntariamente, por delante de su vientre, en el espacio. ¿Por qué los hombres no avanzan más adelante en lo Abierto como lo hace su deseo? ¿Por qué no levantamos el rostro sin cesar? *
La fotografía lo detuvo ahí, fijó esa imagen suya. Pareciera que, al levantar la cara, la luz que desciende por la abertura de la cúpula le borrara el rostro. No se detuvo largamente. La luz tampoco. La cabeza de Quignard recibió esa luz durante breves instantes. Lo suficiente para accionar el disparador de la cámara inserta en el teléfono celular. Y detenerlo ahí.
El hombre debe recobrar lo imprevisible como su patria. Lo imprevisible, nada más. Lo imprevisible quiere decir el tiempo, la oscuridad, el chorro de esperma, el sitio originario, la tierra, la luz solar, la belleza impredecible de la naturaleza, el fondo del cielo que estalla.
- Te recomendamos Filas | Por Ana García Bergua Laberinto
Corpúsculos de luz inscritos en la memoria eléctrica del teléfono celular. La cabeza de Pascal Quignard. El rostro casi borrado por la luz que cae. El ancho cuello que emerge de la negra camisa. La mirada que se alza. Hacia los murales donde un hombre de múltiples cabezas. En el ya sin tiempo de la fotografía, ese rostro. Casi disuelta en la blancura, esa imagen.
Todas las cosas vivas son recuerdos. Todos somos recuerdos vivos de cosas que fueron bellas. La vida es el recuerdo más conmovedor del tiempo que ha producido este mundo.
Podría decir que se privilegia “el instante decisivo”. La oportunidad, el estar ahí, harían más entrañable esa imagen, tal vez. Se trata de una fotografía sin ningún mérito estético. Su pobreza la engalana. El autor francés está a punto de dar un discurso. El público todavía se acomoda en la sala casi repleta. Mientras aguarda, Quignard levanta la cabeza. Hacia la cúpula. La luz le borra el rostro. En el mural hay un hombre “pentafásico”.
Siempre es el otro cuerpo, el cuerpo que guarda el otro mundo, el orificio del otro mundo, el que muestra sus puertas, con sus dos batientes bien distintos, uno de cuerno, el otro de marfil. Que muestra los dientes de marfil del Caos. Siempre es el otro quien posee el impulso capaz de conducir fuera del tiempo. Todo lo que permanece llama a lo que falta.
La fotografía es el testimonio de una ausencia. Lo que ya no es se manifiesta, se adueña del espacio y tiene una vida prestada. Es una re-presentación. Un simulacro, un fantasma, un reviniente.
De la misma manera que nuestro cuerpo es el vestigio de un cuerpo ausente, del mismo modo que las imágenes trazan un cuerpo que ya no está, de la misma manera que los nombres denominan un cuerpo que no está presente, de igual manera las huellas designan un cuerpo que falta.
Pascal Quignard en el paraninfo. Se dispone a leer un discurso. En el aula ya no cabe un alma. Los antiguos no se dejaban fotografiar, suponían que algo sustancial de ellos se quedaba en la placa sensible. Su alma o su carácter recóndito, eso que se consideraba inalienable, inexpugnable. Se le temía al fotógrafo. Había algo anómalo en todo aquello. Algo siniestro. Una falsa promesa de inmortalidad.
Quien tiene un secreto, tiene un alma.
*Los párrafos en cursiva están tomados de diversos libros de Pascal Quignard. A saber: 'El origen de la danza', 'Los desarzonados', 'Las solidaridades misteriosas', 'Sobre la idea de una comunidad de solitarios', 'Morir por pensar', 'La barca silenciosa'.
AQ