Invernar | Por Liliana Chávez

Viajar sola

Mientras escribo esta columna, vislumbro a través de la ventana empañada el árbol que me recuerda que el paso del tiempo puede ser imperceptible y a la vez radical.

Los turistas disfrutan de la “invernación”; los locales, para sobrevivir, hacemos “hibernación”(Foto: Liliana Chávez).
Liliana Chávez
Ciudad de México /

Aunque suenen similares y pertenezcan al mismo campo semántico, los verbos “invernar” e “hibernar” no se aplican a la misma situación. Mientras que invernar es simplemente pasar el invierno en un lugar, hibernar es el estado fisiológico que experimentan ciertos mamíferos para adaptarse a condiciones invernales extremas, incluyendo la disminución de la temperatura corporal y las funciones metabólicas.

Mi primer viaje a Europa fue en un invierno. Un grupo de amigos universitarios y yo convencimos a nuestros padres de que ese sería el mejor regalo de graduación-navidad y, en mi caso, hasta de cumpleaños (nací un 21 de diciembre). Salimos un 22 de diciembre de Phoenix en un vuelo de British Airways directo a Londres, elegimos esta ruta solo por dos razones: vivíamos en distintas ciudades de la frontera Sonora-Arizona y era el vuelo más barato.

Como nuestro presupuesto de mochileros principiantes no nos permitía entrar con tanta frecuencia a lugares con calefacción, de aquel viaje recuerdo más los efectos del clima sobre mi piel que todo lo que pudimos contemplar al aire libre (porque mucho dinero para diversiones que incluían comprar boletos tampoco teníamos). Recuerdo el lacerante frío penetrando en mis dedos al quitarme los guantes para comer una crepa o un panino en alguna oscura calle (y en invierno la oscuridad no respeta las horas del día), el viento enredando mi cabello hasta arruinar mis fotos de turista en cualquier punto emblemático, el deshielo haciendo charcos en las plazas empedradas y humedeciendo mis calcetas (saber vestirse para el invierno es un arte que toma tiempo aprender), pero también recuerdo el delicioso sabor de un espeso chocolate caliente en una tarde lluviosa, el agradable calor al entrar a un museo después de horas de fila a la intemperie (aún no se usaban las reservas por internet) o la sensación de refugio temporal del transporte público. Contra lluvia, viento y marea, pasamos una feliz navidad en un hostal londinense y un si no próspero, al menos bastante divertido año nuevo entre Ámsterdam y Bruselas.

Invierno en Europa. (Foto: Liliana Chávez)

Cuando vives en un país tropical, invernar en Europa es toda una aventura, inspirada en esos cuentos de navidad con que la literatura y el cine despiertan la imaginación de chicos y grandes. Por el contrario, ahora que vivo de este lado, añoro el vuelo a la inversa, ese British Airways London-Phoenix, para hacer un trueque temporal: en aproximadamente 20 horas cambiaré la navidad de nieve, chimeneas, pinos, trineos, Christmas markets, pero también de calles resbalosas de hielo sucio, parques enlodados, árboles desnudos, calles silenciosas, cafés desolados y el crujir del viento contra las ventanas por intensas puestas del sol frente a la playa, posadas con piñatas y bengalas, coloridos tianguis de artesanías, tamales, buñuelos y champurro.

Torre Eiffel. (Foto: Liliana Chávez)

Después de varios inviernos europeos no siempre deseados, he aprendido a distinguir a los turistas que disfrutan de hacer “invernación” de los locales que para sobrevivir hacemos “hibernación”. Mientras ellos caminan por las calles principales luciendo largos abrigos polares que quizá nunca más vayan a utilizar en sus países de origen, nosotros prolongamos lo más que podemos el otoño; mientras aún queden algunas hojas en los árboles y la temperatura no baje de los seis grados, aún no hay necesidad de tres capas de ropa, bufanda, gorro, guantes y botas de nieve. Ya habrá muchas oportunidades para poner a prueba la más variada gama de artillería pesada en la eterna lucha contra el implacable clima: lanas de todos los espesores, plumas de las más diversas aves, pieles veganas y de las de siempre, la última tecnología en poliéster.

"Escribo esta columna, iluminada por una lámpara que imita la luz que el sol se niega a dar". (Foto: Liliana Chávez)

Mientras escribo esta columna, iluminada por una lámpara que imita la luz que el sol se niega a dar, vislumbro a través de la ventana empañada el árbol que me recuerda que el paso del tiempo puede ser imperceptible y a la vez radical. En la última tormenta con vientos fuertes se le han caído las pocas hojas que quedaban, pero aún veo pájaros entrando y saliendo del nido que construyeron en primavera. Como ellos, ahora sé que quedan menos días para volar y cambiar temporalmente de casa. Cuando me lean, ya estaré invernando en México.

Puente Alejandro III en París. (Foto: Liliana Chávez)

AQ

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