¿Qué se necesita para llevar sueños, anhelos, creencias y conciencias en ese andar llamado vida?
Para Isaac Hernández, basta un recuerdo en forma de Combi. Ahí, entre los asientos de esa vieja camioneta, resguarda la raíz de gran parte de su existir.
Porque creer que Isaac es sólo un bailarín es limitar las potencialidades de este tapatío de mirada de eterno niño y de palabra de viejo centinela, salido de algún sabio pueblo de Jalisco rememorado por Agustín Yáñez.
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Lo sabemos de sobra, la retahíla en la prensa nos recuerda que en 2018 fue el mejor bailarín del mundo al recibir el premio non plus ultra Benois de la Danse. Y sí, sin duda Isaac está haciendo historia en la danza, tejiendo con sus movimientos una ruta que va más allá de México —con escalas lo mismo San Francisco, Buenos Aires, París, Moscú, Ámsterdam, Pekín o Londres— para llegar a la cumbre en la cordillera del ballet y dominar el horizonte.
Pero Isaac va más allá del escenario, el aplauso, el reconocimiento o incluso de la fama porque en esa buenaventura, se aferra a la Combi; esa furgoneta lata-de-sardinas que lo llevó, junto a sus diez hermanos, de pueblo en pueblo, en un periplo no vacacional, sino de conciencia social encabezados por don Héctor, el patriarca de los Hernández, que poco a poco, en el despertar infantil de Isaac, le desveló un mundo donde las carencias, los problemas y los bolsillos vacíos convergen en las venas de México.
—Isaac significa “el que hace reír”. A ti, ¿qué te hace reír?
Yo tengo un humor complicado, pero lo que literalmente me hace reír es cómo las coincidencias cambian el camino de las situaciones que pensabas que eran inevitables. O cuando sigues una intuición y lo ves en retrospectiva, entiendes todas las cosas que tuvieron que pasar para encontrarte en esa situación. Me parece gracioso porque muchas veces te da la impresión de que tienes el control de tu vida y después, cuando lo asimilas, cuando ves todos los cambios, todas las situaciones, todas las decisiones de las personas a tu alrededor o de las coincidencias que tuvieron que darse, te das cuenta y no te queda más que reírte y decir: “Mira y yo que creía que tenía todo bajo control”.
—¿Le haces caso a tu intuición?
Sí, porque creo que es lo único que es mío, que me pertenece. Es ese sentimiento que no se lo puedes trasmitir o no lo puedes replicar en nadie. Es algo que vives como experiencia propia.
—Y te ha ido bien...
Sí, sí, pero es difícil. Creo que conforme he crecido, ha sido más difícil confiar en ella porque en mis primeros años he confiado en la intuición con cierta “arrogancia de la juventud”.
—Pero al mismo tiempo con cierta candidez...
Definitivamente, porque también la vida me ha puesto en situaciones extraordinarias donde he tenido que ser valiente y es ahí donde la intuición me ha respaldado.
—Cat Stevens en su canción “Wild World” justo hablaba de eso, que sobrevivir con una sonrisa en este mundo salvaje no es tan fácil. ¿Cómo sobrevives en este mundo?
¿Por qué mencionas esa canción? Esa canción fue casi casi el himno que me cantó mi papá todo el tiempo. Lo que me ayuda a sobrevivir es el dignificar mi existencia, dignificar el estar aquí, el estar vivo, el innovar, el darle la oportunidad a mi imaginación de crear algo de la nada y verlo realizado, el pensar que se puede hacer una diferencia.
El pensar en construir un futuro diferente, una versión diferente de la realidad que vives es emocionante para mí. Me gustaría que fuera más sencillo el seguir una meta, el seguir un sueño. Que no fuera tan complejo, que no dependiera de tantas circunstancias que están fuera del control de una persona. No me gusta la idea de pensar que voy a perder mi oportunidad en esta vida porque es lo único que me consta: el estar aquí hoy con la oportunidad y también sentir una responsabilidad por dejar algo detrás que ayude a alguien a construir el siguiente paso.
—Eleazar es tu segundo nombre y significa “el que Dios ayuda”; a ti, ¿quién te ayuda?
Mis padres siempre leyeron mucho la Biblia. Siempre decían que no pertenecían a una religión, simplemente creían que hay principios básicos en la Biblia que nos ayudan a funcionar como sociedad; entonces por eso Isaac Eleazar. Casi todos mis hermanos tienen nombres bíblicos.
Mis padres instalaron en nosotros la confianza para pensar que tenemos un propósito en esta vida. Su propósito principal, sobre todo en los 40 o 45 años que llevan casados, fue siempre el servicio social. Mi papá subía a toda la familia a una Combi e íbamos, en todos los pueblitos y en todas las colonias, a las plazas. Ahí nos bajábamos y nos sentábamos para ver cómo podía él ayudar a las personas. A veces se ponía a platicar con alguien y resulta que tenía problemas de alcoholismo y entonces trataba de ayudarle, le invitaba a que viniera a la casa, le enseñaba un oficio y después, el hecho de haber conocido a mi papá, transformaba a la familia de ese señor.
Creciendo en ese entorno, cuando tuve la oportunidad de asimilar las cosas me dije: “Uno de los propósitos fundamentales de esta vida es ayudar a la persona que tienes cerca”, en términos bíblicos, ayudar a tu prójimo. Y después, con el paso del tiempo, me di cuenta que sí es un principio fundamental para el funcionamiento de nuestra sociedad tener conciencia de los demás, el tratar de construir algo en conjunto, el ver más allá de tus propias necesidades, que es una de las cosa más difíciles de lograr en este mundo y que yo he tratado de practicar eso constantemente.
—De niño leías Hércules Poirot; hoy, ¿qué te gusta leer?
Me gusta leer de todo. En Inglaterra hay que tener cuidado cuando se dice, en ciertos sectores, que te gusta leer a Winston Churchill, pues ha existido una historia muy compleja a su alrededor. El último libro que leí de él fue My Early Life, que son sus primeros 27 años y me parecen fascinantes. Churchill tenía una manera muy efectiva de contar las cosas, la historia, de abrirte una ventanita y mostrarte cómo veía ciertas situaciones sin exponerse tanto. Ahora voy a tratar de encontrar una semana libre para ir a donde él tuvo su primera guerra, contra el Imperio Otomano, al lado del río Nilo, en Egipto, porque me fascinó la manera como lo contó. Para entretenimiento puro, para perderme en un libro, García Márquez me parece que tiene una cualidad extraordinaria para que en un párrafo te haga sentir lo que está pasando en todo el libro. Cien años de soledad fue una fue experiencia increíble. Cuando leí Memorias de mis putas tristes fue terrible. El libro no es explícito pero lo lees con una angustia, con un sentimiento pesado.
—¿Ya eres totalmente londinense?
No, nunca voy a hacerlo, de eso es lo que me he dado cuenta porque es muy complejo ser londinense. En Inglaterra hay una división social extraordinaria desde que empezó el brexit. Me di cuenta de que a pesar de ser bienvenido, de pertenecer a la Compañía Nacional (de ballet) del Reino Unido, existen en las sociedades del mundo, como se vio en Estados Unidos, como se está viendo en Polonia o en otras partes, gente a la que le cuesta mucho trabajo regenerarse y se siente muy apegada a lo que lleva mucho tiempo haciendo. Como sociedades hemos sido relativamente celosas de lo nuestro. En México también somos un país que, si bien abrimos las puertas a las diferentes culturas, somos muy celosos de la nuestra.
—Hace poco leí una entrevista con Madonna donde decía que uno siempre lucha contra el ego...
Yo nunca he sentido un peso tan grande de parte de mi ego porque he tenido éxito, porque he cumplido las metas que quería. Creo que el problema con el ego es cuando no se cumple con esa ambición, con ese sueño, con esas metas que tienes y entonces hay esa inquietud de querer ser, de querer tener éxito, y para mí ha sido diferente. El éxito me ha dado la tranquilidad, la paz para poder decir: “Qué suerte he tenido, ¿cómo puedo hacerle para que más gente pueda vivir eso?”
Porque la vida es diferente, completamente diferente, cuando te sientes satisfecho. Sientes que tienes un propósito en este mundo, que has ayudado para que otros tengan una oportunidad. Desde que yo llegué a ese momento, que fue hace cuatro o cinco años, la vida ha sido muy tranquila pese a que lo más común que suceda es que uno se cierre y se ponga a disfrutar de ese momento porque, supongo —es lo que la mayoría me dice—, es un momento muy cortito y después entra la imposibilidad de seguir bailando por la edad, u otras cosas. Y yo quiero hacerlo al revés. Ese momento lo quiero compartir con la mayor cantidad de gente posible para poder vivir plenamente.
ÁSS